8.11.06

Veintiséis

MR, presidente del principal partido de la oposición, observaba abstraído las paredes acolchadas del lujoso jet privado en el que viajaban. Las luces tenues del interior hacían juegos de sombras al enfrentarse con el sol que se colaba por las ventanillas. El hilo musical apenas se escuchaba, y ninguna conversación enturbiaba el ambiente de concentración que reinaba en el interior de la pequeña pero espaciosa cabina. Fijó la mirada en el asiento de delante, vacío: una enorme butaca de piel color salmón, confortable, reclinable, extensible, giratoria. El asiento llevado a su máximo exponente. A su lado alguien carraspeó, y MR giró la cabeza lentamente, a regañadientes, resistiéndose a volver al mundo de los vivos. Sin embargo había sido sólo un carraspeo espontáneo, y MA, un peso pesado dentro de su partido, eterno candidato a ocupar su puesto, le devolvió una mirada tan cansada como la suya. También leyó en sus ojos derrota, preocupación, inquietud.

¿Se habían equivocado? Era la pregunta que todos se hacían, y aunque algunos se quedaban allí, la mayoría pasaba inmediatamente a la siguiente interrogación: ¿Cómo va a afectarnos todo esto? Lo curioso es que para muchos la preocupación se limitaba a los términos políticos, a las consecuencias para el partido, quizá también para sus propios puestos, su carrera, pero casi nadie pensaba en las consecuencias que todo aquello podía tener para el país. Así somos los políticos, pensó MR por un momento, pensamos que lo que nos preocupa a nosotros le preocupa al país, y lo que no nos afecta, tampoco tiene que afectarles a los demás. Somos unos egocéntricos.

Lo que más le llamaba la atención era que nadie dentro del partido parecía haberse planteado en ningún momento que los golpistas pudieran tener éxito. ¡Eso era parte de la historia de España, no de su presente! Cuatro soldados sin luces no podían volver a controlar el destino del país, no en el siglo XXI. Y sin embargo, había ya varios muertos; acababan de informarle de algún tipo de enfrentamiento entre una avanzadilla de los golpistas y una fuerza desconocida, quizá de la policía autonómica; los tanques estaban a punto de llegar a Bilbao y al parecer un escuadrón de helicópteros podía estar también implicado en todo aquello. Los datos e informaciones no paraban de llegar, pero todo era confuso y su gente parecía haber sido superada por la situación, incapaz de asimilar y reaccionar a todos aquellos acontecimientos.

Se volvió a mirar por la ventanilla y vio reflejado su propio rastro, el ceño fruncido, mientras empezaba a recordar la entrevista privada que había tenido con el Presidente del gobierno justo antes de salir hacia el aeropuerto. Había tenido que acudir a su llamada a toda velocidad, porque si una cosa estaba clara era que a nadie le sobraba el tiempo.

- Os tenemos cogidos por las pelotas. – Fue el saludo del socialista cuando se encontraron solos en la elegante pero sobriamente decorada sala en la que iban a conversar. MR no contestó. – Todos sabemos cómo funciona esto: decidisteis arriesgar y habéis perdido.
- ¿Qué quieres? – Le preguntó MR con una familiaridad que sólo se permitía en la más absoluta intimidad.
- Antes de hablar de eso, quiero preguntarte una cosa, y contéstame con sinceridad – MR arqueó una ceja -: ¿Crees que debemos preocuparnos? – Y el líder de la oposición entendió inmediatamente que en la pregunta no había trampa.
- He pensado en ello, ¿sabes? Al principio ni se me había pasado por la cabeza que pudieran lograr algo, pero…
- ¿Pero?
- No es sólo el ejército.
- Lo sé. Lo sabemos. Por una vez el CESID ha hecho los deberes. Estábamos informados antes de que actuaran, incluso antes de que los periodistas se enteraran. Sabemos quién está detrás.
- ¿Lo sabíais?
- No, no todo. Sabíamos que se estaban preparando, pero no teníamos ni idea de cómo ni cuándo.
- ¡Pero podríais haber hecho algo! – Replicó MR, mientras su cerebro empezaba a maquinar cómo podría usar eso en contra del gobierno.
- Lo hemos hecho, M, lo hemos hecho.

