7.10.06

Cinco

Adolfo Martín acababa de hacer la vigésimo séptima llamada de la mañana. Colgó con un suspiro y miró a su alrededor. Tres compañeros más ocupaban sus respectivas mesas y hacían sus propias llamadas. Adolfo miró su lista: le quedaban más de un centenar de números por marcar, pero el resultado estaba siendo inmejorable. Más de un ochenta por ciento de éxito. A su derecha, Borja colgó su teléfono y anotó algo en su propia lista.

- ¿Cómo vamos?
- Perfecto, perfecto, casi todo el mundo va a venir. Esto ya no lo para nadie, Adolfo.
- Yo estoy teniendo algunos problemillas. – Dijo un tercer convocante, después de terminar su última llamada. Parece que en el sur no acaba de cuajar la convocatoria.
- ¿Qué te dicen? – Le preguntó Adolfo.
- Bueno, lo típico, que si se nos puede ir de las manos, que si el viaje es demasiado largo y cualquier parida que se les pueda ocurrir.
- Putos andaluces, son vagos hasta para limpiar España de terroristas. – Sentenció Borja.
- No es por vagos, es por el calor, que les reblandece el cerebro y los vuelve flojos de espíritu. – Añadió Adolfo, que había vivido un par de años cerca de Málaga. – Son buena gente, pero no tienen los mismos valores que nosotros, la misma fuerza. Por uno bueno que te encuentras, hay diez que no valen para nada. Por eso son todos socialistas. – Los demás rieron la ocurrencia con ganas. Finalmente el cuarto convocante colgó su teléfono y dijo exultante:
- ¡Todo el puto levante se va a subir a los autocares para arrasar Bilbao!
- ¿Cuántos tenemos? – Preguntó Adolfo a todo el equipo. – De Madrid tengo como poco a unas dos mil personas. Doscientos o trescientos pretorianos, de los más duros, ultras, skins, de todo. Sólo esos acaban con los etarras en una mañana, si les dejan.
- De Valencia y Alicante pueden salir unos quinientos, más los que se sumen a última hora. Yo creo que unos cien pretorianos. Habrían preferido arrasar Barcelona, pero no le harán ascos a unos cuantos cabrones vascos.
- Del sur un centenar, aunque no sé con cuántos podemos contar para la acción. Ah, sí, los de la Hermandad me han dado unos contactos, tendremos avituallamiento para unas mil personas durante tres días. Ellos se ocuparán de mandarlo a donde les digamos de Bilbao.
- ¿Mil personas? ¿Y el resto? – Preguntó Borja.
- No te preocupes, está de puta madre. Hay que sumar esfuerzos, no exprimir a nadie. Buen trabajo Carlitos. ¿Y tu Borja?
- Bueno, a mí me habéis dejado lo más jodido, pero hemos montado dos autocares en Barcelona, llegarán hasta las cercanías de Bilbao y allí se separarán en grupos más pequeños, como habíamos dicho. Los gallegos también mandan a un grupo de pretorianos que acojonan.
- ¿Y eso?
- Bueno, no se lo digas a nadie –dijo con un guiño- pero son gente de seguridad de los narcos. Esos vendrán con equipamiento para lo que haga falta. – Añadió simulando una metralleta con las manos. – Y finalmente de allí mismo, de los vascos, tengo otro batallón para cagarse. Un puñado de fieles de allí, poca cosa, pero sobre todo nuestros hombres de la guardia civil, de la nacional, incluso del ejército. ¡Me han dicho que un grupo de las fuerzas especiales se ha pedido unos días libres para venir a la fiesta! – Adolfo se puso súbitamente serio ante esas últimas palabras.
- Chicos, esto tiene que quedar muy claro: no es una fiesta. Si todo sale como queremos, esto va a ser muy serio. Habrá bajas. Habrá consecuencias. Muchos se rajarán antes de que todo acabe, pero los que se queden verán como España vuelve a unirse alrededor de un ideal, alrededor de nuestra fuerza, de nuestra razón. ¿Lo habéis entendido? – Todos asintieron en silencio, recuperando la gravedad de sus expresiones. – ¡Pues volvamos a trabajar, y hagamos que todos los putos separatistas, rojos y terroristas se enteren de que España es nuestra, no suya!

Mientras todos volvían a los teléfonos con renovado entusiasmo, Adolfo se quedó pensando un momento. Tres o cuatro mil hombres, la mitad de ellos dispuestos a todo. Eso era casi un ejército. Pero ¿quién sería el enemigo a abatir? Sus contactos en las altas esferas le habían garantizado que nadie movería un dedo para pararlos, al menos no en las primeras veinticuatro horas, pero estaba la Ertzaintza, sobre la que los suyos no tenían control, y estaban los propios terroristas, bien armados y con muchos contactos en la zona. Si todo iba mal, podía haber un verdadero baño de sangre. Adolfo se tiró del labio inferior en un gesto inconsciente que repetía desde que era un niño y que denotaba su preocupación. Lo que más le preocupaba, sin embargo, era la reacción de la población. Todos contaban con que España entera estaría indignada y deseosa de venganza, pero Adolfo mantenía la duda de que si aceptarían que ellos tomaran la justicia por su mano. No creía que nadie se atreviera a decirles nada, menos aún a intentar detenerlos, pero si surgía una voz de protesta podrían unirse otras, y entonces los socialistas podían decidirse a intentar detenerlos. ¿Qué harían entonces las fuerzas de seguridad o el ejército? ¿A quién respaldarían? Sabía que muchos altos mandos estaban de su lado, pero ya el 23-F les habían fallado en el último momento. Aunque ahora ya no estaba el Rey, claro, y el Príncipe no tenía el mismo prestigio en el ejército, él no podría controlarlos si había un nuevo Levantamiento.

En ese momento sonó un teléfono en la oficina, ninguno de los cuatro instalados expresamente para la convocatoria. Adolfo se levantó de un salto y se dirigió al despacho en el que sonaba el timbre.

- Adolfo – Dijo con voz firme.
- Me acaban de llamar del PP, quieren saber de qué va todo esto. Al parecer la prensa se ha enterado y está saliendo en la tele. – Adolfo reconoció la voz. Era uno de los peces gordos, los que financiaban toda aquella campaña, de hecho, ellos lo financiaban todo, incluso su sueldo como liberado.
- ¿Qué les ha dicho?
- Que será una manifestación, que quizá haya algo de bronca y poco más. Nos hemos pasado mucho tiempo a su sombra, aguantando sus órdenes y también su cobardía. Y cuando tuvieron la sartén por el mango no hicieron nada bueno y dejaron que los socialistas volvieran ganar. No, ¡esta vez la lucha es nuestra, y nuestra será la recompensa!

Adolfo se dio cuenta de que el jefe había salido caliente de la conversación con el PP y se estaba desahogando con él. Bien, podía aguantar eso y mucho más. Además, siempre se podía sacar un provecho posterior a ese tipo de situaciones. Adolfo le informó de los progresos de la convocatoria y discutieron algunos aspectos de la estrategia global a seguir. Sin embargó se calló sus temores, evitando ofrecer una imagen dubitativa, débil. Esa no era una cualidad especialmente valorada en su mundo. Cuando colgó se sentía algo más reconfortado, sabía que en el peor de los casos él habría cumplido con su papel y habría gente importante que sabría recompensárselo.

