14.10.06

Once

- ¿Pero qué coño está pasando? – Preguntó inquieto MR, presidente del Partido Popular. - ¿Qué es todo eso que están diciendo en la radio?

Aunque la pregunta no iba dirigida a nadie sus ojos se clavaron en CCN, el miembro de la directiva más estrechamente vinculado a la ultraderecha española.

- No sé nada, M, te juro que no sé nada. Aunque tampoco tenemos que extrañarnos tanto, ten en cuenta…
- ¿Ten en cuenta? ¿Ten en cuenta qué? – Chilló MR pasando de la inquietud a la ira. - ¿No te das cuenta de que nos están dinamitando todo el trabajo, toda la estrategia? ¡Teníamos a los socialistas en la palma de la mano!
- Pero, tranquilo, todavía los tenemos…
- Que alguien se lleve de aquí a este cretino. ¿No lo entiendes? Dentro de media hora España entera estará comiendo delante del televisor, y verá una sede socialista en llamas, verá a unos vascos tiroteados por unos skins, verá a una manifestación de fanáticos tirando cócteles molotov a la policía. ¿Y qué crees que harán después de eso? ¿Ir a nuestras manifestaciones de la tarde? ¿O quedarse en casa acojonados y pegados a la tele?

En la sala apenas había media docena de personas, estando el grueso del equipo organizando las manifestaciones o incluso trasladándose a sus respectivas comunidades para aparecer oportunamente en la foto y hacer las declaraciones ya preparadas y memorizadas. MR le dio la espalada a su interlocutor y se sentó en una butaca de trabajo, intentando pensar qué podían hacer. No tenían control sobre lo que estaba ocurriendo, no sabían hasta dónde iba a llegar ni qué resultados podía traer, pero estaba claro que ninguna consecuencia sería buena para ellos.

En los últimos días los populares habían quemado hasta el último cartucho para sumergir a España en el peligroso juego del conmigo o contra mí, ganando con ventaja los esfuerzos del Gobierno por apaciguar los ánimos, pero si la opinión pública interpretaba ahora que toda esa violencia gratuita estaba en cierto modo a favor del PP, podía generarse una reacción contraria como la ocurrida tras el 11M.

- Deberíamos reconducir esto. Hay que darle la vuelta. No se trata de criticar a los ultras estos de Bilbao, sino de demostrar que la violencia de esta mañana no es más que una consecuencia de la violencia que el gobierno de Z ha tolerado día tras día. ¿Digo tolerado? ¡Ha incentivo con su dejadez y su política del perdón y la cobardía!

MR se dio la vuelta con la boca abierta y miró al joven que acababa de pronunciar el apasionado discursos. No era más que uno de los ayudantes que deambulaban por ahí, colaborando en lo que podían, ansiosos de escalar posiciones, pero había dado completamente en el clavo.

- ¡Acabas de convertirte en mi asistente de emergencia! – Le dijo al sorprendido e ilusionado joven- Llama a los de propaganda y haz que alguien espabile a los periodistas que todavía estén aquí, en diez minutos haré unas declaraciones para que lleguen a tiempo para las noticias. ¡Venga, rápido!

Pasados quince minutos terminaba de estudiar el discurso, breve, conciso y perfectamente coherente con la línea seguida hasta el momento, que le acababan de entregar. Una chica de imagen daba los últimos retoques a su peinado cuando el joven de la genial idea entró corriendo en la sala seguido del jefe de prensa y algunos miembros de la plana mayor.

- Z en persona está saliendo en la tele. Se ha adelantado a las noticias, pero como ningún canal tiene todavía imágenes de lo que ha ocurrido en Bilbao, sólo de la manifestación, todos le han pinchado en directo. Lleva unos segundos. – Y diciendo esto a la carrera, el jefe de prensa encendió de nuevo el gran televisor de la sala.

Z vestía de negro riguroso, las ojeras acentuadas, quien sabe si artificialmente por sus propios chicos de imagen, mostrando la fatiga de lo que debían haber sido unos días de duro trabajo tras el asesinato del Rey. Hablaba en su característico tono comedido, aunque con aprendida energía, la que parecía encontrar de no se sabe dónde siempre que le tocaba hablar del PP. Aunque el discurso estaba empezado, no era difícil cogerle el hilo:

“…la Biblia lo llamaba sembrar cizaña. Y ahora correrán a criticarlos, a desmarcarse de lo que ellos mismos han ayudado a provocar. Ahora abandonarán el fruto de su discurso, agresivo, inconsciente y desmedido, y se lavarán las manos, como si no fuera con ellos la cosa.” Aquí Z hizo una pausa teatral, como si pensara para sí mismo, y añadió con una media sonrisa “No, ahora que lo pienso, ¡nos acusarán a nosotros de lo que está ocurriendo! Como hacen siempre, con esa falta de argumentos tan característica de la oposición popular. Pero da igual. El gobierno de España les tenderá de nuevo la mano y les ofrecerá luchar juntos contra la violencia, contra TODA la violencia, y buscar el camino de la paz. No dejaremos que los asesinos, sean del color que sean, decidan por nosotros. Nosotros no tenemos amigos entre los violentos, esperemos que la oposición pueda decir lo mismo.”

Cuando el Presidente Z acabó su durísimo discurso estallaron las airadas protestas y los abucheos en la sede central del Partido Popular. MR se mesaba la barba, mientras con una mano arrugaba la hoja de papel con el discurso que tenía preparado. Habría que empezar de nuevo, habría que replantearse toda la jodida situación. Girándose e ignorando a sus compañeros, todavía escandalizados por las acusaciones del presidente socialista, hizo un gesto a algunos de sus colaboradores de mayor confianza y juntos se deslizaron discretamente a una esquina de la gran sala.

- ¿Y ahora qué? – Preguntó uno.
- Tenemos que decir algo. Si mantenemos la convocatoria pero la gente no sale a la calle nos saldrá el tiro por la culata y parecerá que nos hemos quedado solos.
- ¡No podemos desconvocar las manifestaciones! ¡La gente quiere protestar! ¡Quiere llorar a su Rey asesinado!
- ¡Exacto! – Apuntó uno. – Aparquemos el tema de la violencia, y reciclemos las manifestaciones de esta tarde en un lloro por la muerte del Rey. Sobre la marcha, y según como esté el ambiente, ya subiremos el tono y caragaremos contra el gobierno cuando estemos en la calle, o incluso después, pero ahora mismo, llamemos a los españoles a salir a la calle por su Rey.
- Es buena idea – Le secundó MR – Dejemos que sea el Gobierno quien se hunda en la mierda de la violencia y nosotros saldremos en la foto apesadumbrados, quizá hasta un poco cabreados, como se sienten todos los españoles. ¡Esta tarde seremos como cualquier español! – Y tras esas palabras todos se miraron sonrientes, creyendo haber encontrado la solución. Pero entonces el joven que había hecho la primera propuesta y que no se despegaba del presidente del partido, se atrevió a murmurar.
- Sólo esperemos que lo de Bilbao no vaya a más.

13.10.06

Diez

Habían llegado ya frente a la Erriko Taberna y por un momento se desplegaron todos frente a ella formando una línea compacta. El bar parecía abierto, aunque a través de sus puertas no podía verse el interior debido a que los cristales estaban forrados de coloridos carteles de Batasuna, Amnistía y otros. Los ocho hombres se sentían nerviosos y excitados. Todos ellos habían participado antes en palizas y enfrentamientos, pero ese día todo era especial. Cada uno empuñaba su propia arma, y el líder había guardado su móvil en el bolsillo después de enviar un mensaje avisando de que estaban en posición y a punto de atacar.

- En marcha. Con cuidado.

