25.10.06

Diecinueve

Uno de los cinco móviles que había encima de la mesa empezó a vibrar, pero nadie lo atendía. En algún lado sonó una cadena de water y después entró él en la habitación. Llevaban allí tres horas organizando a docenas de grupos, se sentía agotado, y estaba convencido de que lo peor estaba por llegar.

Él no era precisamente uno de los mayores defensores del proceso de paz. No creía que todo aquello llevara a ningún lado, y si lo hacía, ni siquiera creía que llegara a verlo. Quizá su hijo. Tomando como ejemplo el proceso de Irlanda del norte, llevaban ya casi diez años y apenas habían logrado nada importante. Recordó aquel 1997, cuando un amigo le llamó desde Belfast para anunciarle que el IRA iba a declarar un alto el fuego unilateral. Aquella decisión levantó ampollas tanto en la propia Irlanda del norte como en Euskadi. El IRA era el referente de cualquier lucha de liberación del mundo, y muchos consideraron aquello como una capitulación. Pero para otros significó esperanza, y él era uno de ellos.

Sin embargo ocurrió lo que todos temían. Pese a la buena voluntad de la mayoría de las partes las diferencias eran tantas que el proceso se eternizaba y se enfangaba en las siempre turbias aguas de la política. Eso dio alas a los más críticos con un posible proceso de paz similar dentro de la banda armada vasca, pero él reflexionaba para sus adentros: ¿Acaso están peor que antes? ¿Acaso las armas les habrían acercado más o más rápido a la tan anhelada independencia? Pero esas opiniones nacían y morían dentro de su cerebro. En el fondo sabía que para él jamás habría esperanza de paz: la sangre manchaba sus propias manos, en el mejor de los casos sólo le quedaría la cárcel o el exilio.

Entonces se acordaba de su hijo, viviendo su vida ajeno a la de su padre, jugando en algún parque sin saber que él luchaba por la independencia de Euskadi, por la libertad de los vascos. Y entonces se preguntaba qué opinaría su hijo de él cuando fuera mayor y su madre se lo contara todo, como habían acordado. ¿Lo consideraría un héroe o un asesino? ¿Qué valoraría más, la libertad o la paz? Difícil y maldita elección. Finalmente se acercó a la mesa y cogió el teléfono. Se escucharon los ruidos habituales y le anunciaron al grupo de la universidad de Bilbao.

- Los tenemos.- Musitó una voz, casi temblorosa.
- ¿Qué ha ocurrido?
- Tenemos… una baja. – Respondió la voz. Podía imaginar las lágrimas corriendo por su rostro. Sólo eran chavales, y él los había obligado a convertirse en soldados. Una vez más.
- Cuéntamelo.
- Eran cuatro, se separaron en dos parejas, supongo que para no llamar la atención, y cogimos a los que habían quedado atrás. Pero llevaban armas. Los otros dos nos dispararon. Le dieron a Beatriz.
- ¿Muerta?
- Sí, otro compañero la recogió y se la llevó, todavía estaba viva pero sangraba mucho, al final murió.
- ¿Ahora dónde está?
- La llevaron a su casa, con sus padres. Ellos son de los nuestros, no pasa nada. Tendrías que haber visto sus caras… lloraban, pero también estaban, no sé, orgullosos. El hermano de Bea está en la cárcel por colaboración con banda armada, al parecer le dieron varias palizas antes del juicio, en los interrogatorios. Al padre también le cascaron hace un montón de años. Y ahora han matado a su hija.
- Es la historia de Euskadi. – Dijo como en un lamento. Entonces cambió el tono de voz y preguntó. - ¿Dónde los tenéis?
- Atados y amordazados en el coche, en el garaje. Dos de los míos los vigilan, con su arma. Le han puesto una manta doblada encima del pecho a uno de ellos y aprietan el cañón de la pistola contra ella. Si pestañea demasiado fuerte dispararán, y la manta amortiguará el ruido.
- Bien. – Se sorprendió con todo aquello. ¿Qué estaban haciendo con aquellos chicos? ¿En qué los estaban convirtiendo? Y sin embargo, aquellos desgraciados habían asaltado una universidad, habían matado a una chica, una de las suyas, y quién sabe qué más habrían hecho en sus asquerosas vidas. Merecían aquello y mucho más. – Está bien. Dejadlos ahí por ahora. Acuérdate de relevar a los vigilantes cada hora, no quiero que alguien se ponga demasiado nervioso y se cargue a esos dos antes de tiempo.
- ¿Qué haremos con ellos?

En ese momento un segundo móvil vibró. Iba a ignorarlo hasta que terminara con esto, pero entonces otro de los teléfonos empezó a bailar sobre la mesa, y el instinto le dijo que algo iba mal. Pidió al universitario que esperara un momento y cogió el primer móvil que había vibrado.

- ¡Problemas! – Le gritó el enlace antes de que llegara a ponerse el teléfono en la oreja. Sintió que se le hacía un nudo en el estómago.
- ¿Qué ocurre?
- El ejército. El puto ejército.
- Espera.

Cogió el tercer teléfono y se lo puso en la otra oreja.