6.10.06

Cuatro

- La clave de todo está en reaccionar rápido, más rápido que ellos. – Dijo AC apoyándose con ambas manos en la mesa de reuniones.

La asamblea extraordinaria en pleno llevaba más de tres horas discutiendo y planificando la estrategia a seguir a corto y medio plazo ante los últimos acontecimientos. En sus últimas declaraciones ante los medios, el Ministro de Interior había informado a los españoles de que todo indicaba que la autoría del atentado podía atribuirse a ETA, aunque todas las líneas de investigación estaban abiertas. Por otro lado, ningún comunicado de la banda terrorista había reivindicado aún el regicidio, y los portavoces habituales del movimiento de liberación vasco permanecían extrañamente mudos.

España estaba a punto de irse a dormir con el corazón encogido de dolor. El difunto rey Juan Carlos I había sido un personaje muy querido por todos, incluso los republicanos manifiestos confesaban su aprecio por un hombre educado, simpático y correcto, muy en su papel, siempre moderado y conciliador. La vida discreta de la familia real –en parte gracias al silencio tácito de los medios de comunicación ante cualquier desliz- había contribuido también a esa aprobación de la sociedad española, aunque sin duda el momento decisivo se había producido durante la valiente actuación del Rey la noche del golpe de estado de Antonio Tejero, cuando el monarca luchó por controlar las riendas de un ejército desbocado y lo puso de nuevo bajo el control de las instituciones democráticas. Su muerte a manos de unos terroristas suponía un golpe personal para muchos españoles, como si hubieran matado a un familiar lejano, a alguien querido y respetado. Además del dolor, en muchos hogares el odio se cocía a fuego lento, a medida que pasaban las horas frente a los televisores, viendo imágenes, escuchando declaraciones, señalando al culpable.

- El objetivo está claro, hay que conseguir echarle la culpa al gobierno. – Señaló un miembro de la mesa, repitiendo lo que ya se había dicho varias veces.
- ¡Y a los nacionalistas! – Apuntó otro.
- Todos habéis leído los manuales: un único objetivo en cada ataque.
- ¡Pero los nacionalistas no se pueden librar de ésta!
- Es sencillo. - Uno de los expertos en propaganda política tomó la palabra – Los nacionalistas serán el culpable natural. No hará falta apenas mencionarlos, porque todos lo sabrán. Nuestro discurso debe enfocarse contra el gobierno, y sólo hará falta añadir la consabida coletilla referente a sus socios para que todos sepan de lo que hablamos.
- Entonces estamos de acuerdo: el responsable último de la muerte del Rey es una política antiterrorista débil, más preocupada en pactar y rendir España a las exigencias de los asesinos que en imponer la paz con la razón y la fuerza del Estado.
- El gobierno se ha plegado a las exigencias de sus socios separatistas, y la primera factura ha llegado.
- Cuidado con el vocabulario, eso de separatistas que lo digan otros. – Señaló el experto en propaganda.
- Ésa es otra. – Señaló un ex ministro. – Tenemos que conseguir que los medios den cobertura a algunos extremistas, para que nos hagan el trabajo el sucio.
- Y de paso les enseñen los dientes a los españoles, para que se den cuenta de que nosotros no somos los malos. ¡O al menos no tanto! – Y todos rieron la gracia con ganas, deseosos de descargar algo de la tensión y el cansancio que empezaba a cargarles las espaldas y las neuronas.

Después de aquella reunión, la maquinaria siguió funcionando, más rápido aún si cabe. Se redactaron media docena de discursos para diferentes personas y actos, y se construyo el decálogo base, un listado de frases que en un momento u otro cualquier miembro del partido que hablara ante un micrófono debería pronunciar, a su modo por supuesto, pero siempre fiel a su significado y orientación. Ésa era una de las herramientas más efectivas del método propagandístico del PP, la repetición constante de una idea o consigna, de modo que el electorado la recibiera varias veces y de diferentes fuentes, asimilándola finalmente como una certeza, o al menos una sospecha. La muerte del rey les daría muchas oportunidades para hablar, muchos minutos antes las cámaras, y si golpeaban primero y fuerte, el gobierno no podría ni sabría reaccionar.

Pasada la medianoche todos volvieron a sus casas para descansar un poco y prepararse para la gran batalla del día siguiente. Todos los periódicos nacionales y regionales habían recibido ya el pertinente comunicado de prensa y el país amanecería con las declaraciones del presidente del PP, varios presidentes autonómicos y personajes afines al partido. Todos repitiendo el mismo mensaje: la culpa es del gobierno.

A la mañana siguiente, la primera reunión estaba convocada a las ocho de la mañana. En sus coches oficiales, todos leían con avidez los periódicos y escuchaban su emisora de radio favorita. Incomprensiblemente, algo había ido mal.

- ¿Alguien ha escuchado la COPE esta mañana? Empiezo a estar cansado de Federico, ¡cada día está peor!
- ¿Y el ABC? ¡Y la Razón!
- ¡Y tantos otros! ¡Se nos han saltado!
- A ver, a ver, calma. – Exigió MR. – Para algo tenemos un jefe de prensa: Joaquín, cuéntanos la situación.
- En resumen, nuestras declaraciones han quedado en segundo lugar en la gran mayoría de periódicos. A los socialistas no les ha ido mucho mejor. Los medios han optado por editorializar los contenidos. Han dicho lo que les ha venido en gana, vamos.
- ¿Y es?
- Los socialistas se han centrado en el dolor y la indignación, y por supuesto docenas de páginas contando la historia del rey y preparando a la población para la sucesión. Los nuestros han dado un paso más y han entrado de pleno en las acusaciones.
- ¿Al gobierno?
- Al gobierno, por supuesto, pero sobre todo a los nacionalistas, a todos.
- ¿Cómo a todos?
- Sí, no sé si es coincidencia o si lo han hablado antes, pero hay una línea coincidente en señalar al nacionalismo como culpable último, por colaboracionismo, por su silencio, o peor.
- Bueno, eso no es malo, ¿no? – Preguntó uno de los más jóvenes de la reunión.
- Es peligroso. Ésa baza siempre es peligrosa. Presionar demasiado a los nacionalistas siempre les ha dado más votos, más poder. ¿Por qué ese posicionamiento, Joaquín?
- No lo sé, esta mañana he intentado sondear a mis contactos, pero no les he sacado nada.
- ¿Y Losantos? ¿Le habéis escuchado? – Insistió el primero. – ¡Pero si casi estaba llamando a la guerra santa!
- ¿Qué quieres decir?
- Joder, decía que había que pararle los pies al terrorismo, que a donde no llegara o no se atreviera el gobierno deberían ir los propios ciudadanos, los defensores de España… ¡Estaba más rabioso que nunca!
- ¿Y las tertulias de la mañana? ¿Cómo van?

En ese mismo momento entró en la habitación uno de los miembros del equipo de prensa y susurró unas palabras al oído de Joaquín Molleda. Este abrió los ojos de par en par y pidió silencio mientras se levantaba y sintonizaba en el gran televisor que ocupaba un lateral de la sala las noticias de CNN+. En la pantalla, la locutora habitual hablaba junto a una imagen de la Catedral de la Almudena, donde se empezaba a preparar la capilla ardiente para el rey.