Él mismo fue el que abrió la puerta de la taberna de una patada y entró gritando, con todos sus compañeros detrás como una ola amenazante. A esas horas el local estaba casi vacío y sólo había un par de personas de pie frente a la barra, charlando con el que atendía el bar. Las paredes estaban forradas también de carteles, y tras la barra una docena de fotografías mostraban a miembros de ETA “muertos en combate”. Pañuelos palestinos, banderas y otros elementos acaban de conformar la decoración del local. Cuando los asaltantes entraron gritando, sólo el barman logró reaccionar, quedando los dos clientes completamente dominados por al sorpresa y el terror. Rápidamente descolgó el teléfono que tenía bajo la barra y pulsó la tecla de la primera memoria, especialmente grabada para emergencias. Muchos de estos locales disponían de un sistema similar, en prevención de problemas con la policía, algún exaltado o sencillamente un cliente demasiado borracho. Normalmente el propio ambiente del bar era suficiente para mantener alejados los problemas, pero no sería la primera vez que un guardia civil de paisano, borracho y cabreado, entraba en una erriko taberna con una pistola en la mano.

Nada más entrar, los asaltantes empezaron a arrasar con todo. Uno de ellos de un solo mazazo barrió la montaña de vasos que había encima de la barra, mientras otro enviaba el primer taburete al fondo del local de un puntapié. Otros dos corrieron a por los todavía confusos clientes, mientras el líder y sus guardaespaldas saltaban detrás de la barra. El barman ni siquiera llegó a abrir la boca antes de que un puño americano le reventara los labios y le arrancara dos dientes, arrojándolo al suelo gritando de dolor. Uno de los clientes estaba también en el suelo, mientras un asaltante le pateaba las costillas con sus botas de puta metálica. Su amigo apenas lograba protegerse la cabeza, abrazándose a la barra, mientras el tipo de la porra extensible buscaba las partes de su cuerpo más desprotegidas, arrancándole alaridos de dolor con cada golpe.

- ¡Destrozadlo todo! ¡Rápido! – Ordenó el jefe después de dar un fuerte pisotón en la cabeza del quejumbroso barman, destrozándole una oreja y haciéndole perder el conocimiento al instante, la sangre corriendo por su rostro.

Mientras los dos clientes seguían recibiendo golpes, los demás se dedicaron a romper todo lo que encontraban a base de golpes y patadas. Los muebles, las botellas, cualquier cosa susceptible de estallar, quebrarse o astillarse recibió su visita. Tras diez minutos no quedaba nada en pié. El hombre que se había apoyado en la barra yacía en el suelo inconsciente y con varios huesos rotos, la piel negruzca allí donde estaba expuesta, aunque sin una sola mancha de sangre. Su amigo se mecía en el suelo, enloquecido, abrazándose las costillas trituradas. En ese momento se escuchó un grito en la puerta reventada:

- Me cago en… ¡Hijos de puta!

Ni siquiera pudieron reaccionar. Cuando el líder miró hacia la puerta vio a un hombre de poco más de veinte años, que se llevaba la mano a la cintura, tras la espalda, y sacaba una pistola automática, negra y brillante. Él mismo llevaba una parecida en su sobaquera, aunque no tenía pensado usarla aquella mañana. Sus movimientos fueron demasiado lentos, y el cierre de la funda estaba cerrada, así que antes siquiera de que pudiera sacar el arma el pistolero le apuntó y disparó dos tiros certeros que le alcanzaron en el pecho y en un hombro, matándolo al instante. Los demás necesitaron un segundo para entender lo que había ocurrido y tirarse al suelo o tratar de encontrar refugio tras los muebles destrozados. Sin embargo el tirador tampoco tenía previsto matar a nadie aquella mañana, de hecho era la primera vez que disparaba contra alguien con el arma que un amigo le había pedido que escondiera en su casa, y ver caer a su víctima le dejó paralizado, tratando de asumir lo que acababa de hacer.

Eso fue suficiente para los demás, que entendieron que allí dentro estaban indefensos. Dando un alarido intimidante uno de los skins se levantó y empezó a correr hacia la puerta, provocando para su sorpresa la huida del hombre armado. El de la porra saltó tras la barra y le tomó el pulso a su líder, negando con la cabeza al descubrir que estaba muerto. Las manos le temblaban de rabia y se mordió el labio hasta hacerlo sangrar. Los demás le miraban, y al borde de una histeria agresiva comprendió que esperaban sus órdenes: él era el nuevo líder. Cogió la automática de la sobaquera del muerto y se incorporó, respirando agitadamente. Nunca había empuñado una pistola pero no necesitaba instrucciones. Le quitó el seguro, apuntó al cuerpo inmóvil del barman y le disparó un único tiro a la cabeza. Los demás le miraron atónitos, incapaces de entender lo que acababa de hacer. Sin decir palabra, salió lentamente de la barra, se acercó a los otros dos y sin pensarlo disparó de nuevo contra ellos, asesinándolos a sangre fría.

- Pero… ¿qué haces? ¿Qué coño haces? – Empezó a gritarle uno de sus compañeros. Él levantó el arma y le apuntó directamente a la cara, los ojos enloquecidos, el pulso aún tembloroso.
- Tres de los suyos por uno de los nuestros. Y si hubiera diez me habría cargado a diez. ¿Lo entendéis? Ésa es la única lección que van a entender. Ya no mandan ellos, ¡ahora mandamos nosotros! – Gritó.

Los demás asintieron lentamente, completamente superados por la situación, sintiendo que algo había ido mal, que todo había ido mal. El nuevo líder dio instrucciones al miembro más corpulento del grupo de que cargara con el cuerpo de su compañero fallecido, y guardando el arma en sus pantalones, como en las películas, les apresuró a salir de allí antes de que llegara la policía. En la calle algunas personas que se habían acercado al escuchar el escándalo y los tiros arrancaron a correr al verlos salir, y en los balcones los asustados espectadores se escondieron en sus casas, temiendo que ocurriera algún accidente más. Las sirenas se escuchaban lejanas, y no había forma de saber si sonaban por ellos.

- A la manifestación, rápido, allí nos dirán qué hacer.

Instintivamente formaron un círculo alrededor del porteador del cadáver. El nuevo líder avanzaba con paso firme, mirando desafiante a un lado y a otro, mientras sus compañeros hacían lo mismo aunque con actitud más prudente, temiendo que el pistolero o algún amigo suyo pudieran esconderse en cualquier rincón. De repente se escuchó un grito que resonó por toda la calle:

- ¡Hijos de puta!

Una gran maceta cargada de geranios estalló a medio metro de uno de ellos, manchándole las botas de tierra y haciendo que todos dieran un salto asustados. El líder sacó el arma y apuntó hacia arriba, buscando asustando el origen de aquel ataque. Media docena de balcones estaban ocupados por gente que se escondió entre chillidos de alerta. Pero al instante se esccuchó un nuevo insulto desde un poco más atrás:

- ¡Fachas! ¡Asesinos!

Girándose llegó a tiempo de ver a un hombre de mediana edad que desde al menos un quinto piso les lanzaba una botella con escasa puntería. Dirigió el arma hacia allí pero se contuvo, sabiendo que tampoco él acertaría el tiro. En lugar de eso dio la orden de correr y todos salieron de allí a la carrera, con una lluvia intermitente de objetos más o menos contundentes. Antes de que pudieran huir una lata de cerveza lanzada desde considerable altura alcanzó a uno de ellos de pleno en la cabeza, abriéndole una brecha considerable y haciéndole caer al suelo desvanecido. Dos de sus compañeros le sujetaron rápidamente por los brazos y salieron de allí tan rápido como pudieron.

