16.10.06

Doce

El Escorpión daba vueltas sin cesar, jugueteando nervioso con una bala de nueve milímetros en la mano, incapaz de centrar sus pensamientos en una sola cuestión. La muerte del Bruto pesaba sobre su conciencia, sabía que él era el responsable, él había planificado toda la operación y debía haber contado con la posibilidad de que le cogieran.

- Eh, mira esto, en la CNN vuelven a hablar de Bilbo.- Le llamó Aitana.

Con un suspiro, se acercó al sofá y centró su atención en el pequeño televisor que habían comprado. Siempre estaba puesto el canal internacional de Televisión Española, desde dónde iban siguiendo el tratamiento informativo de la ejecución del monarca español que ellos mismos habían perpetrado. Las cosas no iban exactamente como ellos habían pensado, aunque el Escorpión, pese a que jamás lo reconocería ante nadie, nunca había tenido muy claro cuáles serían las consecuencias finales de todo aquello. Sólo le había importado una cosa: detener el proceso de paz. O la Traición, como él prefería llamarlo.

En la pantalla, las imágenes mostraban una manifestación en pleno enfrentamiento con los antidisturbios de la Ertzaintza. Podría haber sido una de tantas “manifas” en las que él mismo había participado, con un coche volcado frente a una muralla de policías parapetados tras sus escudos, piedras volando por el aire, gritos y carreras, si no fuera por la abundancia de banderas españolas, el aspecto skin de muchos de los manifestantes y las pancartas en contra de ETA y del propio Euskadi. Además, aquella manifestación tenía un aspecto mucho más peligroso que las que solían recorrer las calles de la capital vasca, y eso ya es mucho decir.

- Escucha, escucha lo que están diciendo. – Añadió Aitana subiendo el volumen con el mando a distancia.

La locutora de las noticias estaba mencionando en ese mismo momento los disturbios detectados en varios puntos de la capital, con asaltos a las sedes de casi todos los partidos políticos y algunas organizaciones extraparlamentarias, bares y locales públicos, un periódico local e incluso las instalaciones de la televisión autonómica. En la mayoría de los casos sólo se habían producido destrozos de diversa gravedad, incluidos varios incendios que en ese momento estaban siendo sofocados por los cuerpos de bomberos, pero en una taberna del casco viejo se había producido un tiroteo en el que al menos tres personas habían sido asesinadas a balazos tras recibir una brutal paliza. Numerosos testigos apuntaban a uno de los escuadrones que estaban asaltando la ciudad, a la vez que se mencionaba que alguno de sus miembros podría a su vez estar herido o incluso muerto. A continuación el informativo logró conectar en directo con el lugar, igual que fueron haciendo en España todas las cadenas televisivas a medida que los equipos iban llegando a la zona.

El tratamiento informativo de los hechos variaba bastante en función del medio que ofrecía la noticia, aunque de forma unánime se señalaba la gravedad de lo ocurrido. Un locutor con excesivas ansias de protagonismo inició su crónica anunciando la posibilidad de que se iniciara un enfrentamiento a gran escala, y se preguntaba si con el asesinato del Rey el país podía encontrarse a las puertas de una nueva y temible guerra civil.

En su apartamento de Londres, los miembros del comando del Escorpión contemplaban las imágenes sin poder decir palabra. Habían previsto que la reacción de España ante la ejecución de Rey sería dura, pero nunca imaginaron que esa dureza sería física, concreta, y tan sólo esperaban la previsible lluvia de exabruptos de los políticos y las inútiles manifestaciones de los españolitos de a pie. Pero todo aquello parecía haber ido demasiado lejos, parecía fuera de control, y por un instante Aitana pensó si se habrían equivocado. Entonces miró de reojo a su hombre y vio la ira reflejada en sus ojos. Él desearía estar allí, en Bilbo, pensó Aitana, y poder enviar a todos esos fachas de vuelta a Madrid de una patada en el culo.

El televisor seguía mostrando imágenes de diferentes puntos de la ciudad. Un gran incendio en la calle Ercilla, iniciado por unos coctails Molotov lanzados contra la sede del partido socialista, se había extendido por todo el edificio y ahora una multitud de bomberos intentaba mantenerlo bajo control. De repente la imagen saltaba a un rostro ensangrentado, el de una joven con el pelo corto que había recibido una terrible paliza al cruzarse con otro de esos grupos violentos. De nuevo la manifestación, que ya había pasado la plaza Zabálburu, y que ahora se estaba empezando a fragmentar en la entrada de la calle Cortés, con múltiples enfrentamientos locales con las fuerzas locales. Finalmente las imágenes mostraban otros puntos de la ciudad, con calles completamente vacías, mientras la voz en off recomendaba a los ciudadanos que evitaran salir de sus casas hasta que la situación se normalizara.

