13.10.06

Diez

Habían llegado ya frente a la Erriko Taberna y por un momento se desplegaron todos frente a ella formando una línea compacta. El bar parecía abierto, aunque a través de sus puertas no podía verse el interior debido a que los cristales estaban forrados de coloridos carteles de Batasuna, Amnistía y otros. Los ocho hombres se sentían nerviosos y excitados. Todos ellos habían participado antes en palizas y enfrentamientos, pero ese día todo era especial. Cada uno empuñaba su propia arma, y el líder había guardado su móvil en el bolsillo después de enviar un mensaje avisando de que estaban en posición y a punto de atacar.

- En marcha. Con cuidado.

Él mismo fue el que abrió la puerta de la taberna de una patada y entró gritando, con todos sus compañeros detrás como una ola amenazante. A esas horas el local estaba casi vacío y sólo había un par de personas de pie frente a la barra, charlando con el que atendía el bar. Las paredes estaban forradas también de carteles, y tras la barra una docena de fotografías mostraban a miembros de ETA “muertos en combate”. Pañuelos palestinos, banderas y otros elementos acaban de conformar la decoración del local. Cuando los asaltantes entraron gritando, sólo el barman logró reaccionar, quedando los dos clientes completamente dominados por al sorpresa y el terror. Rápidamente descolgó el teléfono que tenía bajo la barra y pulsó la tecla de la primera memoria, especialmente grabada para emergencias. Muchos de estos locales disponían de un sistema similar, en prevención de problemas con la policía, algún exaltado o sencillamente un cliente demasiado borracho. Normalmente el propio ambiente del bar era suficiente para mantener alejados los problemas, pero no sería la primera vez que un guardia civil de paisano, borracho y cabreado, entraba en una erriko taberna con una pistola en la mano.

Nada más entrar, los asaltantes empezaron a arrasar con todo. Uno de ellos de un solo mazazo barrió la montaña de vasos que había encima de la barra, mientras otro enviaba el primer taburete al fondo del local de un puntapié. Otros dos corrieron a por los todavía confusos clientes, mientras el líder y sus guardaespaldas saltaban detrás de la barra. El barman ni siquiera llegó a abrir la boca antes de que un puño americano le reventara los labios y le arrancara dos dientes, arrojándolo al suelo gritando de dolor. Uno de los clientes estaba también en el suelo, mientras un asaltante le pateaba las costillas con sus botas de puta metálica. Su amigo apenas lograba protegerse la cabeza, abrazándose a la barra, mientras el tipo de la porra extensible buscaba las partes de su cuerpo más desprotegidas, arrancándole alaridos de dolor con cada golpe.

- ¡Destrozadlo todo! ¡Rápido! – Ordenó el jefe después de dar un fuerte pisotón en la cabeza del quejumbroso barman, destrozándole una oreja y haciéndole perder el conocimiento al instante, la sangre corriendo por su rostro.

Mientras los dos clientes seguían recibiendo golpes, los demás se dedicaron a romper todo lo que encontraban a base de golpes y patadas. Los muebles, las botellas, cualquier cosa susceptible de estallar, quebrarse o astillarse recibió su visita. Tras diez minutos no quedaba nada en pié. El hombre que se había apoyado en la barra yacía en el suelo inconsciente y con varios huesos rotos, la piel negruzca allí donde estaba expuesta, aunque sin una sola mancha de sangre. Su amigo se mecía en el suelo, enloquecido, abrazándose las costillas trituradas. En ese momento se escuchó un grito en la puerta reventada:

- Me cago en… ¡Hijos de puta!

Ni siquiera pudieron reaccionar. Cuando el líder miró hacia la puerta vio a un hombre de poco más de veinte años, que se llevaba la mano a la cintura, tras la espalda, y sacaba una pistola automática, negra y brillante. Él mismo llevaba una parecida en su sobaquera, aunque no tenía pensado usarla aquella mañana. Sus movimientos fueron demasiado lentos, y el cierre de la funda estaba cerrada, así que antes siquiera de que pudiera sacar el arma el pistolero le apuntó y disparó dos tiros certeros que le alcanzaron en el pecho y en un hombro, matándolo al instante. Los demás necesitaron un segundo para entender lo que había ocurrido y tirarse al suelo o tratar de encontrar refugio tras los muebles destrozados. Sin embargo el tirador tampoco tenía previsto matar a nadie aquella mañana, de hecho era la primera vez que disparaba contra alguien con el arma que un amigo le había pedido que escondiera en su casa, y ver caer a su víctima le dejó paralizado, tratando de asumir lo que acababa de hacer.