Mientras, un joven se había acercado cuidadosamente a la erriko taberna y había echado un vistazo a su interior, asistiendo atónito al terrible espectáculo. Cuando una señora se acercó también y vio los cadáveres encharcados en sangre soltó un grito de espanto y rápidamente corrió la voz de lo sucedido. Los relojes marcaban la una del mediodía y la manifestación apenas llegaba al cruce de la calle Elcano con Hurtado de Amézaga.

11.10.06

Nueve

Un puñado de periodistas, en su mayoría fotógrafos y cámaras, se escondían detrás de los policías en un intento de protegerse de los objetos que salían despedidos desde el anonimato de la manifestación. Las imágenes eran jugosas, llenas de banderas anticonstitucionales, rostros congestionados por la ira y consignas en contra del gobierno y los terroristas, pero todos habían sido aleccionados por sus jefes sobre el riesgo de aquella jornada y recordaban la orden prioritaria de salir pitando si la cosa se ponía negra. Los más avispados habían conseguido puestos seguros en balcones y azoteas, por lo que seguían los acontecimientos con más tranquilidad. Una pobre reportera de la agencia EFE había intentado entrevistar a un manifestante de mediana edad y había tenido que salir huyendo tras recibir un sonoro bofetón y todo tipo de insultos y amenazas de aquella peligrosa jauría.

Álex había llegado al lugar de la cita con la máxima puntualidad posible, ni antes ni después, para evitarse problemas, y aún así llevaba escondida en una bolsa la pequeña cámara que los enviados de CNN + le habían prestado para la ocasión. Ana e incluso su propio jefe en la Ser le habían prohibido participar en aquella locura, pero una llamada desde la Central había acabado por convencerlos a todos, a base de una sabia combinación de amenazas y promesas y una proclama a la profesionalidad. Antes de salir de las oficinas de la Ser, que por cierto se habían cerrado de forma cautelar, con media docena de agentes de seguridad dentro, Ana le había dado un teléfono móvil de la oficina.


- Este móvil tiene un sistema de localización, nada muy sofisticado, lo usamos para controlar las unidades móviles. Llévalo en el bolsillo. Si hay problemas marcas el uno y recibiré la llamada, te localizaré y mandaremos a la policía volando, ¿vale? – Su cara mostraba preocupación, aunque Álex seguía sin estar seguro de si era una preocupación de tipo maternal o había alguna esperanza a la que aferrarse.
- No sabes que hacer para tenerme controladito y cerca, ¿eh? – Preguntó forzando una sonrisa pícara que disimulara su propio miedo.
- Mira, tú vuelve enterito, y quizá te enseñe lo que bueno que es tenerme cerca de verdad. – Álex abrió los ojos y Ana no pudo reprimir una risa abierta, rompiendo la tensión del momento. Sin embargo, el chico se cogió a esas palabras y cuando salió a la calle pensó que ya tenía un motivo más para desear salir indemne de todo aquello.


Cuando llegó al punto de encuentro sus “amigos” ya le estaban esperando. El skin que le había convocado, Martín, estaba sentado sobre un coche, pateando el lateral de forma distraída. Sus escoltas charlaban animadamente a un par de metros de distancia, y sus sonoras carcajadas delataban el nerviosismo que les dominaba a todos. Álex saludó con un gesto de la mano a su contacto, casi como si pidiera permiso para acercarse. Martín bajó del coche de un salto y extendiendo el brazo le indicó con la punta de los dedos que se acercara.


- ¿Y el equipo? – Le preguntó.
- Aquí, en la mochila, ¿lo saco ya? – Martín echó un vistazo a la sofisticada cámara del periodista.
- ¿Eso es todo? ¿Ésa es la mierda que traes?
- No te fíes del tamaño, con esto puedo filmar hasta tres horas, y si me das una conexión a Internet te envío una copia a donde tú digas.
- ¿Conexión a Internet? Tú eres gilipollas – Y diciéndole esto le arreó una colleja que casi lo tumba al suelo. – Venga vamos.


Álex no se atrevió a preguntar a dónde se dirigían. En la cercana plaza de Federico Moyúa se escuchaba cada vez más fuerte el estruendo de los manifestantes, pero ellos se alejaban tranquilamente de aquel lugar. Sus “escoltas” se situaron delante y detrás de ambos, y de vez en cuando saludaban a algún grupo de rezagados que corrían en dirección contraria. Tras caminar apenas un par de manzanas, se encontraron con media docena de hombres de aspecto rudo y vestimenta paramilitar. Martín se adelantó y habló con uno de ellos, mientras Álex fingía estar ocupado examinando su cámara. Le habían dado un cursillo acelerado antes de salir, y él era bastante mañoso con los aparatos, pero aún así no se sentía del todo seguro con aquella cámara. El que parecía jefe de los paramilitares le echó un vistazo con la expresión cargada de desprecio, después consultó su reloj, le dijo algo a Martín y volvió con los suyos.


- Tenemos que esperar. – Fue lo único que éste le dijo al periodista.


A las doce llegó hasta su posición el griterío de la plaza Federico Moyúa, pero sólo Álex pareció prestarle atención. Se comió las preguntas que le asaltaban y metió una mano en el bolsillo, jugueteando con el móvil que le había dado Ana.


- Supongo que ya me dirás lo que tengo que hacer, ¿no? – Le preguntó a Martín.
- Tú mantén el cacharrito apagado hasta que yo te avise, ¿vale?
- Vale.


Pasaron más de media hora en aquella esquina, la mayoría fumando un cigarrillo tras otro. En un momento dado una furgoneta cargada de Ertzaintzas pasó por su lado a toda velocidad, y el grupo pareció contraerse sobre sí mismo, tratando de ocultarse. Sin embargo la policía vasca se dirigía a toda prisa a reforzar las fuerzas que vigilaban la manifestación y ni siquiera se dieron cuenta de su presencia. Al parecer, eso era exactamente lo que los organizadores de aquel sarao esperaban. El jefe de los paramilitares volvió a consultar su reloj, arrojó la colilla al suelo e hizo un gesto a sus compañeros con la cabeza. Fue como si una descarga eléctrica los hubiera atravesado a todos.


- Recordad, – advirtió Martín a su grupo – nosotros no intervenimos.


Sus escoltas le miraron sin poder disimular el desdén que sentían por aquel tipejo, pero asintieron con las cabezas y volvieron a sus posiciones, rodeándole a él y al periodista.


- ¿Intervenir? ¿En qué?
- Ten preparada la cámara, y cuando veas que ésos entran en acción – y señaló a los paramilitares con la cabeza – fílmalo todo. ¿Entiendes? Si te pierdes algo mis amigos te patearán hasta las entrañas.


El grupo avanzó rápidamente. Caminaban por el centro de la calle Henao, obligando a los escasos coches a detenerse y dejarles pasar. A nadie se le ocurría tocar el claxon o quejarse. Álex mantenía el paso cámara en mano, preguntándose cuál sería el destino de aquellos fanáticos. Los paramilitares realmente tenían un aspecto temible, y se movían con precisión, como si fueran un comando del ejército, entrenados para ello. Avanzaron doscientos metros más, giraron la esquina de la calle Heros y llegaron a Ercilla. Allí se detuvieron el tiempo justo para preparar su propio equipo. Dos de los paramilitares sacaron unas gruesas barras de madera de una gran bolsa de deporte que cargaban encima y las empuñaron a modo de bate, otro dos cogieron un par de botellas rellenas de gasolina listas para hacer estallar, mientras el jefe de grupo y un sexto hombre permanecían aparentemente desarmados pero se situaban en cabeza del peligroso grupo. Álex y los suyos se mantenían detrás a una prudencial distancia.

