8.10.06

Seis

Cogieron el vuelo a Londres de las cinco de la tarde. El Escorpión y Aitana tenían pasaportes franceses y se hacían pasar por una pareja de recién casados de ruta por Europa. Tono iba en primera como ejecutivo y el Bruto se había tenido que quedar en el piso franco para acabar de cerrar algunos detalles. Saldría dos días más tarde con destino a Marsella, y de allí a Córcega, donde pasaría unos meses en compañía de los independentistas corsos: unas auténticas vacaciones para él.

El Escorpión estaba nervioso. Nunca se movían en grupo por la sencilla razón de minimizar los riesgos, pero Mallorca se había puesto imposible, con policías y controles por todas partes, y tenían que salir de allí cuanto antes. No podían volver a casa porque el Escorpión sabía que los suyos no le perdonarían lo que había hecho, al menos no durante un tiempo, así que ellos también se tomarían unas vacaciones. Por supuesto lo había planeado todo con antelación, y tenían fondos suficientes para al menos un año si sabían administrarlos bien. Tono y el Bruto harían sus propias vidas, y Aitana y él seguirían juntos. La chica estaba loca por él, y el Escorpión se dejaba querer, quizás incapaz de nada más.

El control del aeropuerto estaba repleto de guardias civiles armados hasta los dientes y perros policía, pero ellos estaban limpios y sus papeles eran de lo mejor que se podía comprar, así que pasaron sin mayores problemas que un cinturón que pitó en el detector de metales. Tono se dirigió con paso seguro a la sala VIP y leyó la prensa tranquilamente hasta el momento de embarcar, mientras la pareja se tomaba un tentempié en una de las cafeterías. El Escorpión aceptó algunos arrumacos como parte del papel, aunque no era un hombre muy dado a ese tipo de exhibiciones en público. Aitana decidió aprovechar la ocasión.

Durante todo el vuelo hablaron de tonterías, del buen tiempo de Mallorca, de las playas, la comida y el vino, por supuesto todo en un perfecto francés, y al llegar a Gatwick se subieron a un taxi y Aitana, la única que chapurreaba inglés, dio una dirección del centro. Tono tomó otro taxi y dio la misma dirección, y hasta que no estuvieron los tres en el pequeño apartamento alquilado no se relajaron definitivamente. Lo habían logrado. Nadie sabía que estaban allí.
- ¿Qué sabemos de los nuestros? – Preguntó Tono, deseando que alguien le diera buenas noticias. La idea de pasar un año o quien sabe cuánto tiempo lejos de su gente no le atraía demasiado, y en el fondo deseaba que todo se arreglara y volviera a ser como antes. Como su líder, Tono se oponía a la negociación con el gobierno, pero le faltaba la convicción y el carácter del Escorpión.
- Nada. No he contactado con ellos y ellos no tienen forma de contactar con nosotros.
- ¿Sabrán que hemos sido nosotros? – Volvió a preguntar Tono.
- ¿Conoces a muchos más capaces de hacer lo que hemos hecho? ¿A muchos más capaces de ese tiro? – Le contestó Aitana con un punto de orgullo en la voz. Ella sí se sentía segura, aunque en el fondo le bastaba estar cerca del Escorpión para sentirse segura, y la idea de pasar el próximo año con él le parecía fantástica.

