Tres
Álex estudiaba tercero de periodismo en la universidad de Leioa, Bilbao. Él no era vasco, era del Hospitalet, pero no había sacado nota suficiente para entrar en la facultad de Barcelona y había escogido Bilbao como segunda opción, con la idea de pedir el traslado de expediente en cuanto se sacara primero. Lamentablemente, estudiar en Deusto era muy difícil, y tras tres años todavía tenía una asignatura colgada de primero, un par de segundo y todas las de tercero por delante. Ya le se lo habían advertido, pero nunca creyó que fuera tan difícil. Por supuesto el problema no estaba en la complejidad de la carrera, ni se trataba de un problema de idiomas o integración, más bien al contrario: Álex se había integrado tan bien, lejos de casa y del control paterno, que no había una sola juerga del campus que se perdiera, un piso de estudiantes al que no hubiera acudido con un pack de cervezas en la mano o una partida de mus en la que no hubiera participado. Álex era el centro de la fiesta.
Euskadi, la universidad, la libertad, todo junto se había convertido en un verdadero viaje iniciático para Álex. Más allá de las juergas y las borracheras, había descubierto un mundo de matices, de ideas, en parte gracias a sus compañeros de piso, amigos y conocidos, en parte por algo tan biológico como dejar de ser un niñato para pasar a ser una persona. Álex había empezado a leer en Bilbao. Había tenido sus primeras conversaciones serias sobre política, religión o sexo. Había escuchado a gentes de todos los colores y había empezado a formarse su propio esquema de valores. Deusto no es lugar sencillo, nada en Euskadi es sencillo cuando se trata de aprender a pensar, pero de la complejidad Álex iba sacando riqueza, y quizá por eso dedicaba tanto tiempo a celebrarlo y tan poco a estudiar.
A pesar de todo, Álex había conseguido empezar a hacer prácticas en la Cadena Ser de Bilbao, aunque sólo fuera porque el tipo que le entrevistó tenía un hermano en Hospitalet, y le cayó en gracia. También allí estaba aprendiendo mucho, sobre como currar sin ganar un duro, pero también sobre la vida seria, la que no sale en las películas, más allá del reportero de guerra que todos los estudiantes de periodismo sueñan con llegar a ser.
- ¡Llegas tarde, chaval! – Le espetó el recepcionista nada más entrar. Era su saludo habitual, quizá porque Álex solía llegar tarde, y por eso le contestó con su también habitual gesto obsceno con un dedo.
- Buenas tardes, Álex. – Le saludó una de las redactoras, una mujer de treinta y pocos que llevaba tiempo pidiéndole sin saberlo que la sacara a cenar. Al menos eso soñaba Álex, aunque su valor no llegaba tan lejos.
- Buenas, princesa. ¿Cómo va todo? – Le contestó con su mejor sonrisa.
- No me lo creo, ¿no te has enterado todavía?
- Eps, no. ¿Qué?
- Han matado al Rey. Un tiro en la cabeza, en Mallorca. Esto va a ser lo más gordo que hayamos visto nunca, me apuesto lo que quieras.
- Me tomas el pelo, ¿no? – Como cada español que se enteraba de la noticia, la primera reacción era de incredulidad. Sencillamente, un suceso así no entraba en la imaginación de nadie. - ¿Se han cargado a Juanca?
- Sí. Escucha, tienes trabajo. Coge un equipo y vete a tu territorio a recoger opiniones. El jefe quiere declaraciones con chicha, de todo tipo, pero cuidado con pasarte. Si te luces igual te pinchan algo a nivel nacional.
- Espera, espera, ¿mi territorio?
- La universidad, hombre. A ver qué opinan los jóvenes. Quién ha sido, qué ocurrirá ahora y todas esas cosas. Quedarías muy bien si entrevistaras a alguien importante, y no sólo a los sospechosos habituales, ¿vale?
- Vaya hombre, y yo que pensaba entrevistar a mi compañero de mus.