Sin más dilaciones, todos ellos cruzaron la calle Ercilla y se dirigieron a paso ligero al número trece de esa calle.


- ¡La sede de los socialistas! – Exclamó Álex al adivinar finalmente el objetivo de aquel comando.
- Ve preparando la cámara, capullo.- Le escupió Martín, que parecía estar disfrutando mucho de todo aquello.

Las puertas acristaladas del portal no necesitaron un segundo golpe con la barra de madera para estallar en mil pedazos. El bateador metió una mano enguantada entre los cristales que apuntaban hacia dentro como dientes y abrió la puerta de par en par, dejando pasar a todos los demás. Álex y Martín les siguieron de cerca, la cámara grabando desde el primer momento, pero sus escoltas se quedaron atrás, vigilando en la calle.

Subieron a toda prisa las escaleras hasta llegar a la primera planta, donde estaban las oficinas del Partido Socialista de Euskadi. La puerta estaba cerrada y debidamente blindada, pero el tipo que iba al lado del líder se acercó y la estudió por unos instantes, después sonrió y sacando una palanca de la bolsa se la dio a uno de sus compañeros y le señaló el punto exacto donde empezar a trabajar.

- ¿Podrá abrirla? – Le preguntó el jefe.
- Está blindada, no acorazada, sólo hay que saber dónde meter la palanca.

Efectivamente, en unos pocos minutos la puerta cedió y quedó abierta, dejando paso libre al peligroso comando. Álex no perdía detalle de lo que ocurría con su cámara, aunque imaginaba que lo peor estaba por llegar. Nada más entrar se encontraron de cara con un tipo uniformado de gris, con gorra, porra y hasta una pistola colgando del cinturón. Sin embargo ni siquiera pareció reaccionar cuando dos de los asaltantes se abalanzaron hacia él y le desarmaron completamente. El resto del comando, incluido Álex, entró detrás y juntos empujaron al guarda de seguridad al interior de las oficinas.

El grupo se dividió y recorrió las oficinas rápidamente. Cada vez que uno de ellos se encontraba con alguien gritaba el número de personas para que los demás los oyeran, y acto seguido los sacaban de la habitación a empujones, reuniéndoles a todos en el pequeño recibidor. Tan sólo había media docena de personas, a parte del asustado guarda, al que sus desprotegidos clientes miraban con reproche. Uno de ellos sacó fuerzas de flaqueza y se enfrentó a los asaltantes:

- ¿Se puede saber qué está ocurriendo aquí? ¿Quiénes sois vosotros y…

De un solo bofetón el feje del comando lanzó al pobre hombre contra una mesilla cargada de folletos y material de propaganda, volcándola y cayendo estrepitosamente por el otro lado. Se escucharon gritos ahogados y una mujer de avanzada edad empezó a sollozar.

- Héroe, levántate y vuelve aquí. Y los demás, calladitos y a escuchar: vais a bajar todos a la calle, tranquilitos y sin molestar, y si os portáis bien todos volveréis enteros a casa. ¿Entendido? – Y diciendo esto se apartó a un lado dejando paso libre a través de la puerta forzada.


Temerosos, nadie se atrevió a moverse hasta que a una señal del líder uno de los asaltantes empezó a chillarle y dar empujones, obligándolos a abandonar el edificio. Álex seguía grabando, sacando primeros planos de los rostros llorosos, de los empujones, de la puerta destrozada. De repente escuchó un estallido seguido de un fuerte rugido y se giró justo a tiempo de ver a uno de aquellos energúmenos encendiendo un segundo cocktail molotov y lanzándolo al interior de una de las habitaciones de la sede política.

- ¡Vámonos! – Ordenó de nuevo el jefe, y tras sacar unas últimas imágenes en las que las llamas empezaban a devorar los carteles electorales colgados de las paredes, Álex guardó su cámara y salió corriendo del edificio condenado.

10.10.06

Ocho

No había un punto de convocatoria concreto, al menos no que el Director General de la Ertzaintza supiera. Y sin embargo, no paraba de llegar información sobre autocares entrando en la ciudad y descargando a los manifestantes en los alrededores de la Plaza Federico Moyúa. Por lo que sabía, ya debía haber dos o tres mil personas, y lo que era peor, la descripción de la mayoría de ellos hacía augurar lo peor: hombres jóvenes y de mediana edad, muchos con ropa de camuflaje o indumentaria skin, banderas españolas con palos excesivamente gruesos cuando no directamente cadenas y bastes de béisbol. Empezaba a temer haber subestimado el riesgo y que los cerca de cuatrocientos agentes convocados para la ocasión fueran insuficientes. Pensó en pedir refuerzos, pero temía que las consecuencias de una fuerza policial excesiva fueran peores aún, en la calle y en la opinión pública, especialmente la española.

Efectivamente, tal y como creía la jefatura de la Ertzaintza, no había un punto concreto de concentración. No hacía falta. La organización de aquella jornada era mucho más compleja que eso, de hecho, eran más como unas maniobras militares, con un ejército preparado para la lucha guerrillera que se esperaba. Cada autocar, cada grupo, conocía su papel. La gran mayoría debían acabar acercándose a la plaza Moyúa, frente a la Subdelegación del Gobierno, para iniciar el avance hacia la plaza Zabálburu y de ahí al Gobierno Vasco. Y sin embargo, todo aquello no sería sino una maniobra de distracción, con el objetivo de atraer hacia aquella ruta al grueso de las fuerzas policiales.
Mientras, veinte grupos especiales formados por entre cinco y quince hombres de confianza y dispuestos a todo se dirigirían a sus objetivos: sedes de partidos nacionalistas, gazteches y otros locales y, en definitiva, cualquier cubil en el que los terroristas y sus amigos pudieran esconderse. Las órdenes eran muy claras: destruir todo lo posible, escarmentar hasta donde fuera necesario, pero sin muertos. Y por supuesto, sin cámaras delante.

A las doce del mediodía casi cuatro mil personas acribillaron la Subdelegación del Gobierno a pedradas y globos llenos de pintura, ante la impasibilidad de las dos docenas de policías nacionales apostados delante. Tras media hora de gritos y consignas en contra del gobierno socialista, el gentío empezó a avanzar por la calle Elcano, que había sido previamente cortada al tráfico y flanqueada por una doble hilera de Ertzaintzas completamente pertrechados para la lucha antidisturbios. En cada bocacalle un par de furgonetas llenas de agentes esperaban para intervenir si fuera necesario, y dos tanquetas se mantenían ocultas a un par de calles de distancia para casos extremos.
A esa misma hora, los grupos especiales salieron de sus escondites y partieron hacia sus objetivos. No sólo estaban preparados, estaban ansiosos de entrar en combate, como ellos mismos decían. También lo llamaban salir de caza, pero esta vez era distinto, era mucho más. En todos los grupos había varios miembros con preparación policial o militar y cada uno se había preocupado de armarse como mejor pudo. Eso significaba mayoritariamente porras, bates y puños americanos, aunque también armas blancas guardadas en la cintura o las botas y en varios casos incluso algo más.

- Todos conocéis el plan – Arengó el que lideraba uno de los grupos a los compañeros. – Tenemos que ir a un bar de ETA y destrozarlo. Sabemos la dirección, pero tampoco tenemos prisa, si por el camino nos encontramos a algún separatista, le damos. Si en el bar encontramos un separatista, le damos. Si alguien nos mira mal, le damos.
- Creo que mañana tendré agujetas – Comentó uno, haciendo reír a los demás.
- Pero acordaos, sin pasarse, que no se os vaya la mano.
- ¿Y si se defienden? – Preguntó un hombre de unos treinta años, flaco y con pelo corto. En la mano llevaba una porra plegable que se extendía en un solo gesto, y no paraba de jugar con ella.
- Si se defienden, les dais hasta que dejen de hacerlo, pero aseguraros de que respiren. Somos héroes, no asesinos. Los asesinos son ellos, ¿estamos?
- Estamos. – Contestaron todos con una única voz, sonriéndose los unos a los otros, satisfechos de sí mismos.