Eso fue suficiente para los demás, que entendieron que allí dentro estaban indefensos. Dando un alarido intimidante uno de los skins se levantó y empezó a correr hacia la puerta, provocando para su sorpresa la huida del hombre armado. El de la porra saltó tras la barra y le tomó el pulso a su líder, negando con la cabeza al descubrir que estaba muerto. Las manos le temblaban de rabia y se mordió el labio hasta hacerlo sangrar. Los demás le miraban, y al borde de una histeria agresiva comprendió que esperaban sus órdenes: él era el nuevo líder. Cogió la automática de la sobaquera del muerto y se incorporó, respirando agitadamente. Nunca había empuñado una pistola pero no necesitaba instrucciones. Le quitó el seguro, apuntó al cuerpo inmóvil del barman y le disparó un único tiro a la cabeza. Los demás le miraron atónitos, incapaces de entender lo que acababa de hacer. Sin decir palabra, salió lentamente de la barra, se acercó a los otros dos y sin pensarlo disparó de nuevo contra ellos, asesinándolos a sangre fría.

- Pero… ¿qué haces? ¿Qué coño haces? – Empezó a gritarle uno de sus compañeros. Él levantó el arma y le apuntó directamente a la cara, los ojos enloquecidos, el pulso aún tembloroso.
- Tres de los suyos por uno de los nuestros. Y si hubiera diez me habría cargado a diez. ¿Lo entendéis? Ésa es la única lección que van a entender. Ya no mandan ellos, ¡ahora mandamos nosotros! – Gritó.

Los demás asintieron lentamente, completamente superados por la situación, sintiendo que algo había ido mal, que todo había ido mal. El nuevo líder dio instrucciones al miembro más corpulento del grupo de que cargara con el cuerpo de su compañero fallecido, y guardando el arma en sus pantalones, como en las películas, les apresuró a salir de allí antes de que llegara la policía. En la calle algunas personas que se habían acercado al escuchar el escándalo y los tiros arrancaron a correr al verlos salir, y en los balcones los asustados espectadores se escondieron en sus casas, temiendo que ocurriera algún accidente más. Las sirenas se escuchaban lejanas, y no había forma de saber si sonaban por ellos.

- A la manifestación, rápido, allí nos dirán qué hacer.

Instintivamente formaron un círculo alrededor del porteador del cadáver. El nuevo líder avanzaba con paso firme, mirando desafiante a un lado y a otro, mientras sus compañeros hacían lo mismo aunque con actitud más prudente, temiendo que el pistolero o algún amigo suyo pudieran esconderse en cualquier rincón. De repente se escuchó un grito que resonó por toda la calle:

- ¡Hijos de puta!

Una gran maceta cargada de geranios estalló a medio metro de uno de ellos, manchándole las botas de tierra y haciendo que todos dieran un salto asustados. El líder sacó el arma y apuntó hacia arriba, buscando asustando el origen de aquel ataque. Media docena de balcones estaban ocupados por gente que se escondió entre chillidos de alerta. Pero al instante se esccuchó un nuevo insulto desde un poco más atrás:

- ¡Fachas! ¡Asesinos!

Girándose llegó a tiempo de ver a un hombre de mediana edad que desde al menos un quinto piso les lanzaba una botella con escasa puntería. Dirigió el arma hacia allí pero se contuvo, sabiendo que tampoco él acertaría el tiro. En lugar de eso dio la orden de correr y todos salieron de allí a la carrera, con una lluvia intermitente de objetos más o menos contundentes. Antes de que pudieran huir una lata de cerveza lanzada desde considerable altura alcanzó a uno de ellos de pleno en la cabeza, abriéndole una brecha considerable y haciéndole caer al suelo desvanecido. Dos de sus compañeros le sujetaron rápidamente por los brazos y salieron de allí tan rápido como pudieron.

Mientras, un joven se había acercado cuidadosamente a la erriko taberna y había echado un vistazo a su interior, asistiendo atónito al terrible espectáculo. Cuando una señora se acercó también y vio los cadáveres encharcados en sangre soltó un grito de espanto y rápidamente corrió la voz de lo sucedido. Los relojes marcaban la una del mediodía y la manifestación apenas llegaba al cruce de la calle Elcano con Hurtado de Amézaga.