El socialista no le dio todos los detalles, pero sí le hizo una propuesta. De hecho era más bien un chantaje, pero uno de ésos imposibles de rechazar. Ellos ofrecían no crucificar al grupo popular por la forma en que había llevado todo el asunto, e incluso les ofrecían la oportunidad de jugar un pequeño papel en la resolución del mismo, pero a cambio... Lo que pedían a cambio le había enfrentado a la cúpula de su propio partido, y aunque les había convencido, sabía que también había entregado su cabeza en una bandeja de plata. Antes del próximo congreso dimitiría como presidente y candidato e intentaría retirarse con cierta dignidad, pero primero debería cumplir con su parte del trato con los socialistas: debería reconocer y elogiar la forma en que el gobierno había manejado toda la crisis. Nada grave, pensaría un profano, pero era algo que echaba por tierra toda la estrategia de su partido en la última década: jamás reconocer un error, jamás elogiar al enemigo.

A sus pies, centenares de metros por debajo del avión, el mapa de España se deslizaba bajo su vista, con las repetitivas formas geométricas de los campos, los cada vez más escasos y pequeños bosques, la geografía ondulada e incluso abrupta de los montes, surcada por ocasionales ríos. Él amaba a su país, y le habría gustado gobernarlo, pero quedaba claro que ya jamás lo haría. A su lado había alguien que quizá llegara a ello, y no pudo evitar echarle un vistazo, observarlo mientras leía unos papeles. Era un hombre metódico, trabajador y eficiente. Y era listo, probablemente más listo que él, pero también más extremado, más agresivo, y eso ya era mucho decir. MA era el principal representante de la línea dura del partido, el acosador de los socialistas, y aún más de los nacionalistas. Él sería el futuro del partido, aunque a MR no acabara de convencerle ese futuro. Cuando se despedía del Presidente del gobierno, éste se acercó algo más a él, y casi le susurró:

- Sé que no es cosa mía, y que no soy nadie para darte consejos, pero quizá deberías preguntarte quién hace más por dividir España, si vosotros o ellos.

MR no contestó, e incluso enrojeció de rabia al escuchar la acusación, pero la expresión del socialista era seria, y aunque político al fin y al cabo, algo en Z transmitía cierta sinceridad. En el coche, camino del aeropuerto, no podía sacarse la idea de la cabeza. Todos y cada uno de los miembros de su partido era firmes defensores de la unidad de España. Creían en un país unido, fuerte, cohesionado. ¿Pero habían avanzado algo en aquella dirección? ¿Lo habían logrado cuando gobernaban, o ahora, desde la oposición? Los nacionalistas seguían más o menos igual de fuertes, igual de radicales; España seguía siendo, como decía Serrat, muchas, pequeñas y cabreadas; y su partido usaba eso, consciente y deliberadamente, para encauzar el voto españolista hacia sus filas. ¿Por qué no atacar a catalanes y vascos si de allí nunca sacarían más votos de los que ya tenían? ¿Por qué no aprovechar el rencor de muchos españoles hacía el hermano rebelde e insolidario? Pues quizá por que con ello estaban dividiendo al país. La idea, absurda, falsa, le reconcomía, y cada vez que se descubría pensando en ello MR se justificaba en el cansancio, el estrés y la preocupación.


- Dentro de quince minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Bilbao. Por favor, ocupen sus asientos y abróchense los cinturones. – Dijo la voz del capitán por el sistema de megafonía, mientras la azafata pedía lo mismo a dos hombres que estaban tomando una copa en el minibar del avión.

1 Comments:

Blogger Andreu Costa said...

Bueno, no quiero adelantar cosas por no quitarle gracia al asunto, pero la familia real todavía tiene algo que decir.
Sobre la reacción a nivel gubernamental, también están ahí, trabajando en ello, aunque ten en cuenta que les ha pillado por sorpresa la precipitación de toda la crisis.
Sobre los catalanes, bueno, a ésos los dejaré para otra historia. ;)

Gracias, Toke.

3:44 p. m.  

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