El grupo caminaba a paso rápido pero sin correr, mirando a un lado y a otro de la calle con gesto desafiante. El líder iba delante, mirando de vez en cuando la pantalla de un costoso móvil con navegador GPS incorporado. Casi tocando sus hombros, dos skinheads corpulentos flanqueaban su avance, con la misión especial de proteger al líder en caso de problemas. Tres hombres más, entre ellos el de la porra plegable, avanzaban en silencio detrás de los primeros mientras que dos chicos algo más jóvenes cerraban filas el uno junto al otro echando constantes vistazos a sus espaldas como si temieran un ataque a traición.

La voz había corrido por todo Bilbao y la mayor parte de la población había optado por pasar una tranquila mañana en casa, viendo los acontecimientos en la tele, lejos de cualquier riesgo. No es que no les preocupara la situación, pero para muchos vascos la cotidianeidad de la violencia la había convertido, por encima del rechazo racional, en algo visceralmente repulsivo: esa violencia, amenazante y ciega, fuera del color que fuera, les asqueaba como algo de tipo alérgico, no podían soportarla, y aquella mañana eran muchos los que llegaron a desear que ojalá todos los violentos del mundo se suprimieran los unos a los otros y los dejaran tranquilos para siempre. A pesar de eso, todavía había transeúntes por las calles, pero cuando avistaban al grupo de fachas, como les llamaban en susurros, rápidamente se alejaban evitando mirarlos directamente y maldiciendo su presencia por lo bajo.

- ¡Mirad ése! ¡El del pelo largo! ¡Ahí! – Señaló de pronto uno de los chavales de la retaguardia en dirección a la acera contraria, donde un muchacho de no más de dieciséis años intentaba pasar desapercibido en el interior de un portal. Llevaba el pelo largo trenzado al estilo rastafari, y vestía una vieja camiseta con una logotipo de Mano Negra, el grupo de música. Cuando vio que los fachas le señalaban el pánico le recorrió el espinazo y sin tiempo a pensarlo arrancó a correr en dirección contraria, girando la esquina con la ilusión de perderlos. El tipo de la porra desplegable saltó encima de un coche para perseguirlo, pero un grito del líder de su grupo le detuvo en medio de la calle, los ojos inyectados de sangre.
- ¿Qué pasa? – Gritó con rabia. ¡Dijiste que había que hostiar al que nos mirara mal!
- Es cierto, y te juro que hoy te cansarás de repartir hostias, pero ése no nos interesa, corría mucho, y además en dirección contraria a la nuestra. Guarda tu rabia para el próximo. – Y sin darle tiempo a contestar, añadió. - ¡Vámonos!

La aparentemente desorganizada manifestación avanzaba con suma lentitud, exactamente como se les había ordenado. A cada paso la muchedumbre exaltada gritaba e insultaba a los impasibles ertzaintzas que se protegían tras sus inmensos escudos transparentes de los objetos que los más exaltados les lanzaban. De pronto un cocktail Molotov surgió de un lugar indeterminado y estalló a los pies de un par de agentes, prendiendo rápidamente en sus pantalones. Los manifestantes más cercanos se alejaron entre gritos, pero cientos de voces se alzaron de inmediato clamando victoria, siguiéndoles de inmediato renovados insultos, gritos y amenazas. Las llamas fueron apagadas y los policías heridos relevados por otros dos, mientras las furgonetas abrían sus puertas y los refuerzos se preparaban para intervenir en cuanto llegara la orden.

En las oficinas centrales, el Director General de la Ertzaintza se enteraba simultáneamente de las primeras agresiones en la propia manifestación y de que varios grupos habían sido vistos en diferentes puntos de la ciudad.

- Mierda. – Mordió más que dijo la palabra y levantó rápidamente el teléfono. – Ponme con el Consejero, rápido, y da la alarma, esto tiene mala pinta.
Un minuto después, el comunicador sonaba y su asistente le pasaba al Consejero de Interior del Gobierno Vasco.
- Javier, los hemos subestimado.
- ¿Qué quieres decir?
- Esto tiene mala pinta. La mani es violenta, y han lanzado a varios grupos todavía no sabemos a dónde, aunque me temo lo peor.
- ¿Qué es lo peor? No me asustes.
- Ponte en su piel, ¿qué harías tú? Van a ir a por todo lo que puedan, supongo que las sedes del partido, centros culturales, batzoquis, yo qué sé.
- ¿Podemos pararlos?
- No con lo que tenemos ahora. Jamás imaginamos que fueran tantos, ni que estuvieran tan organizados. Javier, esto lo ha movido alguien, y nos van a joder bien.
- De acuerdo, saca todo lo que tengas a la calle, avisa a todos los que creas que pueden estar en peligro. Yo voy a llamar a Madrid para pedir ayuda.
- Cuidado a quien llamas.
- ¡No me jodas, hombre! ¿A qué viene eso?
- Tú eres el político, piensa quién puede sacar tajada de esto, y después levanta el teléfono, no al revés.
- Joder.
- Sí.

9.10.06

Siete

Ana apuraba su segunda cerveza de la noche y los ojos le brillaban por la falta de costumbre y por lo apasionado de la conversación. Álex la miraba embelesado. Ella le sacaba diez años o más, pero cada vez estaba más colado por ella.
- ¿Te lo imaginas? ¡Televisión!
- Entonces, ¿te irás?
- ¿Qué si me iré? De eso nada: ¡Nos iremos! Te lo dije desde el primer momento Álex, tú cazaste la noticia, el mérito es tuyo.
- Pero tú apostaste por ella, y le diste forma: ha sido un trabajo en equipo.
- ¡Precisamente! Por eso nos iremos los dos a Madrid. Conseguiré que te den trabajo, supongo que no será gran cosa al principio, pero…
- Ana, te olvidas de que estoy estudiando. Me faltan un par de años para terminar, yo no puedo dejar Bilbao así como así.
- ¡Chorradas! Como si en Madrid no pudieras acabar la carrera. Además, a mí nunca me han pedido el título en ningún lado. Vale más la experiencia, eso es lo que te abre las puertas, y eso es lo que te ofrezco ahora. ¿Qué pasa, no quieres venir conmigo?
- Contigo me iría yo al infierno. – Le contestó Álex con un guiño.

Desde que le habían presentado la noticia al jefe de informativos que su vida había dado un vuelco. Ana se había convertido en la cara visible del “equipo”, y Álex la ayudaba en todo lo necesario. Acompañaron al equipo de televisión que cubrió la noticia a nivel nacional, dieron entrevistas a compañeros de otros medios, y por supuesto siguieron tirando de la noticia todo lo que pudieron, que no fue mucho.
Sin embargo, lo que más les sorprendía a los dos era que las autoridades parecían no tomarse la noticia en serio. Tampoco lo sabía a ciencia cierta, porque nadie quería hacer declaraciones al respecto. El portavoz de la Ertzaintza les dijo off the record que le había caído la bronca por no saber qué contestar, y que le habían prohibido volver a hablar sobre el tema, así que no les contó si estaban tomando algún tipo de medidas cautelares. Tampoco los políticos estaban por la tarea de hablar del tema, y todos se escudaban en la excusa de que el duelo del Rey era lo único importante.