- Si dice algo interesante…
- Vale, ¿para cuando? – Preguntó Álex sentándose en una silla giratoria y cogiendo un periódico del día.
- ¡Para ayer! ¿Qué te pasa, Álex? ¡Que se han cargado al Rey! ¡Es la noticia del año! ¿Lo pillas? ¡Venga a la puta calle antes de que te vea el jefe todavía aquí!
- Qué sexy te pones cuando te enfadas, Ana. – Le contestó Álex con un guiño, pero a la vez se levantaba y se dirigía al almacén para coger el equipo necesario. – Hoy no me tocaba ir a la Uni, os cobraré el bus.
- Tienes un abono mensual, jeta. Tráeme algo bueno y yo misma te invitaré a una cerveza.
- ¡Hecho! – Y Álex salió de la habitación de un salto felicitándose por su buena suerte. Ése podía ser el principio de una larga amistad… o de un apasionado rollete, pensó ilusionado.
A media tarde no se hablaba de otra cosa en los pasillos de la facultad. Pocos profesores habían logrado reunir alumnos suficientes para sus clases y los bares y cafeterías estaban abarrotados, igual que cualquier espacio susceptible de ser tomado como asiento y lugar de discusión. Álex se enteró de que los representantes estudiantiles se habían reunido de urgencia para organizar algún tipo de respuesta, con la habitual ausencia de los grupos abertzales. Sin dudarlo, se dirigió a la sala y llamó a la puerta, abriéndola sin esperar respuesta.
- ¿Alguna declaración para la Ser? – Preguntó metiendo el micro por delante. El ambiente estaba muy cargado. Pese a las prohibiciones, las reuniones de estudiantes siempre eran un fumadero, pero esta vez además del humo había una tensión palpable. - ¿algún problema?
- ¿Entonces estamos de acuerdo? – Preguntó el representante de las Juventudes del Partido Popular antes de siquiera mirar a Álex a la cara. Los demás, más serios de lo que cabría esperar, asintieron con la cabeza o musitaron unos tímidos síes. La verdad es que Álex admiraba a esos chicos y chicas. Estuviera o no de acuerdo con unos y otros, esa gente dedicaba su tiempo libre a defender los intereses de los estudiantes, o al menos de aquellos que representaban, y a menudo lo hacían enfrentándose a amenazas directas de todo tipo. La violencia toma muchas formas en Euskadi, y la universidad sólo era un campo de batalla más. El representante de los nacionalistas moderados le contestó antes que los demás, quizá esperando salir así en la foto. Al final, todos eran políticos en potencia.
- Vamos a convocar una concentración silenciosa, pero al empezar la reunión nos han tirado una hoja de papel por debajo de la puerta, amenazándonos a todos.
- ¿Es broma? – Preguntó Álex encendiendo la grabadora y acercando el micro.
- No, mira, dice que si organizamos cualquier acto por la muerte del Borbón nos quemarán los coches y nos meterán una paliza.
- Bueno, a los que todavía tengan coche. A mí ya me lo quemaron el año pasado. – Replicó el popular con una sonrisa no exenta de rencor. Dos o tres de aquellos chicos eran ya gatos viejos en ese juego de las amenazas, le constaba que incluso alguno había llevado guardaespaldas una temporada, pero pudo ver que para los otros aquello era nuevo, y el miedo se leía en sus rostros. Una cosa es ver carteles o pintadas amenazando a otras personas, y otra muy distinta saberte objetivo de esos fanáticos.
- Entonces, pese a las amenazas, ¿organizaréis un acto de protesta? – Volvió a preguntar Álex dirigiendo primero el micro hacia su propia boca y después apuntando a los demás en espera de una respuesta.
- No es un acto de protesta, es un acto de dolor, de solidaridad. Víctimas somos todos, ahora incluso el Rey. – Contestó el líder del sindicato socialista de estudiantes. El chico tenía habilidad para la oratoria.
- ¿Cuándo y dónde? – Preguntó Álex repitiendo el movimiento de micro.
