Quince
- ¿Lo has entendido?
- Sí señor, pero no sé si me gusta el plan.
- ¿Y a quién coño le importa lo que a ti te guste? ¡Tú cumples órdenes! – Después, suavizando el tono y soltando un suspiro, Adolfo añadió desde su lado del teléfono – Igual que yo, igual que yo. Escucha, hemos llegado hasta aquí y no podemos detenernos ahora. Tú misión es de la máxima importancia, tiene que salir bien.
- Está bien, cumpliremos.
- Perfecto, perfecto. ¿Todavía tenéis al periodista?
- Ehm, no, lo dejamos con su guardián hace media hora, a estas alturas… - Dijo el líder del doble grupo de asalto, que todavía cargaba con su cada vez más rígido cadáver, mientras que el herido ya empezaba a valerse por sí mismo.
- ¿Le habéis hecho algo?
- No creo, sólo le dije que se asegurara de que no contaba nada hasta mañana.
- Mierda. Cambio de planes. Lo necesitamos ahí.
- Pero eso es…
- ¿No lo entiendes? Necesitamos un testigo, imágenes, y además tienen que salir en la tele rápido. Para que todo el país se entere.
- De acuerdo. Ahora mismo me ocupo de ello.
Colgando el teléfono, el líder del grupo echó un vistazo a sus hombres y se pasó una mano por el cortísimo pelo. Confiaba en su propio equipo, él mismo o había reclutado entre su unidad del ejército, y eran todos de confianza, pero los otros eran civiles, aficionados, y en sus rostros se hacía patente la tensión a que se hallaban sometidos. Se tomó unos instantes para pensar y finalmente dio instrucciones.
Cuatro de los aficionados se encargaría de volver a localizar al periodista y al skin y llevarlos al punto de encuentro, en la plaza Tres Pilares. En ese mismo momento podían ver la cabeza de la manifestación a unos pocos centenares de metros de donde ellos estaban, aunque entre ambos había una infranqueable barrera formada por varias furgonetas de la policía vasca, dos tanquetas de agua y no menos de un centenar de antidisturbios. Por suerte la atención de todos esos efectivos estaba centrada en la belicosa manifestación, y no en su grupo, escondido en la entrada de una entidad bancaria.
Mientras llegaba el periodista, dos de sus hombres explorarían el terreno en busca del mejor punto de asalto, un lugar desde el que pudieran acercarse lo suficiente sin ser vistos y hubiera un acceso fácil a la manifestación. Empezarían mirando los accesos desde el sur, los contrarios a su posición actual, ya que parecía que allí la concentración de policías era menor. Los otros cinco miembros de su grupo se ocuparían de abrir paso cuando llegara el momento, cargando desde detrás de las barreras policiales y pillándoles por sorpresa. Los dos skins grandullones cargarían con el muerto y el herido, mientras el tipo nervioso de la porra cerraría el grupo cubriéndoles por detrás. Le habían quitado el arma, no sin que protestara enérgicamente, para evitar que hiciera más daño.
Finalmente a él le correspondería la parte más arriesgada: él sería el francotirador.
Los cuatro que tenían que encontrar al periodista salieron corriendo, aunque con la máxima discreción posible y pegados a la pared de los edificios, en la dirección en que se habían separado de la pareja. Mientras corrían, uno de ellos llamaba al skin para preguntarle dónde estaban y darle instrucciones de encontrarse con ellos. Tras siete tonos de llamada sin respuesta, volvió a marcar.
- ¿Sí? – Contestó Martín jadeando ostensiblemente.
- Martín, soy Germán.
- ¿Germán?
- ¡El Pitbull! – Le gritó el otro, sabiendo que muchos sólo le conocían por su apodo. - ¿Dónde estáis?
Martín necesitó unos segundos para contestar. En aquel preciso momento había perdido de vista al maldito periodista, que entraba a la carrera en la estación de tren, un centenar de metros por delante de él. Hablar por el teléfono le estaba frenando, y Martín estaba demasiado cabreado para eso.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué me llamas? Ahora no puedo…
- ¡Escucha maricón! – Le cortó el otro – Trae otra el periodista para acá, el jefe le necesita. ¡Ahora!
- Vale – Martín titubeó de nuevo, tropezando con una señora que parecía buscar un taxi frente a las puertas de la estación. - ¿Dónde tengo que llevarlo?
- Oye ¿qué está pasando? Te oigo correr… Joder, ¿se te ha escapado?
- …
- Mierda, ¿dónde está? ¡Vamos para allá!
- ¡Estación de Abando! – Gritó Martín, colgando el teléfono y apretando el paso para pillar al periodista, que en ese mismo momento resbalaba por el suelo de mármol de la estación, camino de las escaleras.