Lo cierto es que la capilla ardiente se había convertido por sí misma en una noticia: los más altos dignatarios de medio mundo habían pasado por allí a rendir un homenaje póstumo al hombre y al personaje, y tras ellos, miles y miles de ciudadanos anónimos cuyo adiós era probablemente más sentido aún. El príncipe Felipe dio un único discurso de agradecimiento, guardando la condena, si pensaba hacerla, para más adelante. Ante docenas de cámaras no pudo contener unas lágrimas sinceras al recordar a su padre y con ellas se ganó un poco más a los que pronto serían sus súbditos.

Las declaraciones de políticos, intelectuales y famosos de todo tipo se sucedían, pero las palabras de recuerdo y homenaje pronto se diluyeron en la oleada de críticas que el gobierno recibió. Empezaron varios miembros del partido popular, cuestionando la política antiterrorista oficial y siempre de rebote a la figura del presidente del gobierno. Su discurso era tan homogéneo y contundente que de inmediato caló en muchos otros, que lo repetían adaptándolo a sus propias ideas y convicciones. Cuando los informativos dieron la noticia de que un miembro de la banda armada ETA había sido abatido de un disparo en un enfrentamiento con la policía en Palma de Mallorca, el discurso crítico se endureció y apareció una nueva víctima propiciatoria: los nacionalistas. Ya no se trataba únicamente de los terroristas y sus círculos afines, sino todo aquel que de alguna forma pudiera asociarse a ellos.

En situaciones extremas el binomio conmigo o contra mí siempre florece, pero en lugar de ser con el terrorismo o contra él, la hábil maquinaria propagandística del PP consiguió que fuera con España o contra ella. Así, cualquiera que defendiera posturas divergentes con la de Una, Grande y Libre, entró en el punto de mira del rencor popular. Por una vez, lo nacionalistas e independentistas vascos y catalanes prefirieron callar y esperar tiempos mejores, e incluso los medios de comunicación habitualmente más asociados a la izquierda tuvieron que centrar su esfuerzo en deslegitimar las acusaciones al gobierno, dejando a los nacionalismos –a quienes en el fondo tampoco habían querido nunca en exceso- a merced de la ira popular.
- ¿Y qué crees que ocurrirá el sábado? Pero en serio… - Preguntó Álex cambiando de tema.
- No sé, sabes que en toda España se han convocado manifestaciones unitarias, sea lo que sea que eso signifique.
- Bueno, que cada partido llevará sus pancartas, gritará sus consignas y criticará a todos los demás, pero eso es lo más cercano a la unidad que pueden alcanzar, supongo. – Concluyó Álex con sonrisa burlona.
- Pero la de los fachas es por la mañana, y las otras por la tarde, así que no sé.
- ¿Crees que serán muchos?
- ¿Los fachas? Ni idea, pero por pocos que sean, no me gustaría estar muy cerca cuando empiece el jaleo.
- Ya, ni a mí, pero es que no alcanzo a imaginar qué ocurrirá exactamente. Quiero decir, ¿será como las manis abertzales? ¿Quemarán contenedores, volcarán coches y romperán escaparates? ¿O habrá algo más? ¡Ya escuchaste a los skins!
- Sí, ¡mil veces! – Y los dos se rieron. – No sé, lo malo será si les da por ir a por alguien, ¡podría haber un linchamiento!
- Hombre, supongo que los vigilarán, ¿no? Los ertzaintzas o quien sea.
- Ya, ¿pero cómo paras tú a esa gente? ¿Con pelotas de goma? Ya te digo, yo por si acaso no voy a cubrir esa noticia. Prefiero verlo desde casita.
- ¿Me invitas? – Disparó Álex rápidamente.
- ¿A qué?
- A tu casa, a ver las noticias el sábado.
- Oye, ¿tú cada día le echas más morro, no?

Al día siguiente, viernes, se celebró el funeral del Rey Juan Carlos I de España. Casi dos millones de personas asistieron al desfile de la cabalgata fúnebre. Veintidós jefes de estado y cincuenta y tres altos dignatarios de más de sesenta países distintos. Veinticinco mil policías y soldados, tanques y aviones de combate vigilando cada rincón y cada instante. España entera pegada a los televisores siguiendo el acontecimiento. Fue un adiós sentido, sincero, y cuando el último acto de la ceremonia acabó el dolor se convirtió en rabia. La gente apenas podía esperar al sábado para gritar su furia, paradójicamente bajo consignas de paz. Aquella noche los altos cargos del partido popular quemaron sus últimos cartuchos para inclinar la balanza de su parte y asegurarse de que las manifestaciones fueran el preludio de un golpe de estado democrático como el que, según su opinión, había perpetrado el PSOE tras el fatídico 11-M. Era el momento de devolverles la pelota, y no pensaban fallar.

Con toda la movida, Álex llevaba casi una semana sin ir a clase. El viernes por la noche se acercó a casa de Goiko, uno de los pocos compañeros de clase que tomaba apuntes y los prestaba sin protestar demasiado y cogió todo lo que pudo y algo más. A cambio le prometió su puesto en la Ser si al final se iba a Madrid, lo cual no tenía todavía nada claro, aunque supusiera perder a Ana de vista, probablemente para siempre.

Goiki vivía a siete manzanas de su bloque de apartamentos y la noche era agradable, así que Álex decidió volver dando un paseo: dejaría todos los apuntes en casa y después cogería un metro hacia el centro para encontrarse con los amigos. Llevaba un par de manzanas abstraído en sus cosas cuando una voz familiar le hizo detenerse como si un chorro de nitrógeno líquido le hubiera congelado los pies.
- Nos has hecho famosos, ¿eh? – Le soltó el skinhead que había entrevistado en la universidad. No estaba sólo, pero tampoco estaba con los cuatro rapados de la última vez. En su lugar Álex pudo contar a una docena de tipos de diferente aspecto, muchos de ellos rapados, que se esperaban unos pasos más allá. Sintió que le temblaban las piernas.
- Bueno, usé lo que tú me contaste, pensé que incluso te ayudaría, ¿no?
- Es cierto, es cierto, hiciste un buen trabajo. Al principio me echaron la bronca, pero después parece que acerté. – Y el tipo se rió unos segundos antes de soltar un ruidoso escupitajo en la acera. – Pero tienes que hacer algo más por mí, ahora que somos socios en esto. – Definitivamente, Álex se puso a temblar de cuerpo entero, y agradeció que la penumbra disimulara algo de su pánico.
- Claro, lo que sea. – Mientras, miraba a los acompañantes de su “socio”. Todos llevaban botas de tipo militar, e incluso algunos vestían ropa de camuflaje. Un par de ellos bromeaban con unos bates de béisbol, mientras otro se ejercitaba con un árbol dando unas hábiles patadas de karate.
- Quiero que mañana vengas con nosotros. Te traes una cámara y lo filmas todo. Puedes hacer eso, ¿no?
- ¿Qué? ¡No! Quiero decir, ojalá, pero yo soy de la radio, no tengo cámara, sólo mi grabadora… ¡que por cierto se me ha escoñado! ¡Tengo que comprar una nueva!
- ¿Te estás quedando conmigo, o qué? – Le preguntó el skin acercándose a él como había hecho el día en que le entrevistó cuando le agarró el micrófono, sólo que esta vez le cogió del cuello de la camisa y le empujó contra la pared. Tras ellos, el grupo se quedó en un silencio tenso, como la jauría de perros a punto de recibir su comida. Álex se quedó callado, diciendo que no con la cabeza. – Mira, no te lo estoy preguntando. Mañana te quiero ver en la calle Elkano a las once y media, con tu cámara y tus cosas. Solo. Ni se te ocurra acercarte al punto de reunión porque como esos vean mañana a un periodista se lo comen con patatas fritas. – Dijo señalando al grupo, que se había relajado, decepcionado, al ver que no ocurría nada.
- ¿Pero entonces para qué me quieres a mí? ¿Y si les da por comerme sin patatas ni nada?
- No te preocupes, irás conmigo, y todos sabrán que estás ahí porque nosotros te hemos llamado.
- Pero no lo entiendo, ¿para qué?
- No queremos periodistas que filmen lo que les dé la gana y después lo cuenten todo a su modo. Tú grabarás lo que yo te diga, nada de directos, y después se lo enseñarás a España, como hiciste la otra vez. Coño, no sé de qué te quejas, ¡será la exclusiva de tu vida! – Álex intentó sonreír pero sólo logró hacer una mueca bastante ridícula. Pero el skin no le miraba. A él tampoco le gustaba la idea de hacer de niñera de aquel aprendiz de periodista, pero había sido su castigo por irse de la lengua, y ahora tendría que tragar con las órdenes recibidas. En ningún momento se le habría ocurrido desobedecerlas, ni que fuera por los nuevos amigos que le acompañaban y que tenían la misión de protegerles al día siguiente del resto de la manada, así como de asegurarse de que él y el periodista cumplían con su parte. El vigilante vigilado.

