17.10.06

Trece

El grupo de Álex estaba dando un gran rodeo, siguiendo la orilla de la Ría de Bilbao, con la idea de llegar a la plaza Sarategui a la vez que la manifestación. Todos los grupos de asalto debían converger allí, fusionarse con la manifestación y desaparecer. Avanzaban sin prisas pero sin pausas, pero algo no iba del todo bien. Al principio la poca gente con la que se cruzaban desaparecía de su vista inmediatamente, asustados, pero cuando llevaban unos quince minutos caminando el clima se empezó a enrarecer. Se escuchaban sirenas en todas las direcciones, y varias columnas de humo se elevaban desde distintos puntos de la ciudad. Al parecer los planes habían funcionado bien. La sorpresa llegó cuando desde un balcón alguien les increpó con un par de sonoros insultos. Al rato, avanzaban bajo una lluvia intermitente de gritos, escupitajos y objetos de todo tipo. Tenían que guarecerse en los portales, y caminar pegados a las paredes para evitar que macetas, monedas e incluso libros les golpearan al ser arrojados desde las alturas.

Álex corría con su mochila cubriéndole la cabeza mientras intentaba recoger todo aquello con su cámara. Estaba muy sorprendido con aquella reacción tan vehemente por parte de los ciudadanos, y se preguntaba si habría sucedido algo más de lo que no ellos no se habían enterado. El estruendo de la manifestación llegaba a ellos demasiado lejano y distorsionado como para imaginar qué estaría ocurriendo allí, y pese a eso Álex reconocía el sonido de las escopetas disparando pelotas de goma, e incluso se escucharon un par de explosiones, a las que un compañero de Martín describió como depósitos de coche estallando al ser incendiados.

Pasado el puente del Arenal la situación se calmó un poco, ni que fuera porque había menos balcones desde los que recibir lanzamientos mal intencionados, e incluso los antes belicosos paramilitares caminaban ahora con discreción, intentando pasar desapercibidos. Uno sangraba de una oreja, donde había recibido el impacto de una botella vacía que había estallado al golpearle, y otro cojeaba después de salvar milagrosamente la vida al recibir en la pierna el terrible golpe de una llave inglesa que seguramente apuntaba a otro lugar de su anatomía. Sólo el líder se mantenía altivo y desafiante, vigilando cada esquina y cada ventana, advirtiéndoles cada vez que veía un movimiento sospechoso, aunque siempre sin detenerse.

Ya llegaban al puente de la Merced cuando el líder levanto un brazo con el puño cerrado y todos se detuvieron, agachándose como si estuvieran en una película de Vietnam. Álex se sintió estúpido cuando, imitándoles, se arrodilló apoyándose en un coche. Para disimular su desazón, aprovechó para comprobar cuánto le quedaba en la memoria de la cámara: no mucho, o quizá demasiado, según lo que todavía tuviera que pasar. Agradeció la tarjeta extra que el realizador le había pasado como garantía. En ese mismo momento se acordó de Ana, del teléfono y de todo lo que podía ocurrir cuando aquello acabara. Unos gritos al otro lado de la calle le sacaron de su ensimismamiento, y al ver al líder levantarse y dar un salto adelante Álex se levantó cámara en mano para filmar lo que fuera que iba a ocurrir.

Para su sorpresa, no se trataba de otra persecución a algún chaval de aspecto hipioso o revolucionario. En lugar de eso, otro grupo similar al suyo corría hacia ellos cruzando el puente tan rápido como podían. Eran ocho, aunque uno de ellos era llevado como un saco de patatas por un skin grandullón y otro avanzaba casi en volandas sostenido por dos de sus compañeros. Álex los filmó a todos mientras se aproximaban. Cuando se reunieron, los recién llegados parecían agotados, jadeaban, y sus rostros eran una composición heterogénea de confusión, ira y dolor.

- ¿Qué ha ocurrido? – Preguntó el líder del grupo de Álex. Entonces, viendo como el skin dejaba el cuerpo de su compañero encima del capó del coche en el que los demás se apoyaban, se quedó un instante sin habla.
- Es… ¿está muerto? ¿Y tú…? – Preguntó otro, viendo que el skin tenía la camiseta empapada en sangre. Las caras compungidas de los demás hicieron que no fuera necesaria una respuesta.

El nuevo líder, estrujando nerviosamente su porra desplegable con la mano, pasó a explicar lo que había ocurrido. Al principio calló sus propios asesinatos, pero al ver que sus compañeros se removían inquietos decidió confesar antes de que le delataran.

- Mierda, las instrucciones eran claras, nada de muertos. – Masculló el otro.
- El primer muerto es el nuestro. – Contestó, a modo de excusa.
- Y será recordado como un mártir de la causa por ello. Pero ¿y a ti? ¿Como a qué te recordarán? – Le preguntó con desprecio. – Eso pasa por dejar que unos novatos hagan el trabajo de un hombre. – Y mirando al fallecido, añadió – Él era el único que valía algo. Vaya mierda.