Los cuatro perseguidores arrancaron a correr a toda prisa camino de la estación, temiendo llegar demasiado tarde y sufrir las consecuencias de aquella fuga. El bocazas de Martín se llevaría la peor parte, pero seguro que ellos tampoco se librarían. El ruido de sus botas a la carrera resonaba por toda la calle, mezclándose con las cercanas sirenas que seguían acudiendo al encuentro de la manifestación.
Mientras dentro de la estación la persecución parecía poder prolongarse eternamente. El periodista parecía dar vueltas sin una dirección fija, corriendo de una planta a otra a toda prisa, saltando por las escaleras, gritando pidiendo paso, mientras el skin le seguía a la carrera, incapaz de acortar las distancias entre ambos. Finalmente el chico logró su propósito: llamar la atención de una pareja de guardas de seguridad atraídos por los gritos y protestas de las personas arrolladas en la carrera.
- ¡Eh tú! ¡Alto! – Gritó uno de ellos asomándose a una barandilla y viendo como Álex corría entre unos plafones informativos situados en el centro de la planta central de la estación. Delante suyo, la enorme vidriera de la estación parecía observarlos indiferente. Antes de salir en su persecución vio que alguien se le había adelantado: un skinhead perseguía al primer chaval, y con una sonrisa imaginó que aquello tendría que ver con la manifestación que se estaba produciendo allí cerca en esos mismos momentos. Le habría gustado ir, pero jamás se habría atrevido a correr el riesgo de ser reconocido en una concentración de ese tipo: las consecuencias podrían ser graves en una ciudad llena de separatistas y cabrones. Le dijo a su compañero que avisara por radio y observando la trayectoria del chaval a la fuga se dirigió él mismo a unas escaleras con la esperanza de cortarle el paso. No se encontraba en la mejor forma física, por lo que su carrera era pesada, sujetando con ambas manos el cinturón cargado con la porra, la radio y los demás pertrechos de su oficio. Para su desgracia, no le dejaban llevar pistola.
Esperanzado al ver que los guardias de seguridad le habían visto y agotado por la carrera, Álex redujo el ritmo, buscando el camino más corto para llegar a la seguridad de sus nuevos aliados. Todavía aferraba la bolsa con la cámara con todas sus fuerzas, pero le dolía la rodilla que se había golpeado con el resbalón, y sentía como le ardían los pulmones por el esfuerzo realizado. De un salto empezó a subir un nuevo tramo de escaleras, escuchando el ruido de las botas de su perseguidor cada vez más cerca, entonces alzó la cabeza y vio al agente de seguridad, que se detenía en el rellano de arriba y sacaba la porra de su funda. Ahora verás, skin de mierda, pensó para sus adentros, pero justo en el momento en que llegaba junto al agente y se detenía apoyando las manos en las caderas e inclinándose, respirando con dificultad, sintió un terrible golpe en su cabeza y se desplomó sin sentido sobre el suelo. Tras él, el skin empezaba a subir las escaleras y contemplaba atónito el golpe del segurata y la caída del periodista.
- Tú, ven aquí.- Le gritó el de seguridad al ver que se detenía en medio de las escaleras, jadeando, dubitativo. Viendo que no le convencía, le preguntó – ¿Para qué perseguías a éste?
- Me… me ha robado una cámara. – Improvisó Martín.
- Ya, claro. – Algunas personas empezaban a acercarse para ver qué había ocurrido, y eso era lo que menos les interesaba a ninguno de los dos. – Vamos, ayúdame a llevar a este a mi oficina, allí te… te devolveré tu cámara, ¿de acuerdo?
Entre los dos levantaron al pobre periodista, que empezaba a recobrar el conocimiento pero sentía la vista nublado y unas terribles nauseas. La gente se apartaba para dejarlos pasar, murmurando y señalando, pero sin atreverse a hacer nada. El segundo guardia de seguridad se acercó a ellos, pero su compañero le alejó con la mano, indicándole que podía ocuparse solo del asunto.
- He llamado a la policía, pero parece que están un poco liados con lo de la manifestación, tardarán en enviar a alguien.
- Mejor, mejor. – Le contestó el otro.
Estaban ya a punto de entrar en la oficina cuando se escucharon unos gritos en la planta de acceso a la estación. Todos se dieron la vuelta y vieron como un grupo de skins sudorosos y con cara de pocos amigos empezaban a bajar las escaleras, buscando con la mirada en todas las direcciones. Uno de ellos les señaló con el dedo y todos salieron corriendo en su dirección.
- ¿Amigos tuyos? – Le preguntó el guardia a Martín, con una sonrisa nerviosa.
- Eso espero – Sólo atinó a contestar el otro, mientras entraban en la pequeña oficina de seguridad de la estación arrastrando al periodista.