“Nos llegan noticias de última hora. Fruto de las investigaciones realizadas por un equipo de la Cadena Ser en Bilbao, se ha sabido que un movimiento de ultraderecha está organizando una gran concentración en esta ciudad vasca con asistentes venidos de toda España. Pese a que la organización se niega a hacer declaraciones, la convocatoria se está realizando mediante correos electrónicos, mensajes en los móviles y otros métodos similares, y el tono claramente amenazante de esa convocatoria hace temer el estallido de la violencia.”

A continuación el informativo emitió las declaraciones de unos individuos descritos como skinheads en las que se hablaba de cacería, de acuchillamientos, y se mencionaba la terrible noche de los cristales rotos como referente. Después se entrevistaba al portavoz de la Ertzaintza que sin decirlo dejaba claro que no sabían nada del tema y que no habían decidido si tomarlo a broma o preparar a todos sus efectivos para una jornada de violencia sin igual.

- ¿Alguien sabía algo de esto? – Preguntó MR. Nadie contestó. - Enteraros. Averiguad quién lo está montando, qué quieren hacer y hasta que punto nos conviene o podemos usarlo. No quiero que se nos vaya nada de las manos, ¿de acuerdo?

Un par de personas, las más vinculadas con el movimiento de ultraderecha, se levantaron y salieron de la habitación con los móviles pegados a la oreja. Iban a apagar la televisión cuando la viceministra primera del gobierno apareció en pantalla e hizo su declaración, exigiendo a todos los provocadores habituales que actuaran con prudencia y sentido de la responsabilidad, en lugar de ser instigadores del odio y la crispación. Sin decirlo, estaba responsabilizando al PP de aquella convocatoria y de lo que pudiera ocurrir en ella. Un punto para el gobierno, empatados con la oposición.

- El cabrón de Polanco les ha avisado primero para que tuvieran la declaración a punto.

5.10.06

Tres

Álex estudiaba tercero de periodismo en la universidad de Leioa, Bilbao. Él no era vasco, era del Hospitalet, pero no había sacado nota suficiente para entrar en la facultad de Barcelona y había escogido Bilbao como segunda opción, con la idea de pedir el traslado de expediente en cuanto se sacara primero. Lamentablemente, estudiar en Deusto era muy difícil, y tras tres años todavía tenía una asignatura colgada de primero, un par de segundo y todas las de tercero por delante. Ya le se lo habían advertido, pero nunca creyó que fuera tan difícil. Por supuesto el problema no estaba en la complejidad de la carrera, ni se trataba de un problema de idiomas o integración, más bien al contrario: Álex se había integrado tan bien, lejos de casa y del control paterno, que no había una sola juerga del campus que se perdiera, un piso de estudiantes al que no hubiera acudido con un pack de cervezas en la mano o una partida de mus en la que no hubiera participado. Álex era el centro de la fiesta.

Euskadi, la universidad, la libertad, todo junto se había convertido en un verdadero viaje iniciático para Álex. Más allá de las juergas y las borracheras, había descubierto un mundo de matices, de ideas, en parte gracias a sus compañeros de piso, amigos y conocidos, en parte por algo tan biológico como dejar de ser un niñato para pasar a ser una persona. Álex había empezado a leer en Bilbao. Había tenido sus primeras conversaciones serias sobre política, religión o sexo. Había escuchado a gentes de todos los colores y había empezado a formarse su propio esquema de valores. Deusto no es lugar sencillo, nada en Euskadi es sencillo cuando se trata de aprender a pensar, pero de la complejidad Álex iba sacando riqueza, y quizá por eso dedicaba tanto tiempo a celebrarlo y tan poco a estudiar.

A pesar de todo, Álex había conseguido empezar a hacer prácticas en la Cadena Ser de Bilbao, aunque sólo fuera porque el tipo que le entrevistó tenía un hermano en Hospitalet, y le cayó en gracia. También allí estaba aprendiendo mucho, sobre como currar sin ganar un duro, pero también sobre la vida seria, la que no sale en las películas, más allá del reportero de guerra que todos los estudiantes de periodismo sueñan con llegar a ser.

- ¡Llegas tarde, chaval! – Le espetó el recepcionista nada más entrar. Era su saludo habitual, quizá porque Álex solía llegar tarde, y por eso le contestó con su también habitual gesto obsceno con un dedo.
- Buenas tardes, Álex. – Le saludó una de las redactoras, una mujer de treinta y pocos que llevaba tiempo pidiéndole sin saberlo que la sacara a cenar. Al menos eso soñaba Álex, aunque su valor no llegaba tan lejos.
- Buenas, princesa. ¿Cómo va todo? – Le contestó con su mejor sonrisa.
- No me lo creo, ¿no te has enterado todavía?
- Eps, no. ¿Qué?
- Han matado al Rey. Un tiro en la cabeza, en Mallorca. Esto va a ser lo más gordo que hayamos visto nunca, me apuesto lo que quieras.
- Me tomas el pelo, ¿no? – Como cada español que se enteraba de la noticia, la primera reacción era de incredulidad. Sencillamente, un suceso así no entraba en la imaginación de nadie. - ¿Se han cargado a Juanca?
- Sí. Escucha, tienes trabajo. Coge un equipo y vete a tu territorio a recoger opiniones. El jefe quiere declaraciones con chicha, de todo tipo, pero cuidado con pasarte. Si te luces igual te pinchan algo a nivel nacional.
- Espera, espera, ¿mi territorio?
- La universidad, hombre. A ver qué opinan los jóvenes. Quién ha sido, qué ocurrirá ahora y todas esas cosas. Quedarías muy bien si entrevistaras a alguien importante, y no sólo a los sospechosos habituales, ¿vale?
- Vaya hombre, y yo que pensaba entrevistar a mi compañero de mus.
- Si dice algo interesante…
- Vale, ¿para cuando? – Preguntó Álex sentándose en una silla giratoria y cogiendo un periódico del día.
- ¡Para ayer! ¿Qué te pasa, Álex? ¡Que se han cargado al Rey! ¡Es la noticia del año! ¿Lo pillas? ¡Venga a la puta calle antes de que te vea el jefe todavía aquí!
- Qué sexy te pones cuando te enfadas, Ana. – Le contestó Álex con un guiño, pero a la vez se levantaba y se dirigía al almacén para coger el equipo necesario. – Hoy no me tocaba ir a la Uni, os cobraré el bus.
- Tienes un abono mensual, jeta. Tráeme algo bueno y yo misma te invitaré a una cerveza.
- ¡Hecho! – Y Álex salió de la habitación de un salto felicitándose por su buena suerte. Ése podía ser el principio de una larga amistad… o de un apasionado rollete, pensó ilusionado.

A media tarde no se hablaba de otra cosa en los pasillos de la facultad. Pocos profesores habían logrado reunir alumnos suficientes para sus clases y los bares y cafeterías estaban abarrotados, igual que cualquier espacio susceptible de ser tomado como asiento y lugar de discusión. Álex se enteró de que los representantes estudiantiles se habían reunido de urgencia para organizar algún tipo de respuesta, con la habitual ausencia de los grupos abertzales. Sin dudarlo, se dirigió a la sala y llamó a la puerta, abriéndola sin esperar respuesta.