- Mañana a las diez de la mañana, en la plaza central, con la parafernalia habitual. Manos blancas, carteles de Basta ya…
- Sobre eso todavía no nos hemos puesto de acuerdo. Se trata de no politizar el acto, de no partidizarlo.
- Venga no empecemos con eso otra vez…
Álex dejó a los representantes estudiantiles con sus disputas y se lanzó a los pasillos en busca de alguna cara conocida. La facultad de derecho era la que tenía profesores más famosillos. Por el camino mantenía las orejas abiertas, y cuando escuchaba a alguien especialmente elocuente le hacía un par de preguntas, grabándolo todo debidamente. Dudó un instante antes de acercarse a un grupo un tanto pintoresco en ese entorno: cinco skinheads ocupaban un banco. Llevaban el uniforme completo, incluidas las banderitas españolas en las cazadoras, algo que sólo hacían cuando iban en grupos numerosos y por tanto se sentían seguros.
- Perdonad chicos, ¿queréis contarle algo a la prensa? – Se atrevió finalmente Álex a preguntar, mostrando ostensiblemente el micro.
- ¿Para quién es? – Se interesó el que parecía el cabecilla del grupo.
- Para la Ser.
- Yo no le digo nada al hipoputa de Polanco. – Sentenció otro del grupo.
- Calla, gilipollas. Y tú, empieza a grabar, que esto valdrá la pena. – Álex le acercó el micrófono y se preguntó si había hecho bien en acercarse a ese grupo. – Está claro que han sido los cabrones de ETA. Pero esta vez se han pasado, se han pasado tres pueblos, y lo van a pagar.
- ¡Si es que da vergüenza ser vasco! – Apuntó uno desde el fondo.
- ¡Somos españoles, gilipollas! – Le espetó el jefe con una mirada de odio que hizo que Álex se le arrugara el ombligo. – Esta vez lo van a pagar. Se está convocando a todos los españoles auténticos y van a venir todos aquí, a Bilbao.
- ¡Vamos a hacerlos correr! – Volvieron a interrumpirle.
- ¿Sabes la noche de los cristales rotos? – Le preguntó el de la voz cantante a Álex. Éste contestó que sí con la cabeza. – Pues no va a ser nada con lo que haremos aquí. Di esto en tu radio: si pillamos a un nacionalista en la calle, le rajamos. Juan Carlos valía por mil de ellos, así que no pararemos hasta que hayamos cazado a esos mil.
- ¡A todos! ¡Los cazaremos a todos! – Le corearon sus compañeros.
- Pero, ¿en serio van a venir ski… gente de toda España aquí a Bilbao?
- De toda España, se van a cagar.
- Y todos de… ¿de cacería?
- Yo de ti me escondería debajo de la cama. – Le contestó el skin agarrándole de la mano que sujetaba el micro y apretándola con fuerza. Tras un par de segundos le soltó y Álex dio unos pasos atrás, asustado, sin saber hasta que punto creer la historia que acababa de grabar.
Entrevistó a un par de juristas de prestigio, pero no encontró a nadie verdaderamente interesante, y con una cinta de noventa minutos casi completa decidió volver a la emisora a escuchar el material y escoger lo mejor para entregárselo a Ana. Además, una idea se estaba formando en su cabeza: si lo que le habían contado los skins era verdad, y si nadie más se había enterado, podía ser una noticia importante. Con que se juntaran un par de autocares de fachas y desembarcaran en el casco viejo de Bilbao la bronca estaba asegurada, y si fueran más, ya para qué hablar. Decidió no contarle nada de eso a Ana hasta que pudiera contrastarlo y confirmarlo. Buscaría en Internet. Todo está en Internet.
Usando sin permiso el PC de un redactor ausente recurrió a San Google para empezar la búsqueda. Recorrió media docena de webs de grupúsculos fascistas de todo tipo, se dio de alta en un par de foros usando una de sus direcciones de correo secundarias e incluso se metió en un chat sin encontrar nada que confirmara lo que los skins le habían contado. Quizá no fuera algo público, quizá aquel payaso se había ido de la lengua. O quizá sencillamente era un farol con el que habían intentado meterle un gol a la emisora de Polanco.