Sin decir más hizo una señal a sus hombres, que respondieron con rapidez y sincronización. Los del segundo grupo se prestaron a imitarles, cargando de nuevo con el cuerpo de su líder caído y del herido que todavía estaba mareado. Álex seguía filmando hasta que vio como el tipo de la porra, el que había asesinado a sangre fría a tres personas hacía menos de una hora, le traspasaba con la mirada. Sintiendo como la sangre se le helaba en las venas, Álex apagó la cámara y se acercó a Martín, que también parecía superado por la situación. El jefe de su grupo, tras hacer una llamada con su móvil y consultar el GPS que uno de sus hombres le había pasado asumió el liderazgo conjunto sin pedir una segunda opinión y dijo:

- Cambio de plan. Avanzamos hasta el siguiente puente a paso ligero y cortamos por ahí para alcanzar la manifestación lo antes posible. Tendremos que evitar como podamos a los cerdos de la policía vasca y después atravesar a la muchedumbre hasta llegar a un coche que nos esperará en la cola para llevarse a esos dos. Al parecer la cosa se está poniendo negra, y puede que se nos complique la cosa. Tú – dijo señalando a Martín – llévate al periodista, cógele la cámara y todo lo que tenga y asegúrate de que no vaya a contarle nada de esto a nadie, al menos no hasta mañana, ¿entendido?

Martín asintió con la cabeza y Álex se tensó con el miedo recorriéndole los músculos. Rodeado de aquellos fanáticos había empezado a ver a Martín casi como a un refugio, pero ahora se daba cuenta de que no era sino su guardián, y ahora quizá hasta su verdugo. Cuando el grupo se puso en pie el skin puso una mano sobre el hombro del periodista impidiéndole que se levantara. Así que, todavía en cuclillas, vio como dos de los grupos que habían sembrado el pánico por la capital vasca, quizá incluso los dos más peligrosos, se alejaban de ellos dejándolo a merced de un skin loco que quizá tuviera ganas de divertirse un poco con él antes de que aquella jornada de violencia impune terminara.
- Yo he hecho todo lo que me habéis dicho, no hace falta que… - Empezó a decir Álex en cuanto los demás estuvieron suficientemente lejos como para no oírles.
- ¡Cállate, pedazo de mierda! – Le contestó el skin, a la vez que le daba una de sus terribles collejas, haciendo que Álex cayera de lado, golpeándose la cabeza contra el guardabarros del coche en el que se había apoyado.
- ¡Eh! ¡Pero qué mierdas…!

Pero antes de que pudiera terminar la frase Martín le pisó la mano con una de sus enormes botas militares, haciéndole crujir los huesos y arrancándole un alarido de dolor. Entonces el facha se acercó un dedo a los labios exigiéndole silencio, y con una sonrisa lobuna le tendió una mano para ayudarle a levantarse. El periodista estaba convencido de que aquel cerdo le acababa de romper todos los dedos, así que se levantó él solo apoyándose en la otra mano y, recogiendo la mochila con la cámara dentro, empezó a caminar detrás de su guardián, que avanzaba sin mirar atrás, convencido como estaba de la sumisión del otro.

Volvieron sobre sus pasos, evitando cruzar el puente en dirección al casco viejo ni tampoco seguir al grupo de fugitivos. Avanzaban despacio, separados apenas por un paso, y a los pocos metros Martín sacó una gorra que llevaba escondida en un bolsillo y se la puso para disimular su cabeza rapada. Incluso su forma de andar se transformó ante la sorprendida mirada del periodista, y de los andares chulescos y oscilantes a los que le tenía acostumbrado, el skin pasó a un caminar tranquilo, la espalda ligeramente encorvada, las manos en los bolsillos de la cazadora, la vista gacha. Un skin en Bilbao tiene que aprender a mimetizarse con el entorno para poder sobrevivir. En un momento dado, se detuvo de repente, y lanzando a Álex una mirada asesina, le dijo:

- Intenta algo y te romperé las costillas a patadas. Y si yo no lo consigo, ellos se ocuparán de ti… y te aseguro que entonces preferirás que yo mismo te hubiera dado por el culo con mis botas. - Y tras decir eso se volvió a girar y siguió andando como si nada hubiera ocurrido.

La verdad es que Álex no pensaba hacer nada, ni siquiera se le había ocurrido qué era ese algo que no debía intentar. Su mente estaba confusa, revuelta, y parecía como si las imágenes que había grabado con su cámara se reprodujeran ante sus ojos, mezclándose con lo que aquellos tipos habían contado, lo que había visto y lo que podía imaginar. Una sirena se acercó a ellos a toda velocidad y Martín aminoró el ritmo, dejando que Álex se acercara más a él para poder vigilarlo con el rabillo del ojo, pero el coche de policía les alcanzó y pasó de largo sin que el periodista intentara nada. Siguieron andando hasta llegar cerca de la estación de Abando, y allí el skinhead se detuvo un momento para pensar.

- Dame la cámara.

Álex sintió como el estómago se le hacía un nudo y toda su confusión se desvaneció como la niebla bajo una fuerte brisa. Si le daba la cámara a aquel chalado toda aquella maldita aventura no habría valido para nada. Había grabado unas imágenes únicas, ya no sólo por su valor periodístico, sino porque contenían la confesión de un asesinato. ¡No! ¡De tres asesinatos! Por otro lado, si no entregaba la cámara, aquel hijo de puta lo molería a palos, o aún peor, la panda de asesinos volvería a por él, y estaba convencido de que le encontrarían.

Mientras esas ideas y unas cuantas más pasaban por su cabeza a toda velocidad, Martín empezó a impacientarse.

- Dame la puta cámara. – Repitió en voz baja, aunque su voz tanto como su expresión apestaban a violencia.

Justo en ese instante una música estridente estalló dentro del bolsillo de Álex, y los dos jóvenes dieron un respingo, como si la tensión acumulada en sus cuerpos hubiera detonado con aquella llamada de móvil. Sin saber siquiera qué estaba haciendo, Álex aprovechó para dar un fuerte empujón a Martín que pilló al skin a contrapié, derribándolo aparatosamente al suelo, y sujetando ansiosamente el asa de su mochila arrancó a correr como alma que lleva el diablo hacia las puertas de la estación.