- ¿Alguna declaración para la Ser? – Preguntó metiendo el micro por delante. El ambiente estaba muy cargado. Pese a las prohibiciones, las reuniones de estudiantes siempre eran un fumadero, pero esta vez además del humo había una tensión palpable. - ¿algún problema?
- ¿Entonces estamos de acuerdo? – Preguntó el representante de las Juventudes del Partido Popular antes de siquiera mirar a Álex a la cara. Los demás, más serios de lo que cabría esperar, asintieron con la cabeza o musitaron unos tímidos síes. La verdad es que Álex admiraba a esos chicos y chicas. Estuviera o no de acuerdo con unos y otros, esa gente dedicaba su tiempo libre a defender los intereses de los estudiantes, o al menos de aquellos que representaban, y a menudo lo hacían enfrentándose a amenazas directas de todo tipo. La violencia toma muchas formas en Euskadi, y la universidad sólo era un campo de batalla más. El representante de los nacionalistas moderados le contestó antes que los demás, quizá esperando salir así en la foto. Al final, todos eran políticos en potencia.
- Vamos a convocar una concentración silenciosa, pero al empezar la reunión nos han tirado una hoja de papel por debajo de la puerta, amenazándonos a todos.
- ¿Es broma? – Preguntó Álex encendiendo la grabadora y acercando el micro.
- No, mira, dice que si organizamos cualquier acto por la muerte del Borbón nos quemarán los coches y nos meterán una paliza.
- Bueno, a los que todavía tengan coche. A mí ya me lo quemaron el año pasado. – Replicó el popular con una sonrisa no exenta de rencor. Dos o tres de aquellos chicos eran ya gatos viejos en ese juego de las amenazas, le constaba que incluso alguno había llevado guardaespaldas una temporada, pero pudo ver que para los otros aquello era nuevo, y el miedo se leía en sus rostros. Una cosa es ver carteles o pintadas amenazando a otras personas, y otra muy distinta saberte objetivo de esos fanáticos.
- Entonces, pese a las amenazas, ¿organizaréis un acto de protesta? – Volvió a preguntar Álex dirigiendo primero el micro hacia su propia boca y después apuntando a los demás en espera de una respuesta.
- No es un acto de protesta, es un acto de dolor, de solidaridad. Víctimas somos todos, ahora incluso el Rey. – Contestó el líder del sindicato socialista de estudiantes. El chico tenía habilidad para la oratoria.
- ¿Cuándo y dónde? – Preguntó Álex repitiendo el movimiento de micro.
- Mañana a las diez de la mañana, en la plaza central, con la parafernalia habitual. Manos blancas, carteles de Basta ya…
- Sobre eso todavía no nos hemos puesto de acuerdo. Se trata de no politizar el acto, de no partidizarlo.
- Venga no empecemos con eso otra vez…

Álex dejó a los representantes estudiantiles con sus disputas y se lanzó a los pasillos en busca de alguna cara conocida. La facultad de derecho era la que tenía profesores más famosillos. Por el camino mantenía las orejas abiertas, y cuando escuchaba a alguien especialmente elocuente le hacía un par de preguntas, grabándolo todo debidamente. Dudó un instante antes de acercarse a un grupo un tanto pintoresco en ese entorno: cinco skinheads ocupaban un banco. Llevaban el uniforme completo, incluidas las banderitas españolas en las cazadoras, algo que sólo hacían cuando iban en grupos numerosos y por tanto se sentían seguros.

- Perdonad chicos, ¿queréis contarle algo a la prensa? – Se atrevió finalmente Álex a preguntar, mostrando ostensiblemente el micro.
- ¿Para quién es? – Se interesó el que parecía el cabecilla del grupo.
- Para la Ser.
- Yo no le digo nada al hipoputa de Polanco. – Sentenció otro del grupo.
- Calla, gilipollas. Y tú, empieza a grabar, que esto valdrá la pena. – Álex le acercó el micrófono y se preguntó si había hecho bien en acercarse a ese grupo. – Está claro que han sido los cabrones de ETA. Pero esta vez se han pasado, se han pasado tres pueblos, y lo van a pagar.
- ¡Si es que da vergüenza ser vasco! – Apuntó uno desde el fondo.
- ¡Somos españoles, gilipollas! – Le espetó el jefe con una mirada de odio que hizo que Álex se le arrugara el ombligo. – Esta vez lo van a pagar. Se está convocando a todos los españoles auténticos y van a venir todos aquí, a Bilbao.
- ¡Vamos a hacerlos correr! – Volvieron a interrumpirle.
- ¿Sabes la noche de los cristales rotos? – Le preguntó el de la voz cantante a Álex. Éste contestó que sí con la cabeza. – Pues no va a ser nada con lo que haremos aquí. Di esto en tu radio: si pillamos a un nacionalista en la calle, le rajamos. Juan Carlos valía por mil de ellos, así que no pararemos hasta que hayamos cazado a esos mil.
- ¡A todos! ¡Los cazaremos a todos! – Le corearon sus compañeros.
- Pero, ¿en serio van a venir ski… gente de toda España aquí a Bilbao?
- De toda España, se van a cagar.
- Y todos de… ¿de cacería?
- Yo de ti me escondería debajo de la cama. – Le contestó el skin agarrándole de la mano que sujetaba el micro y apretándola con fuerza. Tras un par de segundos le soltó y Álex dio unos pasos atrás, asustado, sin saber hasta que punto creer la historia que acababa de grabar.

Entrevistó a un par de juristas de prestigio, pero no encontró a nadie verdaderamente interesante, y con una cinta de noventa minutos casi completa decidió volver a la emisora a escuchar el material y escoger lo mejor para entregárselo a Ana. Además, una idea se estaba formando en su cabeza: si lo que le habían contado los skins era verdad, y si nadie más se había enterado, podía ser una noticia importante. Con que se juntaran un par de autocares de fachas y desembarcaran en el casco viejo de Bilbao la bronca estaba asegurada, y si fueran más, ya para qué hablar. Decidió no contarle nada de eso a Ana hasta que pudiera contrastarlo y confirmarlo. Buscaría en Internet. Todo está en Internet.

Usando sin permiso el PC de un redactor ausente recurrió a San Google para empezar la búsqueda. Recorrió media docena de webs de grupúsculos fascistas de todo tipo, se dio de alta en un par de foros usando una de sus direcciones de correo secundarias e incluso se metió en un chat sin encontrar nada que confirmara lo que los skins le habían contado. Quizá no fuera algo público, quizá aquel payaso se había ido de la lengua. O quizá sencillamente era un farol con el que habían intentado meterle un gol a la emisora de Polanco.