Ya estaba a punto de desistir cuando chequeó por última vez la cuenta de correo que había usado para registrarse en las webs fachas y encontró un nuevo mensaje. El e-mail contenía un nuevo enlace. Cuando accedió a la web, con un encabezado que reclamaba ser la Herencia Falangista de España, se enfrentó con un interrogatorio de tercer grado. Menos la talla de la ropa interior, se lo preguntaban todo, incluso rasgos físicos como el color de ojos, DNI o número de teléfono. Consciente de que muchos de esos datos se pueden verificar de forma automática detectando cualquier falsedad, y sin mucho más que perder, Álex decidió dar la información auténtica, incluido el color de sus ojos, marrones. Medio segundo después de darle al botón de enviar, se arrepintió. ¿Por qué había hecho eso? ¿Qué podía hacer la Herencia Falangista de España con sus datos personales? Intentó calmarse imaginándolos como una panda de carcamales nostálgicos, pero entonces se dio cuenta de que los carcamales no saben mucho de internet, y que la web estaba sorprendentemente bien hecha, con aspecto de haber costado mucho dinero. Sacudió la cabeza lamentando ser tan imbécil y se fue a una sala de edición para montar las declaraciones que había grabado y convertirlas en algo corto y digerible.
Llevaba unos veinte minutos editando cuando su teléfono de prepago vibró en su bolsillo, emitiendo el lacónico pip que tenía configurado para cuando estaba en clase o en la radio. Era un mensaje. Número oculto.
“De nuevo hay que defender España. De nuevo hay que marcarles el camino. Todos a Bilbao. www.avengarnos.com Pass: HFE”
Álex releyó el mensaje cinco veces antes de creérselo. ¡Entonces lo que había contado el skin era verdad! Se levantó de un saltó y corrió de nuevo a la mesa del ordenador, pero el redactor había vuelto ya y no había ningún otro PC libre. En ese momento Ana entró en la sala y le vio allí de pié, congelado.
- ¿Álex? ¿Tienes ya lo mío? ¿Qué haces ahí parado?
En una décima de segundo decidió contárselo todo a Ana y seguir la investigación con ella. Quizá aquello sirviera para propiciar cierto acercamiento. De cualquier modo, estaba seguro que en un momento u otro le pisarían la noticia y tenía claro que no le darían un Pullitzer por eso, así que…
Después de escuchar las declaraciones del grupo de skins y leer el mensaje en el móvil de Álex, Ana estaba tan nerviosa como él. Los dos se fueron a la mesa de la periodista y Álex entró en la dirección web del SMS, usando el password que le habían dado.
- ¿HFE? – Preguntó Ana
- Herencia Falangista de España.
- ¿Y cómo coño conoces tú a una gente así?
- No les conozco, sólo he investigado un poco.
- Vaya, vaya, al final haremos todo un periodista de ti. – Le contestó despeinándolo con una mano como si fuera un niño pequeño. Álex intentó convencerse de que era un gesto de complicidad, nada maternal.
La web avengarnos.com, una vez superada la contraseña, mostraba una estética austera pero cuidada, profesional. En la portada, un manifiesto anunciaba el asesinato del Rey, mostraba sorprendentes imágenes inéditas del cuerpo del monarca siendo sacado del agua y proclama la necesidad de venganza. “Basta ya de impunidad”. “España debe recuperar el Camino”. Las consignas incitando al odio y la venganza se sucedían en un discurso exquisitamente redactado, a pesar de lo terrible de su contenido. A continuación una convocatoria muy concreta: el próximo sábado a las doce del mediodía frente a la delegación del Gobierno Vasco en Bilbao. Se sugería viajar en grupos pequeños e intentando no llamar la atención hasta el último momento para evitar represalias de los abertzales o sus sicarios de la ertzaintza. Aunque en ningún lado se hacían alusiones directas a la violencia, no al menos del modo en que lo habían dicho los skinheads de la universidad, toda la web transmitía un cierto sentido de amenaza, de incitación a esa violencia. Ana y Álex no tenían ninguna duda de que se encontraban ante algo gordo, muy gordo.