Después del inesperado encuentro, Álex esperó a que el grupo desapareciera tras la esquina para apoyarse en la pared y deslizarse lentamente hasta quedar sentado en el suelo. Todavía temblaba. Sacó su teléfono móvil y llamó a Ana.
- ¿Dormías?
- No soy tan vieja, chaval. Estoy tomando unos pinchos con unas amigas.
- ¿Y qué llevas puesto? – Bromeó Álex sin saber de dónde le salían las ganas.
- Idiota. Oye, qué pasa, tienes la voz rara.
- No te lo vas a creer, Ana, no te lo vas a creer.

8.10.06

Seis

Cogieron el vuelo a Londres de las cinco de la tarde. El Escorpión y Aitana tenían pasaportes franceses y se hacían pasar por una pareja de recién casados de ruta por Europa. Tono iba en primera como ejecutivo y el Bruto se había tenido que quedar en el piso franco para acabar de cerrar algunos detalles. Saldría dos días más tarde con destino a Marsella, y de allí a Córcega, donde pasaría unos meses en compañía de los independentistas corsos: unas auténticas vacaciones para él.

El Escorpión estaba nervioso. Nunca se movían en grupo por la sencilla razón de minimizar los riesgos, pero Mallorca se había puesto imposible, con policías y controles por todas partes, y tenían que salir de allí cuanto antes. No podían volver a casa porque el Escorpión sabía que los suyos no le perdonarían lo que había hecho, al menos no durante un tiempo, así que ellos también se tomarían unas vacaciones. Por supuesto lo había planeado todo con antelación, y tenían fondos suficientes para al menos un año si sabían administrarlos bien. Tono y el Bruto harían sus propias vidas, y Aitana y él seguirían juntos. La chica estaba loca por él, y el Escorpión se dejaba querer, quizás incapaz de nada más.

El control del aeropuerto estaba repleto de guardias civiles armados hasta los dientes y perros policía, pero ellos estaban limpios y sus papeles eran de lo mejor que se podía comprar, así que pasaron sin mayores problemas que un cinturón que pitó en el detector de metales. Tono se dirigió con paso seguro a la sala VIP y leyó la prensa tranquilamente hasta el momento de embarcar, mientras la pareja se tomaba un tentempié en una de las cafeterías. El Escorpión aceptó algunos arrumacos como parte del papel, aunque no era un hombre muy dado a ese tipo de exhibiciones en público. Aitana decidió aprovechar la ocasión.

Durante todo el vuelo hablaron de tonterías, del buen tiempo de Mallorca, de las playas, la comida y el vino, por supuesto todo en un perfecto francés, y al llegar a Gatwick se subieron a un taxi y Aitana, la única que chapurreaba inglés, dio una dirección del centro. Tono tomó otro taxi y dio la misma dirección, y hasta que no estuvieron los tres en el pequeño apartamento alquilado no se relajaron definitivamente. Lo habían logrado. Nadie sabía que estaban allí.
- ¿Qué sabemos de los nuestros? – Preguntó Tono, deseando que alguien le diera buenas noticias. La idea de pasar un año o quien sabe cuánto tiempo lejos de su gente no le atraía demasiado, y en el fondo deseaba que todo se arreglara y volviera a ser como antes. Como su líder, Tono se oponía a la negociación con el gobierno, pero le faltaba la convicción y el carácter del Escorpión.
- Nada. No he contactado con ellos y ellos no tienen forma de contactar con nosotros.
- ¿Sabrán que hemos sido nosotros? – Volvió a preguntar Tono.
- ¿Conoces a muchos más capaces de hacer lo que hemos hecho? ¿A muchos más capaces de ese tiro? – Le contestó Aitana con un punto de orgullo en la voz. Ella sí se sentía segura, aunque en el fondo le bastaba estar cerca del Escorpión para sentirse segura, y la idea de pasar el próximo año con él le parecía fantástica.

Tono suspiró ruidosamente pero no dijo nada más. Él no participaba en la toma de decisiones, así lo había escogido y así seguía prefiriéndolo. Él era un soldado, y lo único que pedía eran órdenes claras, un líder competente y un objetivo que alcanzar. Y desde que estaba con el Escorpión tenía todo eso y más, así que no había de qué quejarse. Tan sólo hacía dos días que habían realizado la ejecución con éxito, pero como siempre le ocurría, parecía como si hubiese sido hacía una eternidad. Un camarada le contó una vez que eso era por la tensión, cuando se liberaba tanta tensión acumulada eso afectaba a la percepción y a la memoria, alejando y minimizando el origen de esa tensión. En cualquier caso, para Tono todo era ya agua pasada, y sin embargo, todos los periódicos dedicaban la mitad de sus páginas a hablar del Rey, del gobierno, de ETA. Artículos, reportajes, análisis, de todo. Lo que más le sorprendió fue la noticia de que algunos fachas iban a ir a Bilbao a hacer una manifestación, pero con ganas de bronca. Por un momento se imaginó la situación y casi le entró la risa
- ¿Y esa sonrisa idiota? – Le preguntó Aitana, siempre demasiado agresiva.
- Pensaba en una cosa que he leído en el periódico, lo de los nazis que irán a Bilbo.
- Lo escuché ayer en la radio, por la noche. No sé si es cosa para reírse.- Contestó el Escorpión.
- No me he enterado – comentó Aitana, interesada al ver que a su hombre le preocupaba el tema. - ¿Qué es eso de los nazis?
- Parece que los fachas están intentando convocar una mani en Bilbo, y claro, no van a ir para aguantar pancartitas. Esos querrán liarla. – Le explicó Tono.
- El tema es saber cuántos podrán convocar. Si son cuatro matados, supongo que los nuestros se encargarán de darles una patada en el culo y enseñarles el camino de vuelta. Pero si logran convocar a mucha gente…
- ¿Mucha gente? ¡Y una mierda! – Le contestó Aitana. – Pueden juntar mucha gente para llorar y todo eso, lo del Basta ya y esas chorradas, pero nadie se atreverá a ir a nuestra casa a buscar jaleo, porque saben que lo encontrarán. Sabemos defendernos.
El Escorpión se quedó pensando unos segundos, y finalmente sacudió la cabeza como si desechara una idea incómoda.
- Supongo que tienes razón. Se juntarán cuatro, romperán algunos cristales y se irán a casa a contarles las batallitas a los amigos. Sólo espero que nadie sea tan idiota como para cruzarse en su camino.
Después de eso se instalaron en las dos únicas habitaciones del apartamento y se repartieron las tareas. Como Tono también hablaba algo de inglés se encargaría de comprar las cosas que hacían falta, comida y todo eso. El Escorpión y Aitana irían a comprar una tele, y aunque no se lo dijeron a Tono, también necesitaban condones. Se volverían a encontrar antes de la cena y pasarían la noche tranquilamente en casa, empezando a planificar el siguiente año.