Ya estaba a punto de desistir cuando chequeó por última vez la cuenta de correo que había usado para registrarse en las webs fachas y encontró un nuevo mensaje. El e-mail contenía un nuevo enlace. Cuando accedió a la web, con un encabezado que reclamaba ser la Herencia Falangista de España, se enfrentó con un interrogatorio de tercer grado. Menos la talla de la ropa interior, se lo preguntaban todo, incluso rasgos físicos como el color de ojos, DNI o número de teléfono. Consciente de que muchos de esos datos se pueden verificar de forma automática detectando cualquier falsedad, y sin mucho más que perder, Álex decidió dar la información auténtica, incluido el color de sus ojos, marrones. Medio segundo después de darle al botón de enviar, se arrepintió. ¿Por qué había hecho eso? ¿Qué podía hacer la Herencia Falangista de España con sus datos personales? Intentó calmarse imaginándolos como una panda de carcamales nostálgicos, pero entonces se dio cuenta de que los carcamales no saben mucho de internet, y que la web estaba sorprendentemente bien hecha, con aspecto de haber costado mucho dinero. Sacudió la cabeza lamentando ser tan imbécil y se fue a una sala de edición para montar las declaraciones que había grabado y convertirlas en algo corto y digerible.

Llevaba unos veinte minutos editando cuando su teléfono de prepago vibró en su bolsillo, emitiendo el lacónico pip que tenía configurado para cuando estaba en clase o en la radio. Era un mensaje. Número oculto.

“De nuevo hay que defender España. De nuevo hay que marcarles el camino. Todos a Bilbao. www.avengarnos.com Pass: HFE”

Álex releyó el mensaje cinco veces antes de creérselo. ¡Entonces lo que había contado el skin era verdad! Se levantó de un saltó y corrió de nuevo a la mesa del ordenador, pero el redactor había vuelto ya y no había ningún otro PC libre. En ese momento Ana entró en la sala y le vio allí de pié, congelado.

- ¿Álex? ¿Tienes ya lo mío? ¿Qué haces ahí parado?

En una décima de segundo decidió contárselo todo a Ana y seguir la investigación con ella. Quizá aquello sirviera para propiciar cierto acercamiento. De cualquier modo, estaba seguro que en un momento u otro le pisarían la noticia y tenía claro que no le darían un Pullitzer por eso, así que…

Después de escuchar las declaraciones del grupo de skins y leer el mensaje en el móvil de Álex, Ana estaba tan nerviosa como él. Los dos se fueron a la mesa de la periodista y Álex entró en la dirección web del SMS, usando el password que le habían dado.

- ¿HFE? – Preguntó Ana
- Herencia Falangista de España.
- ¿Y cómo coño conoces tú a una gente así?
- No les conozco, sólo he investigado un poco.
- Vaya, vaya, al final haremos todo un periodista de ti. – Le contestó despeinándolo con una mano como si fuera un niño pequeño. Álex intentó convencerse de que era un gesto de complicidad, nada maternal.

La web avengarnos.com, una vez superada la contraseña, mostraba una estética austera pero cuidada, profesional. En la portada, un manifiesto anunciaba el asesinato del Rey, mostraba sorprendentes imágenes inéditas del cuerpo del monarca siendo sacado del agua y proclama la necesidad de venganza. “Basta ya de impunidad”. “España debe recuperar el Camino”. Las consignas incitando al odio y la venganza se sucedían en un discurso exquisitamente redactado, a pesar de lo terrible de su contenido. A continuación una convocatoria muy concreta: el próximo sábado a las doce del mediodía frente a la delegación del Gobierno Vasco en Bilbao. Se sugería viajar en grupos pequeños e intentando no llamar la atención hasta el último momento para evitar represalias de los abertzales o sus sicarios de la ertzaintza. Aunque en ningún lado se hacían alusiones directas a la violencia, no al menos del modo en que lo habían dicho los skinheads de la universidad, toda la web transmitía un cierto sentido de amenaza, de incitación a esa violencia. Ana y Álex no tenían ninguna duda de que se encontraban ante algo gordo, muy gordo.

- ¿Y cómo han podido reaccionar tan rápido? – Se preguntó Álex en voz alta.

4.10.06

Dos

- ¡MR! ¿Te has enterado ya?

MR, líder del PP, el partido autodenominado de centroderecha que en ese momento ejercía el siempre ingrato papel de la oposición, optó por reaccionar con su peculiar sentido del humor:

- ¿Qué pasa, Z ha salido por fin del armario?
- Me acaban de llamar de Mallorca, MR: ¡se han cargado al Rey!
- ¿Cómo que se han cargado al Rey?
- ¡Que le han matado! Un atentado, un disparo, creo, en el puerto. ¡Han matado al Rey!
- ¡No me jodas! – MR se quedó con la boca abierta de par en par y el teléfono en la mano, con cientos de pensamientos acudiendo a su mente al mismo tiempo. ¡Matar al Rey! ¡Imposible!
- Todavía no se sabe a ciencia cierta, pero tienen que haber sido los de ETA.
- ¡Que nadie diga una palabra de eso! No nos vayamos a pillar otra vez los dedos. Llama a todo el mundo, los quiero a todos en Génova en media hora, ¡hay que reaccionar!

Necesitó unos segundos para asimilar lo que acababa de escuchar. Sin ser amigos, el Rey de España era una persona que siempre le había caído bien, además de todo lo que representaba como personaje político e institucional. Por un instante pensó en la familia del asesinado, en el príncipe Felipe, que ahora sería Rey, y una tras otra las consecuencias de aquella noticia intentaron hacerse un hueco en su mente. Sacudió la cabeza y corrió a su dormitorio llamando a voces a su mujer para que le ayudara con el traje. Negro, por supuesto. Toda España estaría de luto en cuanto corriera la noticia.

Treinta y cinco minutos más tarde el coche oficial le dejaba frente a la sede central del partido en la calle Génova de Madrid. Era sábado, uno de los escasos sábados sin agenda, un día libre, pero todo eso había desaparecido en el instante en el que le habían llamado por teléfono. Frente al edificio, pudo ver que ya había algunas personas reunidas en pequeños grupos, hablando del tema, horrorizados. Le miraron con respeto al pasar, quizá conscientes de que le esperaba mucho trabajo.

De camino a la sala de reuniones se encontró con su asistente personal, que le informó mientras caminaba de los todavía escasos detalles conocidos del suceso: habían matado al Rey mientras subía a su velero en el puerto de Mallorca, de un disparo de larga distancia; no había otras víctimas, y tampoco había detenidos, ni siquiera pistas claras sobre la autoría del magnicidio, aunque todas las sospechas apuntaban a ETA.

- ¿Nada más?
- Apenas hace una hora, no tenemos nada más.
- ¿Alguna declaración del Gobierno, la Casa Real, algo en las noticias?
- Hace cinco minutos han empezado los cortes en televisión y radio para anunciarlo, aunque tienen tan poca información como nosotros. Han tardado tanto en empezar porque todos han pedido autorización a la Casa Real antes de emitir nada.
- ¿Y les han autorizado?
- No, pero han tardado tanto en contestar que los medios lo han interpretado como una luz verde. Por ahora sin declaraciones del Gobierno ni de nadie del PSOE.
- Eso es bueno. ¿Tenemos a alguien de la prensa aquí?
- Están todos los que importan, Mariano, esperando a que les contemos lo que ha ocurrido.
- Asegúrate de que me vea alguien de imagen, tengo algunas dudas sobre como actuar…
- Te están esperando con los demás.
- Bien, bien.