- ¿Y cómo han podido reaccionar tan rápido? – Se preguntó Álex en voz alta.
Euskadi, la universidad, la libertad, todo junto se había convertido en un verdadero viaje iniciático para Álex. Más allá de las juergas y las borracheras, había descubierto un mundo de matices, de ideas, en parte gracias a sus compañeros de piso, amigos y conocidos, en parte por algo tan biológico como dejar de ser un niñato para pasar a ser una persona. Álex había empezado a leer en Bilbao. Había tenido sus primeras conversaciones serias sobre política, religión o sexo. Había escuchado a gentes de todos los colores y había empezado a formarse su propio esquema de valores. Deusto no es lugar sencillo, nada en Euskadi es sencillo cuando se trata de aprender a pensar, pero de la complejidad Álex iba sacando riqueza, y quizá por eso dedicaba tanto tiempo a celebrarlo y tan poco a estudiar.
A pesar de todo, Álex había conseguido empezar a hacer prácticas en la Cadena Ser de Bilbao, aunque sólo fuera porque el tipo que le entrevistó tenía un hermano en Hospitalet, y le cayó en gracia. También allí estaba aprendiendo mucho, sobre como currar sin ganar un duro, pero también sobre la vida seria, la que no sale en las películas, más allá del reportero de guerra que todos los estudiantes de periodismo sueñan con llegar a ser.
- ¡Llegas tarde, chaval! – Le espetó el recepcionista nada más entrar. Era su saludo habitual, quizá porque Álex solía llegar tarde, y por eso le contestó con su también habitual gesto obsceno con un dedo.
- Buenas tardes, Álex. – Le saludó una de las redactoras, una mujer de treinta y pocos que llevaba tiempo pidiéndole sin saberlo que la sacara a cenar. Al menos eso soñaba Álex, aunque su valor no llegaba tan lejos.
- Buenas, princesa. ¿Cómo va todo? – Le contestó con su mejor sonrisa.
- No me lo creo, ¿no te has enterado todavía?
- Eps, no. ¿Qué?
- Han matado al Rey. Un tiro en la cabeza, en Mallorca. Esto va a ser lo más gordo que hayamos visto nunca, me apuesto lo que quieras.
- Me tomas el pelo, ¿no? – Como cada español que se enteraba de la noticia, la primera reacción era de incredulidad. Sencillamente, un suceso así no entraba en la imaginación de nadie. - ¿Se han cargado a Juanca?
- Sí. Escucha, tienes trabajo. Coge un equipo y vete a tu territorio a recoger opiniones. El jefe quiere declaraciones con chicha, de todo tipo, pero cuidado con pasarte. Si te luces igual te pinchan algo a nivel nacional.
- Espera, espera, ¿mi territorio?
- La universidad, hombre. A ver qué opinan los jóvenes. Quién ha sido, qué ocurrirá ahora y todas esas cosas. Quedarías muy bien si entrevistaras a alguien importante, y no sólo a los sospechosos habituales, ¿vale?
- Vaya hombre, y yo que pensaba entrevistar a mi compañero de mus.
- Si dice algo interesante…
- Vale, ¿para cuando? – Preguntó Álex sentándose en una silla giratoria y cogiendo un periódico del día.
- ¡Para ayer! ¿Qué te pasa, Álex? ¡Que se han cargado al Rey! ¡Es la noticia del año! ¿Lo pillas? ¡Venga a la puta calle antes de que te vea el jefe todavía aquí!
- Qué sexy te pones cuando te enfadas, Ana. – Le contestó Álex con un guiño, pero a la vez se levantaba y se dirigía al almacén para coger el equipo necesario. – Hoy no me tocaba ir a la Uni, os cobraré el bus.