Ya en la calle, Aitana reunió el valor suficiente para preguntarle al Escorpión cuando llamaría a casa. Él no contestó y siguió andando mirando al frente, mientras un escalofrío le recorría el cuerpo haciéndolo temblar por un instante: en Londres todavía hacía frío, pero sobre todo era la jodida humedad. Aitana se giró hacia él y repitió la pregunta con la mirada. No es que le importara mucho una temporada de exilio, incluso podía ser el marco perfecto para lograr que los sentimientos de aquel hombre frío se templaran un poco, pero a ella le gustaba saber las cosas a ciencia cierta, sin hipótesis ni suposiciones.
- Sabes que no les habrá gustado.
- Claro.
- Me ordenarán volver, y me harán un consejo de guerra.
- A todos.
- No, vosotros sólo me seguíais, la responsabilidad es mía.
- A la mierda, nosotros no funcionamos así, estamos juntos en esto.
- Da igual, a mí no me juzga nadie. Si me llaman, no iré.
- Vale, pero quiero saberlo, quiero escucharles decirlo. Si no nos quieren nos iremos, pero que nos lo digan. ¿Vale?
- Vale. Llamaré esta noche a Donosti para que me digan en qué número localizarlos y veremos qué ocurre.
Siguieron paseando y por un momento Aitana sintió la tentación de colgarse del brazo de su hombre, pero desechó la idea mordiéndose una sonrisa fugaz por su estupidez. Encontraron una tienda de electrodomésticos y entraron para comprar un televisor pequeño que pudieran llevarse a cuestas.

En ese mismo momento, el Bruto caminaba por un parque industrial a las afueras de Palma. Había estado quitando las letras de plástico de la furgoneta y también le había cambiado las placas y limpiado el interior de la cabina. Normalmente no se tomarían tantas molestias, dejarían la furgoneta tirada o incluso le prenderían fuego y listos, pero esta vez el Escorpión quería que todo fuera muy limpio, muy discreto. El Bruto pensaba que en el fondo nadie quería cargar con el muerto de haberle pegado un tiro al Rey, ni siquiera el Escorpión, y por eso estaban limpiando todas las huellas. Se imaginó lo que harían los maderos si trincaban a alguien por aquello, y deseó no estar en su lugar.
Cuando tenía diecinueve años la guardia civil lo había detenido en un registro en una erriko taberna y había pasado dos noches en el cuartelillo bajo la ley antiterrorista. Habían sido dos noches en el infierno. No recordaba cuántas veces le habían puesto la bolsa de plástico en la cabeza, asfixiándole hasta perder el conocimiento, pero lo que no olvidaría jamás fue ver cómo se les estropeaba el cacharro eléctrico del que salían los electrodos que ya tenía puestos en los huevos. En ese momento pensó que algún puto ángel se había apiadado de él, pero la paliza que le dieron después los frustrados torturadores le ayudó a olvidar al ángel en cuestión. Al final lo soltaron, sin cargos, sin nada, sólo la amenaza de que si los denunciaba por malos tratos irían a por su madre. A los diecinueve todavía no había hecho nada malo, prenderle fuego a un contenedor en una manifestación como mucho, pero después de aquello se metió de lleno en el Movimiento de Liberación, y en un par de años participaba en su primer atentado. Estaba lleno de rabia, y ya nunca más se la quitó de encima.

Atravesó caminando todo el parque industrial hasta llegar a la avenida que le llevaría a la ciudad. Había un autobús que pasaba por allí cada hora, y justo cuando alcanzó a ver la parada el autobús salía sin que el conductor pudiera o quisiera verlo corriendo y gesticulando para que parara. Llegó a la marquesina jadeando y sudando, maldiciendo al conductor y a parte de su familia. Se sentó en la banqueta de plástico y estiró las piernas, disgustado por la perspectiva de perder allí una hora sin hacer nada. Tras cinco minutos estaba ya tan nervioso que se puso de pié y empezó a leer el cartel informativo, los horarios y rutas de los autobuses y todo lo que estaba a su alcance. Otros diez minutos más tarde decidió volver a casa caminando. Habría recorrido la mitad del camino cuando un coche de la policía nacional pasó por su lado y se detuvo cien metros más adelante. El Bruto titubeó un instante y luego siguió caminando al mismo ritmo, en la misma dirección. No llevaba encima ni un triste pincho de cocina, así que se si iban a por él estaba perdido. Al llegar a la altura del coche patrulla las dos puertas se abrieron y los agentes salieron despacio, como por casualidad.
- Buenas tardes, caballero. – Dijo uno, insinuando un saludo militar con el brazo derecho. - ¿De vuelta a casa?
- Pues sí, ya toca. – Contestó el Bruto. – Pero se me ha escapado el jodido autobús y he decidido ir andando: me muero por una ducha.
- ¿Podríamos ver su documentación, por favor? Será sólo un minuto. – El agente sonreía, pero el Bruto pudo ver por el rabillo del ojo como el otro había rodeado el coche y se había puesto tras él, una mano apoyada en la culata de su pistola reglamentaria. - ¿Caballero? – Insistió el agente.
El Bruto no llevaba papeles. Sólo tenía el pasaporte francés que debía usar para salir de la isla, y aún ése estaba en casa. Tampoco le habría servido de mucho, después de decir que volvía a casa, y con su acento cerrado. Titubeó.
- ¿Documentación? Joder, ya es casualidad, hoy mismo me han robado la cartera de la taquilla. Mañana pensaba acercarme a la comisaría a denunciarlo. ¡Qué putada, oigan!
Mientras el agente que le había hablado perdía la sonrisa y acercaba la mano a su cinturón, el de detrás sacaba su pistola, aunque apuntaba al suelo, o más bien a los pies del Bruto.
- Tendrá que acompañarnos. En comisaría podrá poner la denuncia. – El tono de voz del agente se había endurecido, y no perdía de vista las manos del Bruto, que colgaban inertes a ambos lados de su cuerpo. No podía volver a entrar en una comisaría. Le descubrirían. Le destrozarían. No podía volver a pasar por aquello. Se había jurado que jamás volvería a pasar por aquello.
De repente el Bruto dio un salto hacia atrás y cayó con fuerza sobre el cuerpo del policía que le vigilaba pistola en mano. Éste no tuvo tiempo ni de sacarle el seguro a su arma, y ambos cayeron al suelo, golpeándose el policía la cabeza contra el asfalto y quedando aturdido. El otro agente intentó sacar su arma mientras le daba el alto, pero olvidó desabrochar la pistolera y tuvo que forcejear por un instante. El Bruto aprovechó y empezó a correr haciendo un leve zigzag, esperando escuchar una detonación de un momento a otro. El policía le dio de nuevo el alto mientras sacaba finalmente su automática y separaba las piernas de forma inconsciente para asegurar el tiro. El Bruto no llegó a escuchar la detonación, sólo sintió un terrible empujón justo en el centro de la espalda, y la columna vertebral le estalló en mil pedazos mientras su cuerpo volaba hacia adelante un par de metros y caía al suelo ya sin vida. Los dos policías se acercaron a la carrera sin dejar de apuntarle, y el que había caído al suelo lo sacudió con el pie en busca de una reacción.
- Mierda, yo apuntaba al hombro.- Dijo el otro
- Ruega porque sea de la ETA, y serás un héroe.