Cuando entró en la gran sala de reuniones la mayoría estaban allí. La flor y nata del partido, muchas caras públicas y otras anónimas, todos brillantes en su trabajo, el mejor equipo que se podía desear, la mayoría amigos personales suyos. No le habían esperado para empezar a trabajar. La mayoría estaban al teléfono, tirando de los hilos del poder, recogiendo información. Un par de pequeños grupos discutían la forma en que el partido debía reaccionar, qué medidas adoptar. Rajoy se acercó a ellos.

- ¿Cómo está la cosa?
- Esto es muy fuerte, MR.
- Si lo enfocamos bien, podemos usarlos de punto de apoyo para sacar a Z de la Moncloa.
- Hay que pensarlo todo muy bien antes de hacer nada, ¿estamos? – Les apremió MR. – Sobre todo, quiero una absoluta coordinación y consenso, nada de declaraciones por sorpresa ni movimientos extraños. Haced correr la consigna, todos calladitos hasta que les demos instrucciones.
- En Baleares están nerviosos, tienen a la prensa metida hasta los calzoncillos.
- Calladitos hasta que tengamos la estrategia clara.

De repente uno de los hombres que hablaba por teléfono apartó el terminal de la oreja y poniendo una mano encima del auricular anunció a los demás que habían encontrado el arma homicida, un fusil de precisión, dentro de un pequeño velero. La policía estaba investigando el arma y el barco, aunque todavía no había nada.

- ¡Atención todo el mundo, por favor! – Gritó MR después del anuncio de su colega. Tras unos segundos, todos interrumpieron sus conversaciones, algunos reteniendo las llamadas, otros colgando y acercándose a la mesa. – Quiero coordinación. Traed a todo el que haga falta, disponed de los recursos que sean necesarios, pero tenemos que jugar este balón como si fuera el último. ¿De acuerdo? Que alguien me ponga con la Casa Real, con alguien de la familia, no con un mindundi, tenemos que darles el pésame. Y que alguien contacte con el Gobierno y les ofrezca colaboración y toda la pesca, a ver si saben algo que nosotros no sepamos. ¿Quién me prepara el discurso para la prensa? ¡Necesitamos algo para ya!

La habitación entera pareció vibrar con la nueva inyección de energía del presidente del partido, y poco a poco fueron llegando nuevos colaboradores que rápidamente asumían su parte del trabajo. La maquinaria estaba en marcha, y era una maquinaria potente y bien engrasada que sabía cómo funcionar. En menos de quince minutos los principales contactos se habían realizado y los chicos de la prensa se agolpaban en la sala de conferencias del PP. Los asesores de imagen le habían obligado a cambiarse la camisa y la corbata, aunque habían aprobado el traje, un modelo austero y casi nuevo que había estrenado precisamente para el entierro de un compañero del partido asesinado por los terroristas vascos, un par de años atrás.

La rueda de prensa fue breve, ya que todavía no tenían información suficiente para ir muy lejos. MR se limitó a dar un sentido pésame a la familia Real y a todos los españoles por tan terrible drama; condenar con la máxima severidad a los autores del asesinato, “fueran quienes fueran”; y aprovechó para ofrecer una completa colaboración con el gobierno, “en un momento en que su estrategia antiterrorista había demostrado, de la peor forma imaginable, su absoluta ineficacia”. No se aceptaron preguntas, y al volver a la zona segura los asesores le mostraron los pulgares alzados en señal de aprobación: una interpretación perfecta. Además habían salido en directo en casi todos los canales, y antes que nadie del mismísimo gobierno. ¡Uno a cero para la oposición!

Uno

¿Rendirse? No, él nunca se rendiría. Lo había dejado claro. Demasiada sangre derramada, demasiado sufrimiento. Toda una vida entregada a la causa, y ahora no iba a rendirse. ¡Negociación! ¡Y encima lo llamaban negociación!

Joseba había empezado como todos, en las calles, y más o menos había pasado por todas las pruebas no escritas que llevan a un joven euskaldún a ser miembro destacado de ETA. Empezó muy joven, de la mano de su hermano mayor Karlitos, y quizá por eso con tan sólo treinta y pocos años era ya un peso pesado dentro de la organización. Incluso una vez habían intentado darle un cargo, una posición en la Mesa, pero Joseba, el Escorpión, era un hombre de acción más que de mesas.

Sin decir nada, miró al resto de su komando directamente a los ojos, uno a uno, leyendo en sus almas su misma determinación, su misma fuerza. Entonces cerró los ojos durante unos segundos, como si rezara, y todos se unieron a él en ese instante, hasta que al grito de “vamos” se levantaron de un salto y salieron a la calle con una misión que cumplir. El komando del Escorpión era el más preciso de la banda terrorista. Trece misiones y ni un solo fallo. Empezaron como todos, extorsiones, algún petardo gordo, pero el estilo perfeccionista del Escorpión pronto le valió la encomendación de mayores responsabilidades. Incluso empezaron a llamarle el Americano, porque actuaba como los espías de las películas, con meticulosidad y planificación. Él mismo exigió que dejaran de llamarle así y escogió Escorpión como nombre de guerra, rompiendo una tradición, otra más.

La ejecución del concejal del PP Sebastián Aguirrezcorta fue una obra maestra, y dejó a tres guardaespaldas y un coche de la guardia civil con los pantalones bajados y cara de tontos. Un único balazo disparado desde más de doscientos metros, la especialidad del Escorpión, había demostrado a esos traidores que ningún enemigo de Euskadi estaría jamás seguro. Y sin embargo, en la Dirección no gustó aquella ejecución. Aseguraban que ETA no mata de lejos, que da la cara y otras tonterías parecidas, pero nadie se atrevió a decírselo al Escorpión. Y sin embargo, aquella fue su última misión. Cambió el gobierno, llegaron los socialistas, y aunque nadie hablaba claro todos tenían la sensación de que con ellos llegaba una oportunidad, la oportunidad de la paz. Algo así nunca es sencillo de afrontar, de tratar, ni siquiera de imaginar, pero muchos dentro de la organización, sobre todo en las bases, creían que la negociación era posible.

Cuando uno a uno se preguntó a todos los komandos su opinión, la mayoría dijo que no. O lo que es lo mismo, planteó unas condiciones, unas exigencias tan duras, que convertían un posible acuerdo en algo imposible. Pero algo se movía dentro de la banda, y ningún komando recibió instrucciones para nuevas misiones de gran calado. Seguían “recaudando” fondos, de vez en cuando se colocaba algún petardo, pero nada serio. El Escorpión se ponía nervioso, y no era el único. Un par de komandos tomaron la iniciativa y actuaron sin órdenes, quizá para demostrar su disconformidad, quizá porque a esas alturas no sabían hacer otra cosa, pero la Dirección tomó represalias y nadie más se atrevió a desobedecer. Nadie, excepto el Escorpión.