- Tienes un abono mensual, jeta. Tráeme algo bueno y yo misma te invitaré a una cerveza.
- ¡Hecho! – Y Álex salió de la habitación de un salto felicitándose por su buena suerte. Ése podía ser el principio de una larga amistad… o de un apasionado rollete, pensó ilusionado.
A media tarde no se hablaba de otra cosa en los pasillos de la facultad. Pocos profesores habían logrado reunir alumnos suficientes para sus clases y los bares y cafeterías estaban abarrotados, igual que cualquier espacio susceptible de ser tomado como asiento y lugar de discusión. Álex se enteró de que los representantes estudiantiles se habían reunido de urgencia para organizar algún tipo de respuesta, con la habitual ausencia de los grupos abertzales. Sin dudarlo, se dirigió a la sala y llamó a la puerta, abriéndola sin esperar respuesta.
- ¿Alguna declaración para la Ser? – Preguntó metiendo el micro por delante. El ambiente estaba muy cargado. Pese a las prohibiciones, las reuniones de estudiantes siempre eran un fumadero, pero esta vez además del humo había una tensión palpable. - ¿algún problema?
- ¿Entonces estamos de acuerdo? – Preguntó el representante de las Juventudes del Partido Popular antes de siquiera mirar a Álex a la cara. Los demás, más serios de lo que cabría esperar, asintieron con la cabeza o musitaron unos tímidos síes. La verdad es que Álex admiraba a esos chicos y chicas. Estuviera o no de acuerdo con unos y otros, esa gente dedicaba su tiempo libre a defender los intereses de los estudiantes, o al menos de aquellos que representaban, y a menudo lo hacían enfrentándose a amenazas directas de todo tipo. La violencia toma muchas formas en Euskadi, y la universidad sólo era un campo de batalla más. El representante de los nacionalistas moderados le contestó antes que los demás, quizá esperando salir así en la foto. Al final, todos eran políticos en potencia.
- Vamos a convocar una concentración silenciosa, pero al empezar la reunión nos han tirado una hoja de papel por debajo de la puerta, amenazándonos a todos.
- ¿Es broma? – Preguntó Álex encendiendo la grabadora y acercando el micro.
- No, mira, dice que si organizamos cualquier acto por la muerte del Borbón nos quemarán los coches y nos meterán una paliza.
- Bueno, a los que todavía tengan coche. A mí ya me lo quemaron el año pasado. – Replicó el popular con una sonrisa no exenta de rencor. Dos o tres de aquellos chicos eran ya gatos viejos en ese juego de las amenazas, le constaba que incluso alguno había llevado guardaespaldas una temporada, pero pudo ver que para los otros aquello era nuevo, y el miedo se leía en sus rostros. Una cosa es ver carteles o pintadas amenazando a otras personas, y otra muy distinta saberte objetivo de esos fanáticos.
- Entonces, pese a las amenazas, ¿organizaréis un acto de protesta? – Volvió a preguntar Álex dirigiendo primero el micro hacia su propia boca y después apuntando a los demás en espera de una respuesta.
- No es un acto de protesta, es un acto de dolor, de solidaridad. Víctimas somos todos, ahora incluso el Rey. – Contestó el líder del sindicato socialista de estudiantes. El chico tenía habilidad para la oratoria.
- ¿Cuándo y dónde? – Preguntó Álex repitiendo el movimiento de micro.
- Mañana a las diez de la mañana, en la plaza central, con la parafernalia habitual. Manos blancas, carteles de Basta ya…
- Sobre eso todavía no nos hemos puesto de acuerdo. Se trata de no politizar el acto, de no partidizarlo.
- Venga no empecemos con eso otra vez…
Álex dejó a los representantes estudiantiles con sus disputas y se lanzó a los pasillos en busca de alguna cara conocida. La facultad de derecho era la que tenía profesores más famosillos. Por el camino mantenía las orejas abiertas, y cuando escuchaba a alguien especialmente elocuente le hacía un par de preguntas, grabándolo todo debidamente. Dudó un instante antes de acercarse a un grupo un tanto pintoresco en ese entorno: cinco skinheads ocupaban un banco. Llevaban el uniforme completo, incluidas las banderitas españolas en las cazadoras, algo que sólo hacían cuando iban en grupos numerosos y por tanto se sentían seguros.