- Sí señor, pero no sé si me gusta el plan.
- ¿Y a quién coño le importa lo que a ti te guste? ¡Tú cumples órdenes! – Después, suavizando el tono y soltando un suspiro, Adolfo añadió desde su lado del teléfono – Igual que yo, igual que yo. Escucha, hemos llegado hasta aquí y no podemos detenernos ahora. Tú misión es de la máxima importancia, tiene que salir bien.
- Está bien, cumpliremos.
- Perfecto, perfecto. ¿Todavía tenéis al periodista?
- Ehm, no, lo dejamos con su guardián hace media hora, a estas alturas… - Dijo el líder del doble grupo de asalto, que todavía cargaba con su cada vez más rígido cadáver, mientras que el herido ya empezaba a valerse por sí mismo.
- ¿Le habéis hecho algo?
- No creo, sólo le dije que se asegurara de que no contaba nada hasta mañana.
- Mierda. Cambio de planes. Lo necesitamos ahí.
- Pero eso es…
- ¿No lo entiendes? Necesitamos un testigo, imágenes, y además tienen que salir en la tele rápido. Para que todo el país se entere.
- De acuerdo. Ahora mismo me ocupo de ello.
Colgando el teléfono, el líder del grupo echó un vistazo a sus hombres y se pasó una mano por el cortísimo pelo. Confiaba en su propio equipo, él mismo o había reclutado entre su unidad del ejército, y eran todos de confianza, pero los otros eran civiles, aficionados, y en sus rostros se hacía patente la tensión a que se hallaban sometidos. Se tomó unos instantes para pensar y finalmente dio instrucciones.
Cuatro de los aficionados se encargaría de volver a localizar al periodista y al skin y llevarlos al punto de encuentro, en la plaza Tres Pilares. En ese mismo momento podían ver la cabeza de la manifestación a unos pocos centenares de metros de donde ellos estaban, aunque entre ambos había una infranqueable barrera formada por varias furgonetas de la policía vasca, dos tanquetas de agua y no menos de un centenar de antidisturbios. Por suerte la atención de todos esos efectivos estaba centrada en la belicosa manifestación, y no en su grupo, escondido en la entrada de una entidad bancaria.
Mientras llegaba el periodista, dos de sus hombres explorarían el terreno en busca del mejor punto de asalto, un lugar desde el que pudieran acercarse lo suficiente sin ser vistos y hubiera un acceso fácil a la manifestación. Empezarían mirando los accesos desde el sur, los contrarios a su posición actual, ya que parecía que allí la concentración de policías era menor. Los otros cinco miembros de su grupo se ocuparían de abrir paso cuando llegara el momento, cargando desde detrás de las barreras policiales y pillándoles por sorpresa. Los dos skins grandullones cargarían con el muerto y el herido, mientras el tipo nervioso de la porra cerraría el grupo cubriéndoles por detrás. Le habían quitado el arma, no sin que protestara enérgicamente, para evitar que hiciera más daño.
Finalmente a él le correspondería la parte más arriesgada: él sería el francotirador.
Los cuatro que tenían que encontrar al periodista salieron corriendo, aunque con la máxima discreción posible y pegados a la pared de los edificios, en la dirección en que se habían separado de la pareja. Mientras corrían, uno de ellos llamaba al skin para preguntarle dónde estaban y darle instrucciones de encontrarse con ellos. Tras siete tonos de llamada sin respuesta, volvió a marcar.
- ¿Sí? – Contestó Martín jadeando ostensiblemente.
- Martín, soy Germán.
- ¿Germán?
- ¡El Pitbull! – Le gritó el otro, sabiendo que muchos sólo le conocían por su apodo. - ¿Dónde estáis?
Martín necesitó unos segundos para contestar. En aquel preciso momento había perdido de vista al maldito periodista, que entraba a la carrera en la estación de tren, un centenar de metros por delante de él. Hablar por el teléfono le estaba frenando, y Martín estaba demasiado cabreado para eso.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué me llamas? Ahora no puedo…
- ¡Escucha maricón! – Le cortó el otro – Trae otra el periodista para acá, el jefe le necesita. ¡Ahora!
- Vale – Martín titubeó de nuevo, tropezando con una señora que parecía buscar un taxi frente a las puertas de la estación. - ¿Dónde tengo que llevarlo?
- Oye ¿qué está pasando? Te oigo correr… Joder, ¿se te ha escapado?
- …
- Mierda, ¿dónde está? ¡Vamos para allá!
- ¡Estación de Abando! – Gritó Martín, colgando el teléfono y apretando el paso para pillar al periodista, que en ese mismo momento resbalaba por el suelo de mármol de la estación, camino de las escaleras.