Tono suspiró ruidosamente pero no dijo nada más. Él no participaba en la toma de decisiones, así lo había escogido y así seguía prefiriéndolo. Él era un soldado, y lo único que pedía eran órdenes claras, un líder competente y un objetivo que alcanzar. Y desde que estaba con el Escorpión tenía todo eso y más, así que no había de qué quejarse. Tan sólo hacía dos días que habían realizado la ejecución con éxito, pero como siempre le ocurría, parecía como si hubiese sido hacía una eternidad. Un camarada le contó una vez que eso era por la tensión, cuando se liberaba tanta tensión acumulada eso afectaba a la percepción y a la memoria, alejando y minimizando el origen de esa tensión. En cualquier caso, para Tono todo era ya agua pasada, y sin embargo, todos los periódicos dedicaban la mitad de sus páginas a hablar del Rey, del gobierno, de ETA. Artículos, reportajes, análisis, de todo. Lo que más le sorprendió fue la noticia de que algunos fachas iban a ir a Bilbao a hacer una manifestación, pero con ganas de bronca. Por un momento se imaginó la situación y casi le entró la risa
- ¿Y esa sonrisa idiota? – Le preguntó Aitana, siempre demasiado agresiva.
- Pensaba en una cosa que he leído en el periódico, lo de los nazis que irán a Bilbo.
- Lo escuché ayer en la radio, por la noche. No sé si es cosa para reírse.- Contestó el Escorpión.
- No me he enterado – comentó Aitana, interesada al ver que a su hombre le preocupaba el tema. - ¿Qué es eso de los nazis?
- Parece que los fachas están intentando convocar una mani en Bilbo, y claro, no van a ir para aguantar pancartitas. Esos querrán liarla. – Le explicó Tono.
- El tema es saber cuántos podrán convocar. Si son cuatro matados, supongo que los nuestros se encargarán de darles una patada en el culo y enseñarles el camino de vuelta. Pero si logran convocar a mucha gente…
- ¿Mucha gente? ¡Y una mierda! – Le contestó Aitana. – Pueden juntar mucha gente para llorar y todo eso, lo del Basta ya y esas chorradas, pero nadie se atreverá a ir a nuestra casa a buscar jaleo, porque saben que lo encontrarán. Sabemos defendernos.
El Escorpión se quedó pensando unos segundos, y finalmente sacudió la cabeza como si desechara una idea incómoda.
- Supongo que tienes razón. Se juntarán cuatro, romperán algunos cristales y se irán a casa a contarles las batallitas a los amigos. Sólo espero que nadie sea tan idiota como para cruzarse en su camino.
Después de eso se instalaron en las dos únicas habitaciones del apartamento y se repartieron las tareas. Como Tono también hablaba algo de inglés se encargaría de comprar las cosas que hacían falta, comida y todo eso. El Escorpión y Aitana irían a comprar una tele, y aunque no se lo dijeron a Tono, también necesitaban condones. Se volverían a encontrar antes de la cena y pasarían la noche tranquilamente en casa, empezando a planificar el siguiente año.

Ya en la calle, Aitana reunió el valor suficiente para preguntarle al Escorpión cuando llamaría a casa. Él no contestó y siguió andando mirando al frente, mientras un escalofrío le recorría el cuerpo haciéndolo temblar por un instante: en Londres todavía hacía frío, pero sobre todo era la jodida humedad. Aitana se giró hacia él y repitió la pregunta con la mirada. No es que le importara mucho una temporada de exilio, incluso podía ser el marco perfecto para lograr que los sentimientos de aquel hombre frío se templaran un poco, pero a ella le gustaba saber las cosas a ciencia cierta, sin hipótesis ni suposiciones.
- Sabes que no les habrá gustado.
- Claro.
- Me ordenarán volver, y me harán un consejo de guerra.
- A todos.
- No, vosotros sólo me seguíais, la responsabilidad es mía.
- A la mierda, nosotros no funcionamos así, estamos juntos en esto.
- Da igual, a mí no me juzga nadie. Si me llaman, no iré.
- Vale, pero quiero saberlo, quiero escucharles decirlo. Si no nos quieren nos iremos, pero que nos lo digan. ¿Vale?
- Vale. Llamaré esta noche a Donosti para que me digan en qué número localizarlos y veremos qué ocurre.
Siguieron paseando y por un momento Aitana sintió la tentación de colgarse del brazo de su hombre, pero desechó la idea mordiéndose una sonrisa fugaz por su estupidez. Encontraron una tienda de electrodomésticos y entraron para comprar un televisor pequeño que pudieran llevarse a cuestas.

En ese mismo momento, el Bruto caminaba por un parque industrial a las afueras de Palma. Había estado quitando las letras de plástico de la furgoneta y también le había cambiado las placas y limpiado el interior de la cabina. Normalmente no se tomarían tantas molestias, dejarían la furgoneta tirada o incluso le prenderían fuego y listos, pero esta vez el Escorpión quería que todo fuera muy limpio, muy discreto. El Bruto pensaba que en el fondo nadie quería cargar con el muerto de haberle pegado un tiro al Rey, ni siquiera el Escorpión, y por eso estaban limpiando todas las huellas. Se imaginó lo que harían los maderos si trincaban a alguien por aquello, y deseó no estar en su lugar.
Cuando tenía diecinueve años la guardia civil lo había detenido en un registro en una erriko taberna y había pasado dos noches en el cuartelillo bajo la ley antiterrorista. Habían sido dos noches en el infierno. No recordaba cuántas veces le habían puesto la bolsa de plástico en la cabeza, asfixiándole hasta perder el conocimiento, pero lo que no olvidaría jamás fue ver cómo se les estropeaba el cacharro eléctrico del que salían los electrodos que ya tenía puestos en los huevos. En ese momento pensó que algún puto ángel se había apiadado de él, pero la paliza que le dieron después los frustrados torturadores le ayudó a olvidar al ángel en cuestión. Al final lo soltaron, sin cargos, sin nada, sólo la amenaza de que si los denunciaba por malos tratos irían a por su madre. A los diecinueve todavía no había hecho nada malo, prenderle fuego a un contenedor en una manifestación como mucho, pero después de aquello se metió de lleno en el Movimiento de Liberación, y en un par de años participaba en su primer atentado. Estaba lleno de rabia, y ya nunca más se la quitó de encima.