- Perdonad chicos, ¿queréis contarle algo a la prensa? – Se atrevió finalmente Álex a preguntar, mostrando ostensiblemente el micro.
- ¿Para quién es? – Se interesó el que parecía el cabecilla del grupo.
- Para la Ser.
- Yo no le digo nada al hipoputa de Polanco. – Sentenció otro del grupo.
- Calla, gilipollas. Y tú, empieza a grabar, que esto valdrá la pena. – Álex le acercó el micrófono y se preguntó si había hecho bien en acercarse a ese grupo. – Está claro que han sido los cabrones de ETA. Pero esta vez se han pasado, se han pasado tres pueblos, y lo van a pagar.
- ¡Si es que da vergüenza ser vasco! – Apuntó uno desde el fondo.
- ¡Somos españoles, gilipollas! – Le espetó el jefe con una mirada de odio que hizo que Álex se le arrugara el ombligo. – Esta vez lo van a pagar. Se está convocando a todos los españoles auténticos y van a venir todos aquí, a Bilbao.
- ¡Vamos a hacerlos correr! – Volvieron a interrumpirle.
- ¿Sabes la noche de los cristales rotos? – Le preguntó el de la voz cantante a Álex. Éste contestó que sí con la cabeza. – Pues no va a ser nada con lo que haremos aquí. Di esto en tu radio: si pillamos a un nacionalista en la calle, le rajamos. Juan Carlos valía por mil de ellos, así que no pararemos hasta que hayamos cazado a esos mil.
- ¡A todos! ¡Los cazaremos a todos! – Le corearon sus compañeros.
- Pero, ¿en serio van a venir ski… gente de toda España aquí a Bilbao?
- De toda España, se van a cagar.
- Y todos de… ¿de cacería?
- Yo de ti me escondería debajo de la cama. – Le contestó el skin agarrándole de la mano que sujetaba el micro y apretándola con fuerza. Tras un par de segundos le soltó y Álex dio unos pasos atrás, asustado, sin saber hasta que punto creer la historia que acababa de grabar.
Entrevistó a un par de juristas de prestigio, pero no encontró a nadie verdaderamente interesante, y con una cinta de noventa minutos casi completa decidió volver a la emisora a escuchar el material y escoger lo mejor para entregárselo a Ana. Además, una idea se estaba formando en su cabeza: si lo que le habían contado los skins era verdad, y si nadie más se había enterado, podía ser una noticia importante. Con que se juntaran un par de autocares de fachas y desembarcaran en el casco viejo de Bilbao la bronca estaba asegurada, y si fueran más, ya para qué hablar. Decidió no contarle nada de eso a Ana hasta que pudiera contrastarlo y confirmarlo. Buscaría en Internet. Todo está en Internet.
Usando sin permiso el PC de un redactor ausente recurrió a San Google para empezar la búsqueda. Recorrió media docena de webs de grupúsculos fascistas de todo tipo, se dio de alta en un par de foros usando una de sus direcciones de correo secundarias e incluso se metió en un chat sin encontrar nada que confirmara lo que los skins le habían contado. Quizá no fuera algo público, quizá aquel payaso se había ido de la lengua. O quizá sencillamente era un farol con el que habían intentado meterle un gol a la emisora de Polanco.