Los cuatro perseguidores arrancaron a correr a toda prisa camino de la estación, temiendo llegar demasiado tarde y sufrir las consecuencias de aquella fuga. El bocazas de Martín se llevaría la peor parte, pero seguro que ellos tampoco se librarían. El ruido de sus botas a la carrera resonaba por toda la calle, mezclándose con las cercanas sirenas que seguían acudiendo al encuentro de la manifestación.
Mientras dentro de la estación la persecución parecía poder prolongarse eternamente. El periodista parecía dar vueltas sin una dirección fija, corriendo de una planta a otra a toda prisa, saltando por las escaleras, gritando pidiendo paso, mientras el skin le seguía a la carrera, incapaz de acortar las distancias entre ambos. Finalmente el chico logró su propósito: llamar la atención de una pareja de guardas de seguridad atraídos por los gritos y protestas de las personas arrolladas en la carrera.
- ¡Eh tú! ¡Alto! – Gritó uno de ellos asomándose a una barandilla y viendo como Álex corría entre unos plafones informativos situados en el centro de la planta central de la estación. Delante suyo, la enorme vidriera de la estación parecía observarlos indiferente. Antes de salir en su persecución vio que alguien se le había adelantado: un skinhead perseguía al primer chaval, y con una sonrisa imaginó que aquello tendría que ver con la manifestación que se estaba produciendo allí cerca en esos mismos momentos. Le habría gustado ir, pero jamás se habría atrevido a correr el riesgo de ser reconocido en una concentración de ese tipo: las consecuencias podrían ser graves en una ciudad llena de separatistas y cabrones. Le dijo a su compañero que avisara por radio y observando la trayectoria del chaval a la fuga se dirigió él mismo a unas escaleras con la esperanza de cortarle el paso. No se encontraba en la mejor forma física, por lo que su carrera era pesada, sujetando con ambas manos el cinturón cargado con la porra, la radio y los demás pertrechos de su oficio. Para su desgracia, no le dejaban llevar pistola.
Esperanzado al ver que los guardias de seguridad le habían visto y agotado por la carrera, Álex redujo el ritmo, buscando el camino más corto para llegar a la seguridad de sus nuevos aliados. Todavía aferraba la bolsa con la cámara con todas sus fuerzas, pero le dolía la rodilla que se había golpeado con el resbalón, y sentía como le ardían los pulmones por el esfuerzo realizado. De un salto empezó a subir un nuevo tramo de escaleras, escuchando el ruido de las botas de su perseguidor cada vez más cerca, entonces alzó la cabeza y vio al agente de seguridad, que se detenía en el rellano de arriba y sacaba la porra de su funda. Ahora verás, skin de mierda, pensó para sus adentros, pero justo en el momento en que llegaba junto al agente y se detenía apoyando las manos en las caderas e inclinándose, respirando con dificultad, sintió un terrible golpe en su cabeza y se desplomó sin sentido sobre el suelo. Tras él, el skin empezaba a subir las escaleras y contemplaba atónito el golpe del segurata y la caída del periodista.
- Tú, ven aquí.- Le gritó el de seguridad al ver que se detenía en medio de las escaleras, jadeando, dubitativo. Viendo que no le convencía, le preguntó – ¿Para qué perseguías a éste?
- Me… me ha robado una cámara. – Improvisó Martín.
- Ya, claro. – Algunas personas empezaban a acercarse para ver qué había ocurrido, y eso era lo que menos les interesaba a ninguno de los dos. – Vamos, ayúdame a llevar a este a mi oficina, allí te… te devolveré tu cámara, ¿de acuerdo?
Entre los dos levantaron al pobre periodista, que empezaba a recobrar el conocimiento pero sentía la vista nublado y unas terribles nauseas. La gente se apartaba para dejarlos pasar, murmurando y señalando, pero sin atreverse a hacer nada. El segundo guardia de seguridad se acercó a ellos, pero su compañero le alejó con la mano, indicándole que podía ocuparse solo del asunto.
- He llamado a la policía, pero parece que están un poco liados con lo de la manifestación, tardarán en enviar a alguien.
- Mejor, mejor. – Le contestó el otro.
Estaban ya a punto de entrar en la oficina cuando se escucharon unos gritos en la planta de acceso a la estación. Todos se dieron la vuelta y vieron como un grupo de skins sudorosos y con cara de pocos amigos empezaban a bajar las escaleras, buscando con la mirada en todas las direcciones. Uno de ellos les señaló con el dedo y todos salieron corriendo en su dirección.
- ¿Amigos tuyos? – Le preguntó el guardia a Martín, con una sonrisa nerviosa.
- Eso espero – Sólo atinó a contestar el otro, mientras entraban en la pequeña oficina de seguridad de la estación arrastrando al periodista.
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