Aitana se despidió de los demás con una sonrisa fugaz y se dirigió a su coche, un precioso deportivo cien por cien legal con el que se había dejado ver últimamente por el puerto. El pelo teñido de rubio la favorecía, y después de casi dos meses de exploración de la zona, hasta su piel se había bronceado y realmente parecía una niña de papá buscando amarre para el yate de la familia. El Bruto y Tono cogieron un autobús al puerto, vestidos de turistas, con sendas cámaras equipadas con potentes zooms y móviles de usar y tirar en los bolsillos. Finalmente el Escorpión, el único miembro armado en esta misión, se subió a su furgoneta, robada y con placas nuevas, y colocó su fusil de precisión debidamente desmontado en una gran caja de herramientas, disimulándolo entre llaves y tuercas. En el lateral de la furgoneta habían enganchado unas letras de plástico que decían “Sa mar perfecta, reparacions navals”, con un par de teléfonos inventados y una dirección de las afueras.

Tono se bajó del autobús dos paradas antes de llegar al puerto y acabó el trayecto paseando, como había estado haciendo los últimos días. Se conocía cada calle, cada bar, cada cabina de teléfonos, y por supuesto conocía su puesto de vigilancia. Desde aquella terracita veía perfectamente la entrada del puerto deportivo y podía avisar a los demás de cualquier movimiento. El camarero le saludó, reconociéndolo en su tercera visita:

- ¿Le ha gustado mucho nuestro café o más bien son las vistas?- Dijo el camarero con una sonrisa servicial.
- Ambos, supongo. Pero sobre todo las vistas. ¿Sabe? yo vengo del interior, y no hay nada que me guste más que una marina. ¡Y más si es la marina de Palma de Mallorca.
- Ah, creo que no es usted sincero conmigo. – Protestó el camarero con un guiño. Tono le miró sorprendido, disimulando su preocupación.
- ¿Qué quiere decir?
- Vamos, vamos, no se preocupe, no es usted el primer turista que se sienta aquí esperando cazar a algún famoso con su cámara. Si me dieran un euro por cada uno, ¡montaba mi propio bar!

Tono rió la ocurrencia y confesó que sí, que le habían dicho que su actriz favorita solía pasarse por allí, y le encantaría poder hacerle una foto de recuerdo. El camarero le dijo que si se enteraba de algo le avisaría, y Tono le sonrió, agradecido. Después sacó su tabaco, legal en aquella terraza, y su teléfono móvil, que dejó sobre la mesa, y cogiendo la cámara con las dos manos dio un primer repaso a la entrada del puerto, familiarizándose con los coches aparcados, los vigilantes, los edificios.

Mientras, el Bruto había dejado el autobús justo al inicio del paseo marítimo. Era un hombre de pocas palabras, aunque el hecho de haber aprendido unas cuantas más en corso tras una estancia en un campo de entrenamiento en Libia le daban la oportunidad de hacerse pasar por un auténtico guiri, y escapar así de situaciones potencialmente incómodas. Además, le encantaba despreciar su pasaporte francés y afirmar con orgullo que él era corso, no francés, ante cualquiera que preguntara. Se compró un helado en un chiringuito, a pesar de que la primavera no era todavía muy calurosa, y caminó tranquilamente por el paseo en dirección al puerto. Había un banco de madera blanca proverbialmente situado en una posición estratégica, desde la cual podía vigilar una entrada secundaria del puerto que a veces la gente importante usaba para acceder sin ser visto, y aunque su objetivo no solía rehuir a sus admiradores, el Escorpión siempre cubría todas las opciones. Cuando llegó al banco en cuestión, el Bruto descubrió frustrado que una parejita de enamorados lo había escogido para su sesión de arrumacos matutinos. Sin dudarlo un instante, el Bruto se frotó los ojos con fuerza hasta enrojecerlos, se despeinó el pelo de un manotazo y se acercó al banco con cierta oscilación, como si fuera incapaz de caminar o mantenerse recto. Cuando llegó al banco se apoyó en un extremo del respaldo, sin sentarse, mirando fijamente hacia la playa. La mano que sostenía su cucurucho apenas podía mantenerse erguida, y una y otra vez se inclinaba peligrosamente hacía abajo, con riesgo de perder la bola de helado de un momento a otro. Los dos jovenzuelos miraron al turista borracho con una mezcla de pena y desprecio, y volvieron a lo suyo, dándole la espalda. Entonces el Bruto recurrió a su arma secreta: se concentró unos pocos segundos, tensó los músculos bajo su ligeramente abultada tripa y se tiró un largo y sonoro pedo. Justo en ese momento su brazo pareció ser vencido por la fuerza de la gravedad y el helado cayó con un plaf sobre el banco, salpicando la pierna del pobre chico. Éste se levantó de un brinco:

- ¡Eh, cuidado! Me cago en…

El Bruto musitó unas palabras en corso que nadie habría podido entender e hizo el gesto de querer ayudar a limpiar la pierna del muchacho, pero al inclinarse tropezó y apenas pudo recuperar el equilibrio sujetándose en el brazo de la chica, que soltó un gritito asustado. En un instante los dos enamorados desparecían paseo abajo, malhumorados, en busca de un lugar más tranquilo para sus besos y palabras de amor. El Bruto se sentó en el extremo limpio del banco y se comió la galleta del helado de un solo bocado, se limpió las manos con un kleenex y mandó un SMS al número del Escorpión: “En posición”.

Aitana había llegado un rato antes y había pasado el control de entrada sin problema. La semana anterior había paseado por todas las instalaciones con el director del puerto en persona, y todos sabían ya que la rubia de San Sebastián estaba buscando un amarre para pasar el verano en el yate de su padre, recién comprado en Holanda. En aquella misión, el Escorpión había dejado claro que no hacía falta pasar desapercibido, ya que cuando terminaran nadie les echaría de menos. “Mucho revuelo para echarte de menos, incluso a una chica tan guapa como tú”, dijo.

Aitana dio un par de vueltas con su cochecito rojo descapotado y después lo aparcó, continuando su paseo a pié. Caminaba distraídamente, curioseando entre los barcos y preguntando de vez en cuando a algún marinero o charlando con algún propietario sobre las ventajas y desventajas del puerto. Por supuesto todos contaban maravillas, aunque para los más discretos, el exceso de famoseo se convertía a veces en una molestia.

Cuando el Escorpión llegó a la entrada secundaria, la vigilada por el Bruto, un vigilante aburrido le detuvo con un gesto.

- On vas?- Le preguntó en mallorquín. El Escorpión sabía que en realidad no había ningún control de las entradas, tan sólo la instrucción de no dejar pasar a periodistas ni a curiosos, y aún eso era apenas cumplido por el personal de vigilancia, mal pagado y peor motivado.
- A un pijito, que se le ha estropeado el motor del ancla y no puede sacar a sus amigos a tomar el sol. Y ala, ¡todos a correr1
- No et queixis, que al menys a tu t’ho paguen, això.
- ¿Que me lo pagan? Y una mierda, hombre, si acaso se lo pagan al jefe, y a mí ni una puta cerveza me dan, los muy…
- Anda, venga, pasa, no hagas esperar más a los amos del mundo. – Le dijo el guarda con una sonrisa cargada de mala leche.