- Serán cerdos. – Murmuró Tono mientras se levantaba de la silla y se acercaba a la ventana para encender un cigarrillo.
- ¿Qué vamos a hacer? ¿Podemos hacer algo? – Le preguntó Aitana a su líder y amante. Éste seguía mirando hacia el televisor, aunque era evidente que sus pensamientos estaban en otra parte. De repente la miró a ella y después miró a Tono, y sacando un móvil del bolsillo les dijo:
- Voy a llamarles, quizá nos necesiten. – Sus dos compañeros le miraron sin decir nada, temerosos del momento en que tendrían que rendir cuentas ante los suyos.

El Escorpión se sentó en el sofá y carraspeó inconscientemente mientras marcaba el número que había memorizado unos pocos días antes.

- Soy el Escorpión. Tengo sed de una libertad que nuestros ríos guardan celosamente. – Recitó lentamente el verso que le habían dado como contraseña de identificación. Al otro lado de la línea no hubo respuesta, pero escucho los ruidos de los enlaces de línea que se estaban haciendo. Al rato, una voz se identificó con el resto de la contraseña, y después aguardó unos segundos, como si esperara a que el Escorpión dijera algo. Sin embargo, antes de que éste se decidiera a hablar, se escuchó una voz dura como el acero.
- Cuando esto acabe, pagarás por lo que has hecho, te lo juro. – Incluso el Escorpión sintió como un escalofrío recorría su médula, aunque mantuvo la expresión serena, impidiendo que sus compañeros adivinaran lo que ocurría.
- Hemos visto lo que está ocurriendo en casa. ¿Podemos hacer algo? – Al otro lado su interlocutor se tomó unos segundos para recuperar la calma y actuar como se esperaba de él.
- Estamos llamando a todos los comandos por si la cosa se pone fea. Algunos creen que lo peor ya ha pasado. Dicen que los esbirros de Madrid se cansarán pronto y se irán a casa satisfechos con lo que han hecho, pero otros no están de acuerdo. Creen que esto va en serio, que nos están provocando y que no pararán hasta que saltemos a la arena. Por eso estamos llamando a los chicos. Nadie entrará en Bilbo ni moverá un dedo hasta que se dé la orden, pero tienen que estar lo más cerca posible por si son necesarios.
- ¿Tenéis armamento? – Pese a las diferencias, los dos eran hombres de acción, estrategas a su modo, y cada uno entendía y respetaba la capacidad del otro.
- A parte de lo que cada uno lleve encima, tenemos un zulo en pleno casco viejo. Si la cosa se pone fea, podemos hacer volar a unos cuantos de esos cabrones antes siquiera de que sepan lo que ocurre.
- ¿Hombres?
- Ahora mismo sólo tengo una docena dentro de la ciudad, más unos trescientos de soporte, dispuestos a todo pero sin experiencia. No paran de llamarnos voluntarios reclamando que hagamos algo. Calculo que antes del anochecer habrá cincuenta de los nuestros en las afueras de la ciudad, todos completamente equipados. Si esto va mal, sabremos defendernos.
- ¿Quieres que vayamos? Podemos llegar a tiempo.
- No Escorpión – Y la voz volvió a endurecerse – Vosotros ya habéis hecho suficiente. Sigue escondido, y escóndete bien, porque dónde no te busquen ellos te buscaremos nosotros.
- No me esconderé de vosotros. Yo respondo de mis actos y de las órdenes que di a mi comando. Yo soy el responsable.

No hubo respuesta, y el Escorpión comprendió que habían colgado. Sin embargo Aitana y Tono sí habían escuchado sus últimas palabras, y su expresión era de congoja. Eran proscritos, culpables tanto ante el enemigo como ante los suyos, y la sensación de soledad y abandono los dominó por un momento. Sabiendo que le necesitaban, su líder pasó a explicarles el resto de la conversación, y los tres empezaron a discutir las opciones que tendrían los defensores, como empezaron a llamarlos, en caso de que la violencia se recrudeciera en Bilbao.