- ¿Base?
- Aquí base, ¿qué ocurre?
- Acaban de llamarme para decirme que una columna de tanques y camiones cargados de soldados ha salido en dirección a Bilbao.
- ¿Tanques? – Preguntó, sintiendo como el nudo le subía por el pecho y le atenazaba la garganta.
- La puta Brunete, siempre la puta Brunete.
- Han salido hace poco, pueden tardar más de una hora – Le dijeron desde el otro teléfono.
- ¿Tenemos a alguien siguiéndolos? – Preguntó a ambos teléfonos. Los dos contestaron a la vez que no, y empezaron a argumentar los porqués. No les escuchó. - ¿Tenemos gente en su ruta? Quiero información de su avance, velocidad y sobre todo quiero saber a qué hora llegarán.
- Cuenta con ello. – Contestaron en una línea, luego colgaron. En la otra hubo silencio.
- ¿Qué ocurre?
- Tanques. – Repitieron a ese lado. – Miles de fachas en Bilbo, tiroteos, ahora los tanques. ¿Crees que lo tenían todo planeado?
- Sí, lo tenían planeado.
- Quieren machacarnos.
- Quieren mucho más.
- ¿Crees que lo habrían hecho si…?
- ¿Si el Escorpión no se hubiera cargado al Rey? No lo sé, quizás, o quizás les hemos dado la excusa perfecta, quizá hemos despertado al monstruo durmiente.
- ¿Y ahora?
- Ahora vamos a pensar y a actuar.
- De acuerdo.
- De acuerdo.

Colgó, y tardó unos minutos en recordar que todavía había alguien esperándolo en uno de aquellos jodidos teléfonos, esperando sus instrucciones. Lo miró un rato y luego apretó la tecla de colgar. Aquello podía esperar. Parecía que al final Euskadi no tendría paz ni libertad, y cerró los ojos, notando como le escocían y lagrimeaban. Entonces la puerta se abrió y alguien carraspeó a pocos pasos.

Goiko y Maitechu, la Gata, le miraban desde la puerta. Entre los tres formaban la plana mayor del ejército de liberación vasco, de lo que quedaba de él tras tantos años de persecución y desgaste. Ya no eran tantos ni tan valientes como en los buenos tiempos, ahora sólo había viejos enterrados en la rutina del odio y niñatos agresivos sin disciplina ni verdaderos ideales. Y ellos debían dirigirlos, y quizá ahora ordenarles que se enfrentaran a un ejército de verdad, con tanques y todo. Con un suspiro, invitó a sus compañeros a sentarse y empezó a contarles la situación, aunque ya conocían la mayor parte.

- Debemos retirarnos, jamás venceríamos contra un ejército. Una cosa es escarmentar a esos cabrones que han venido a quemar Bilbao, y otra es luchar contra tanques. – Dijo Goiko, que mordisqueaba una pipeta de plástico de forma compulsiva
- Tenemos armas para ello. Podemos hacerles mucho daño. – Le contestó la Gata, siempre dispuesta al combate.
- Debemos pensar en las consecuencias de nuestras decisiones, en todas las consecuencias. – Les frenó él.
- ¿Qué quieres decir?
- Nos enfrentamos con el ejército, ¿y qué ocurre, además de perder a un montón de hombres? ¿Y si nos retiramos, qué le ocurre a la ciudad, qué le ocurre a Euskadi?
- Tienes razón. – Replicó Maitechu. – Si nos enfrentamos, le enseñaremos a España que no nos da miedo, ni siquiera con sus tanques, y también despertaremos a los vascos, será una invitación a la lucha. Me han dicho que muchos ya están llamando a nuestras puertas para echar a los fachas de Bilbao, ¡reclutaremos a un ejército! – Los ojos le brillaban con la promesa de una gloria que a los demás les parecía cuanto menos incierta.
- O quizá provoquemos el efecto contrario, y el mundo nos tome por unos locos fanáticos que…
- Esperad, esperad. Debéis alejaros del asunto, intentar verlo con más perspectiva. Por lo que sabemos no ha sido el gobierno quien ha mandado esos tanques, más bien parece iniciativa de unos pocos. Quizá hasta sea un intento de golpe de estado o algo así.
- Eso no impedirá que nos machaquen.
- Espera. Lo que quiero decir es que debemos pensar en la reacción del gobierno, y la de la gente de a pie, en sus casa, cuando vea los tanques en la tele.
- ¿Crees que el gobierno intentará detenerlos? – Preguntó Goiko
- ¿Y el gobierno vasco? ¿Puede hacer algo? ¿Les dejará entrar en Bilbao? – Añadió Maitechu, sumándose al fin al sentido de sus reflexiones.
- Exactamente. La gran pregunta es si estamos solos en esto o no. Quizá podamos sumar fuerzas, y eso repercuta en nuestro beneficio, a largo plazo, quiero decir.
- ¿Crees que podríamos llegar a ser “de los buenos”? – Preguntó la Gata señalando las comillas con un gesto en el aire y mostrando una gran sonrisa irónica.
- ¿Por qué no? – Le contestó Goiko. – Pongamos que desde Madrid condenan la salida de esos tanques, la amenaza ilegal a la población civil y todo eso. Pongamos que alguien da la orden para que la ertzaintza mande todo lo que tenga a interceptarlos de forma preventiva.
- Pongamos que nosotros usamos nuestros recursos y experiencia de combate para darles por sorpresa y empujarlos de vuelta a casa y con el rabo entre las piernas. – Añadió él con una media sonrisa.
- La gente nos vería como los libertadores de Euskadi…
- Lo que siempre hemos sido. – Sentenció la mujer.
- Lo que siempre hemos querido ser. – Matizó él.
- Pero estamos dando una cosa por sentado. – Dijo entonces Goiko. – Que todos saben que esos tanques vienen hacia aquí.
- Es hora de hacer unas cuantas llamadas. Maite, empieza a planificar la defensa. Deja el frente principal para ellos, nosotros tenemos que buscar un lugar para hacer una emboscada, reunir material y hombres, y tenemos menos de una hora. Goiko, tú conoces gente en la ertzaintza, entérate de lo que saben y de lo que piensan hacer, dales todas las sugerencias que necesiten hasta que entiendan que tienen que meterse en esto, pero no cuentes nada de nuestro plan. Yo me ocupo de Madrid.