Aitana había localizado para él un pequeño barco que ocupaba una posición perfecta en un ángulo de noventa grados, a unos doscientos cincuenta metros del inmenso velero de su objetivo. Sus dueños eran unos alemanes que no llegaban hasta junio, así que no nadie le molestaría. Y si alguien preguntaba, él estaba haciendo unas comprobaciones rutinarias de mantenimiento. El Escorpión había estado allí dos días antes y había localizado la posición perfecta: dentro de la cabina había una cama doble que ocupaba toda la proa del velero, y unos pequeños ojos de buey a cada lado podían abrirse hacia dentro con discreción. Allí, estirado sobre la cama, podría apuntar cuidadosamente, en lo que iba a ser el tiro más complejo de su vida. Ya no se trataba sólo de la distancia o de la fuerte brisa marinera que solía soplar en el puerto de Palma, sino que cada vez que un barco pasaba levantaba un oleaje que balanceaba notablemente su propia embarcación, imposibilitando en ese momento un disparo preciso. La distancia no asustaba al Escorpión, y el viento estaba controlado gracias a las múltiples banderas e indicadores que le rodeaban, pero los movimientos del agua eran algo imprevisible, y podían fastidiar el momento preciso del disparo, arruinando la misión. El Escorpión se encomendó a la suerte y empezó a montar su rifle, con sumo cuidado de no tocar la mira telescópica, alineada perfectamente la tarde anterior en un campo en las afueras de la ciudad. Después se colocó en posición y finalmente dejó el teléfono móvil a su lado, dispuesto a esperar el mensaje que le avisaría de la llegada de su objetivo.

Una hora y media más tarde el día se había despejado y el sol recalentaba el interior de la cabina del pequeño velero, haciéndole sudar bajo el mono azul. Había visto a Aitana pasar por delante de la nave de su objetivo y charlar unos minutos con uno de los marineros. Con un gesto imperceptible para cualquier otro le había confirmado la inminente llegada de la víctima y, efectivamente, poco después recibía el esperado mensaje de Tono: “Entrando”. Sabía que después de eso habría avisado al Bruto y ambos se habrían dirigido a una de las entradas del puerto, para esperar a ser recogidos cuando acabara el espectáculo. Un instante después Aitana volvía a aparecer en la zona, con su teléfono todavía en la mano, y empezaba a charlar con el propietario de un barco cercano.

Entonces llegó la comitiva: tres mercedes negros idénticos seguidos de un todo terreno de la guardia civil. Del primer coche bajaron tres guardaespaldas vestidos de traje, nerviosos, atentos, probablemente no eran los escoltas habituales sino unos contratados para la ocasión, quizá incluso por el puerto o las autoridades locales. Del segundo coche bajaron dos escoltas vestidos de sport, con sus armas eficientemente ocultas bajo las sudaderas. Cada uno llevaba un macuto al hombro y su atención se centró de inmediato en el tercer coche, del que bajó Él. Le acompañaba otro escolta de esport y dos hombres más, de mediana edad y aspecto atlético, quizá amigos o miembros de la tripulación. Del todo terreno bajaron un par de picoletos de uniforme, decididamente más dispuestos a disfrutar del momento que cualquier otra cosa. En el interior del caluroso velero, el Escorpión sujetó con firmeza el fusil, le quitó el seguro e inició los ejercicios de respiración que le permitirían aumentar la precisión del disparo. Justo en ese momento un enorme yate empezó a recorrer la calle a velocidad lenta, haciendo bailar a su paso a todos los barcos amarrados. En su posición, el Escorpión no se dio cuenta de nada.

El blanco se detuvo a charlar con un joven marinero local mientras sus acompañantes descargaban el maletero y un par de los escoltas en ropa deportiva entraban en el velero y confirmaban que todo estuviera en regla. Aitana se despidió del hombre con el que estaba hablando y miró al grupo de recién llegados con convincente expresión de curiosidad. Entonces empezó a caminar hacia ellos.

El Escorpión centró el punto de mira en la cabeza de su víctima. La brisa casi se había detenido, y por un instante se preguntó si debía disparar ya. Pero no, ése no era el momento, no era lo planificado. Alguien podía cruzarse en el último instante, el objetivo podía hacer un gesto, girarse, agacharse, y todo habría acabado. Le observó hablando con el marinero, despidiéndose con un saludo cordial. Se concentró en su frente alta y despejada, surcada de arrugas curtidas por el sol y el viento, observó la nariz y los profundos surcos que bajaban hasta los labios finos y la mandíbula poderosa. Entonces el hombre se giró y se encaminó a la pasarela que le permitiría subir a su barco, seguido de cerca por el segundo guardaespaldas vestido de sport. El Escorpión inhaló una gran cantidad de aire y aguantó la respiración con suavidad mientras apuntaba. Justo en ese momento, Aitana llegaba al barco y gritaba:

- ¡Majestad! ¿Puedo hacerle una foto?

Mientras Don Juan Carlos I se detenía justo en mitad de la pasarela de embarque y su escolta se apartaba un poco para que la simpática rubia le pudiera hacer una foto, el velero del Escorpión empezó a balancearse al paso del yate y éste perdió al objetivo de su punto de mira. Con el movimiento perdió la concentración y dejó escapar el aire con un silbido y una maldición. El velero todavía bailaba cuando volvió a concentrarse y apuntó de nuevo, conteniendo la respiración. Aitana ya había echo su foto y su objetivo estaba a punto de escapar.

- Majestad, por favor, ¿podría hacerme una con usted? ¡Mi madre no se lo va a creer! – Gritó con su mejor sonrisa de rubia tonta, dispuesta a ganar tiempo como fuera.

Antes de que pudiera poner un pie sobre la pasarela, todo acabó. O todo empezó. La cabeza del monarca español estalló ante los ojos de todos y el cuerpo se desplomó cayendo sin vida al mar. Todos gritaron, Aitana gritó, y los dos escoltas saltaron al agua dispuestos a salvar lo salvable. Los picoletos sacaron sus pistolas y se refugiaron tras su todo terreno, mientras el resto de guardaespaldas desenfundaban sus propias automáticas y buscaban desesperados el origen del disparo. Salía gente de todas partes, curiosos, histéricos, morbosos. Un mecánico vestido de azul se acercaba a la carrera, un par de marineros saltaban al agua a ayudar a los escoltas.

En menos de diez minutos de caos y descontrol llegaron los refuerzos, docenas de coches de policía, cientos de periodistas, algunas ambulancias. Se echó a los curiosos a empujones, a la rubia, a los marineros, al mecánico, todos fueron enviados a sus casas tras tomar nota de sus datos personales. Se prohibió hacer declaraciones a la prensa, se prohibió hablar con nadie de lo sucedido hasta que fueran interrogados. La policía empezó a registrar el puerto deportivo mientras los primeros controles se instalaban en todas las salidas de la isla. El Rey estaba muerto. ¡Alguien había matado al Rey!

Preámbulo

En resumen, esto es un primer borrador de una primera novela.

Vomitaré aquí la historia que ocupa mi mente, tal cual salga, y el día que la acabe miraré atrás, y si vale la pena, empezaré a corregir, a enriquecer, a retocar lo que haga falta.

Sería fantástico recibir comentarios, críticas y sugerencias, y convertir este proceso creativo en algo más plural, aunque probablemente la cosa quede en casa, es decir, me lean mi mujer y mi madre, y tan contentos.

Si el azar o un enlace te han traído hasta aquí, espero entretenerte.

Saludos.