7.10.06

Cinco

Adolfo Martín acababa de hacer la vigésimo séptima llamada de la mañana. Colgó con un suspiro y miró a su alrededor. Tres compañeros más ocupaban sus respectivas mesas y hacían sus propias llamadas. Adolfo miró su lista: le quedaban más de un centenar de números por marcar, pero el resultado estaba siendo inmejorable. Más de un ochenta por ciento de éxito. A su derecha, Borja colgó su teléfono y anotó algo en su propia lista.

- ¿Cómo vamos?
- Perfecto, perfecto, casi todo el mundo va a venir. Esto ya no lo para nadie, Adolfo.
- Yo estoy teniendo algunos problemillas. – Dijo un tercer convocante, después de terminar su última llamada. Parece que en el sur no acaba de cuajar la convocatoria.
- ¿Qué te dicen? – Le preguntó Adolfo.
- Bueno, lo típico, que si se nos puede ir de las manos, que si el viaje es demasiado largo y cualquier parida que se les pueda ocurrir.
- Putos andaluces, son vagos hasta para limpiar España de terroristas. – Sentenció Borja.
- No es por vagos, es por el calor, que les reblandece el cerebro y los vuelve flojos de espíritu. – Añadió Adolfo, que había vivido un par de años cerca de Málaga. – Son buena gente, pero no tienen los mismos valores que nosotros, la misma fuerza. Por uno bueno que te encuentras, hay diez que no valen para nada. Por eso son todos socialistas. – Los demás rieron la ocurrencia con ganas. Finalmente el cuarto convocante colgó su teléfono y dijo exultante:
- ¡Todo el puto levante se va a subir a los autocares para arrasar Bilbao!
- ¿Cuántos tenemos? – Preguntó Adolfo a todo el equipo. – De Madrid tengo como poco a unas dos mil personas. Doscientos o trescientos pretorianos, de los más duros, ultras, skins, de todo. Sólo esos acaban con los etarras en una mañana, si les dejan.
- De Valencia y Alicante pueden salir unos quinientos, más los que se sumen a última hora. Yo creo que unos cien pretorianos. Habrían preferido arrasar Barcelona, pero no le harán ascos a unos cuantos cabrones vascos.
- Del sur un centenar, aunque no sé con cuántos podemos contar para la acción. Ah, sí, los de la Hermandad me han dado unos contactos, tendremos avituallamiento para unas mil personas durante tres días. Ellos se ocuparán de mandarlo a donde les digamos de Bilbao.
- ¿Mil personas? ¿Y el resto? – Preguntó Borja.
- No te preocupes, está de puta madre. Hay que sumar esfuerzos, no exprimir a nadie. Buen trabajo Carlitos. ¿Y tu Borja?
- Bueno, a mí me habéis dejado lo más jodido, pero hemos montado dos autocares en Barcelona, llegarán hasta las cercanías de Bilbao y allí se separarán en grupos más pequeños, como habíamos dicho. Los gallegos también mandan a un grupo de pretorianos que acojonan.
- ¿Y eso?
- Bueno, no se lo digas a nadie –dijo con un guiño- pero son gente de seguridad de los narcos. Esos vendrán con equipamiento para lo que haga falta. – Añadió simulando una metralleta con las manos. – Y finalmente de allí mismo, de los vascos, tengo otro batallón para cagarse. Un puñado de fieles de allí, poca cosa, pero sobre todo nuestros hombres de la guardia civil, de la nacional, incluso del ejército. ¡Me han dicho que un grupo de las fuerzas especiales se ha pedido unos días libres para venir a la fiesta! – Adolfo se puso súbitamente serio ante esas últimas palabras.
- Chicos, esto tiene que quedar muy claro: no es una fiesta. Si todo sale como queremos, esto va a ser muy serio. Habrá bajas. Habrá consecuencias. Muchos se rajarán antes de que todo acabe, pero los que se queden verán como España vuelve a unirse alrededor de un ideal, alrededor de nuestra fuerza, de nuestra razón. ¿Lo habéis entendido? – Todos asintieron en silencio, recuperando la gravedad de sus expresiones. – ¡Pues volvamos a trabajar, y hagamos que todos los putos separatistas, rojos y terroristas se enteren de que España es nuestra, no suya!

Mientras todos volvían a los teléfonos con renovado entusiasmo, Adolfo se quedó pensando un momento. Tres o cuatro mil hombres, la mitad de ellos dispuestos a todo. Eso era casi un ejército. Pero ¿quién sería el enemigo a abatir? Sus contactos en las altas esferas le habían garantizado que nadie movería un dedo para pararlos, al menos no en las primeras veinticuatro horas, pero estaba la Ertzaintza, sobre la que los suyos no tenían control, y estaban los propios terroristas, bien armados y con muchos contactos en la zona. Si todo iba mal, podía haber un verdadero baño de sangre. Adolfo se tiró del labio inferior en un gesto inconsciente que repetía desde que era un niño y que denotaba su preocupación. Lo que más le preocupaba, sin embargo, era la reacción de la población. Todos contaban con que España entera estaría indignada y deseosa de venganza, pero Adolfo mantenía la duda de que si aceptarían que ellos tomaran la justicia por su mano. No creía que nadie se atreviera a decirles nada, menos aún a intentar detenerlos, pero si surgía una voz de protesta podrían unirse otras, y entonces los socialistas podían decidirse a intentar detenerlos. ¿Qué harían entonces las fuerzas de seguridad o el ejército? ¿A quién respaldarían? Sabía que muchos altos mandos estaban de su lado, pero ya el 23-F les habían fallado en el último momento. Aunque ahora ya no estaba el Rey, claro, y el Príncipe no tenía el mismo prestigio en el ejército, él no podría controlarlos si había un nuevo Levantamiento.

En ese momento sonó un teléfono en la oficina, ninguno de los cuatro instalados expresamente para la convocatoria. Adolfo se levantó de un salto y se dirigió al despacho en el que sonaba el timbre.

- Adolfo – Dijo con voz firme.
- Me acaban de llamar del PP, quieren saber de qué va todo esto. Al parecer la prensa se ha enterado y está saliendo en la tele. – Adolfo reconoció la voz. Era uno de los peces gordos, los que financiaban toda aquella campaña, de hecho, ellos lo financiaban todo, incluso su sueldo como liberado.
- ¿Qué les ha dicho?
- Que será una manifestación, que quizá haya algo de bronca y poco más. Nos hemos pasado mucho tiempo a su sombra, aguantando sus órdenes y también su cobardía. Y cuando tuvieron la sartén por el mango no hicieron nada bueno y dejaron que los socialistas volvieran ganar. No, ¡esta vez la lucha es nuestra, y nuestra será la recompensa!

Adolfo se dio cuenta de que el jefe había salido caliente de la conversación con el PP y se estaba desahogando con él. Bien, podía aguantar eso y mucho más. Además, siempre se podía sacar un provecho posterior a ese tipo de situaciones. Adolfo le informó de los progresos de la convocatoria y discutieron algunos aspectos de la estrategia global a seguir. Sin embargó se calló sus temores, evitando ofrecer una imagen dubitativa, débil. Esa no era una cualidad especialmente valorada en su mundo. Cuando colgó se sentía algo más reconfortado, sabía que en el peor de los casos él habría cumplido con su papel y habría gente importante que sabría recompensárselo.