Ya estaba a punto de desistir cuando chequeó por última vez la cuenta de correo que había usado para registrarse en las webs fachas y encontró un nuevo mensaje. El e-mail contenía un nuevo enlace. Cuando accedió a la web, con un encabezado que reclamaba ser la Herencia Falangista de España, se enfrentó con un interrogatorio de tercer grado. Menos la talla de la ropa interior, se lo preguntaban todo, incluso rasgos físicos como el color de ojos, DNI o número de teléfono. Consciente de que muchos de esos datos se pueden verificar de forma automática detectando cualquier falsedad, y sin mucho más que perder, Álex decidió dar la información auténtica, incluido el color de sus ojos, marrones. Medio segundo después de darle al botón de enviar, se arrepintió. ¿Por qué había hecho eso? ¿Qué podía hacer la Herencia Falangista de España con sus datos personales? Intentó calmarse imaginándolos como una panda de carcamales nostálgicos, pero entonces se dio cuenta de que los carcamales no saben mucho de internet, y que la web estaba sorprendentemente bien hecha, con aspecto de haber costado mucho dinero. Sacudió la cabeza lamentando ser tan imbécil y se fue a una sala de edición para montar las declaraciones que había grabado y convertirlas en algo corto y digerible.
Llevaba unos veinte minutos editando cuando su teléfono de prepago vibró en su bolsillo, emitiendo el lacónico pip que tenía configurado para cuando estaba en clase o en la radio. Era un mensaje. Número oculto.
“De nuevo hay que defender España. De nuevo hay que marcarles el camino. Todos a Bilbao. www.avengarnos.com Pass: HFE”
Álex releyó el mensaje cinco veces antes de creérselo. ¡Entonces lo que había contado el skin era verdad! Se levantó de un saltó y corrió de nuevo a la mesa del ordenador, pero el redactor había vuelto ya y no había ningún otro PC libre. En ese momento Ana entró en la sala y le vio allí de pié, congelado.
- ¿Álex? ¿Tienes ya lo mío? ¿Qué haces ahí parado?
En una décima de segundo decidió contárselo todo a Ana y seguir la investigación con ella. Quizá aquello sirviera para propiciar cierto acercamiento. De cualquier modo, estaba seguro que en un momento u otro le pisarían la noticia y tenía claro que no le darían un Pullitzer por eso, así que…
Después de escuchar las declaraciones del grupo de skins y leer el mensaje en el móvil de Álex, Ana estaba tan nerviosa como él. Los dos se fueron a la mesa de la periodista y Álex entró en la dirección web del SMS, usando el password que le habían dado.
- ¿HFE? – Preguntó Ana
- Herencia Falangista de España.
- ¿Y cómo coño conoces tú a una gente así?
- No les conozco, sólo he investigado un poco.
- Vaya, vaya, al final haremos todo un periodista de ti. – Le contestó despeinándolo con una mano como si fuera un niño pequeño. Álex intentó convencerse de que era un gesto de complicidad, nada maternal.
La web avengarnos.com, una vez superada la contraseña, mostraba una estética austera pero cuidada, profesional. En la portada, un manifiesto anunciaba el asesinato del Rey, mostraba sorprendentes imágenes inéditas del cuerpo del monarca siendo sacado del agua y proclama la necesidad de venganza. “Basta ya de impunidad”. “España debe recuperar el Camino”. Las consignas incitando al odio y la venganza se sucedían en un discurso exquisitamente redactado, a pesar de lo terrible de su contenido. A continuación una convocatoria muy concreta: el próximo sábado a las doce del mediodía frente a la delegación del Gobierno Vasco en Bilbao. Se sugería viajar en grupos pequeños e intentando no llamar la atención hasta el último momento para evitar represalias de los abertzales o sus sicarios de la ertzaintza. Aunque en ningún lado se hacían alusiones directas a la violencia, no al menos del modo en que lo habían dicho los skinheads de la universidad, toda la web transmitía un cierto sentido de amenaza, de incitación a esa violencia. Ana y Álex no tenían ninguna duda de que se encontraban ante algo gordo, muy gordo.
- ¿Y cómo han podido reaccionar tan rápido? – Se preguntó Álex en voz alta.
2 Comments:
Creo que Deusto no tiene facultad de periodismo. La universidad pública de Bilbao se llama Leioa, allí sí dan periodismo.
Ok, corregido, muchas gracias por la aportación.
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