Atravesó caminando todo el parque industrial hasta llegar a la avenida que le llevaría a la ciudad. Había un autobús que pasaba por allí cada hora, y justo cuando alcanzó a ver la parada el autobús salía sin que el conductor pudiera o quisiera verlo corriendo y gesticulando para que parara. Llegó a la marquesina jadeando y sudando, maldiciendo al conductor y a parte de su familia. Se sentó en la banqueta de plástico y estiró las piernas, disgustado por la perspectiva de perder allí una hora sin hacer nada. Tras cinco minutos estaba ya tan nervioso que se puso de pié y empezó a leer el cartel informativo, los horarios y rutas de los autobuses y todo lo que estaba a su alcance. Otros diez minutos más tarde decidió volver a casa caminando. Habría recorrido la mitad del camino cuando un coche de la policía nacional pasó por su lado y se detuvo cien metros más adelante. El Bruto titubeó un instante y luego siguió caminando al mismo ritmo, en la misma dirección. No llevaba encima ni un triste pincho de cocina, así que se si iban a por él estaba perdido. Al llegar a la altura del coche patrulla las dos puertas se abrieron y los agentes salieron despacio, como por casualidad.
- Buenas tardes, caballero. – Dijo uno, insinuando un saludo militar con el brazo derecho. - ¿De vuelta a casa?
- Pues sí, ya toca. – Contestó el Bruto. – Pero se me ha escapado el jodido autobús y he decidido ir andando: me muero por una ducha.
- ¿Podríamos ver su documentación, por favor? Será sólo un minuto. – El agente sonreía, pero el Bruto pudo ver por el rabillo del ojo como el otro había rodeado el coche y se había puesto tras él, una mano apoyada en la culata de su pistola reglamentaria. - ¿Caballero? – Insistió el agente.
El Bruto no llevaba papeles. Sólo tenía el pasaporte francés que debía usar para salir de la isla, y aún ése estaba en casa. Tampoco le habría servido de mucho, después de decir que volvía a casa, y con su acento cerrado. Titubeó.
- ¿Documentación? Joder, ya es casualidad, hoy mismo me han robado la cartera de la taquilla. Mañana pensaba acercarme a la comisaría a denunciarlo. ¡Qué putada, oigan!
Mientras el agente que le había hablado perdía la sonrisa y acercaba la mano a su cinturón, el de detrás sacaba su pistola, aunque apuntaba al suelo, o más bien a los pies del Bruto.
- Tendrá que acompañarnos. En comisaría podrá poner la denuncia. – El tono de voz del agente se había endurecido, y no perdía de vista las manos del Bruto, que colgaban inertes a ambos lados de su cuerpo. No podía volver a entrar en una comisaría. Le descubrirían. Le destrozarían. No podía volver a pasar por aquello. Se había jurado que jamás volvería a pasar por aquello.
De repente el Bruto dio un salto hacia atrás y cayó con fuerza sobre el cuerpo del policía que le vigilaba pistola en mano. Éste no tuvo tiempo ni de sacarle el seguro a su arma, y ambos cayeron al suelo, golpeándose el policía la cabeza contra el asfalto y quedando aturdido. El otro agente intentó sacar su arma mientras le daba el alto, pero olvidó desabrochar la pistolera y tuvo que forcejear por un instante. El Bruto aprovechó y empezó a correr haciendo un leve zigzag, esperando escuchar una detonación de un momento a otro. El policía le dio de nuevo el alto mientras sacaba finalmente su automática y separaba las piernas de forma inconsciente para asegurar el tiro. El Bruto no llegó a escuchar la detonación, sólo sintió un terrible empujón justo en el centro de la espalda, y la columna vertebral le estalló en mil pedazos mientras su cuerpo volaba hacia adelante un par de metros y caía al suelo ya sin vida. Los dos policías se acercaron a la carrera sin dejar de apuntarle, y el que había caído al suelo lo sacudió con el pie en busca de una reacción.
- Mierda, yo apuntaba al hombro.- Dijo el otro
- Ruega porque sea de la ETA, y serás un héroe.