Dieciocho
Álex recuperó el conocimiento en unos pocos minutos, pero mientras abría los ojos sintió como la cabeza le palpitaba dolorosamente. Intentó palpársela con la mano pero no podía levantar el brazo, algo le bloqueaba el movimiento. Finalmente abrió completamente los ojos y vio que estaba avanzando. Tardó unos segundos más en entender lo que ocurría, le estaban llevando en volandas entre dos de los gigantescos gorilas de aquel grupo de asesinos. El miedo le hizo apretar las mandíbulas con fuerza para reprimir un grito, y en lugar de eso echó un silencioso vistazo a su alrededor.
Ahí estaba Martín, mirándole con su sonrisa burlona, como si se guardara para sí el momento de la venganza. No había ni rastro del segurata que le había traicionado, ni de la estación, y vio que avanzaban deprisa, casi a la carrera, como si llegaran tarde a algún lado. Pidió con un murmullo que le dejaran en el suelo, afirmando que podía caminar por sí mismo, pero las manos de aquellos abusones se cerraron como garras sobre su cuerpo cuando sus portadores se dieron cuenta de que había despertado.
- Calladito o te ponemos a dormir otra vez.- Le contestó uno de ellos, huraño.
Seguían avanzado a toda velocidad, sin ser molestados por nadie ni por nada, aunque cada vez se escuchaba más cerca el barullo de la manifestación. Álex reconoció el Museo de Reproducciones Artísticas, frente al puente de la Ribera, y entendió que se dirigían de nuevo a la cabeza de la manifestación. Martín llevaba su mochila con la cámara a la espalda, y tuvo la esperanza de que todo aquello no fuera un castigo por su fuga, sino que sencillamente volvían a necesitarlo para algo más. ¿Pero qué?
En menos de quince minutos llegaron a la plazoleta de los Tres Pilares, dónde discretamente sentado bajo una marquesina de autobús les esperaba fumando un cigarro el cabecilla de toda aquella operación. Obligaron al periodista a sentarse junto a él, y a su señal, todos se alejaron unos pasos, dejándoles cierta intimidad.
- Bienvenido de nuevo. – Le saludó el hombre soplando una bocanada de humo por encima de su cabeza. - ¿Pensabas ir muy lejos?
- Me habéis tenido toda la mañana filmando, no quería que todo ese trabajo desapareciera. – Intentó explicarse Álex.
- Lo que tú quieras no es importante, entiende eso ahora o no pasaremos de aquí. – Su tono era tranquilo, pero la sensación de amenaza flotaba en el aire como el humo de su cigarrillo, casi consumido.
- Lo… lo entiendo. Entonces ¿queréis la cámara?
- No. Te lo explicaré. – Y tras una última calada lanzó la colilla todavía encendida y se giró hacia el joven, mirándolo fijamente a los ojos. – Todavía no hemos entrado en la manifestación, no hemos podido. La barrera de polis es demasiado grande, pero sobre todo es porque están cabreados, muy cabreados, y nos tememos lo peor si nos descubren. Así que voy a proponerte un trato, a ti y a tus jefes.
La propuesta sorprendió a Álex, quien por supuesto no podía decidir por si mismo algo así. Su interlocutor le dio permiso para llamarles por teléfono y hacer las gestiones necesarias, así que sacó el móvil que Ana le había prestado del bolsillo y marcó su número.
- ¡Álex! ¿Estás bien? ¿Dónde estás? ¿Por qué no has llamado antes, idiota?
- Eh, eh, si todas las entrevistas las haces así no vas a llegar muy lejos como periodista, ¿sabes? – Intentó bromear él.
- ¡Cállate! ¿Por qué no sabíamos nada de ti?
- Porque sigo acompañado. ¿Entiendes? – Se hizo el silencio al otro lado de la línea: Ana entendía.
- ¿Puedes hablar? – Le preguntó.
- No puedo: debo hablar. Quieren proponeros un trato. ¿Hay algún jefe contigo?
- No, ahora mismo no. Tienen una reunión arriba. Al parecer una de nuestras unidades móviles has sido asaltada por los manifestantes. Han destrozado el equipo y han mandado a los chicos al hospital. Y no somos los únicos. Ya apenas queda nadie cubriendo la mani, al menos no a pie de calle, no es seguro. Sólo tenemos imágenes desde los balcones y...
- ¡Ana! ¡Frena! Escucha, sube ahí, interrumpe la reunión, y pon el manos libres o lo que sea, que me oigan.
- ¿Lo dices en serio?
- Lo digo en serio.
- Álex, hay gente importante, ahí, han venido jefes de Madrid y….
- Mejor.
Tras esperar unos minutos Ana le dijo que colgara, que le llamaba en un segundo. El líder del grupo de asalto encendía otro cigarrillo a su lado pero no le miraba, como si todo aquello no fuera con él. Un instante después el teléfono vibraba en su mano y él contestaba rápidamente.
- Álex, estás en altavoz, todos te escuchan. Les he dicho que sigues con ellos y que quieren hacernos una oferta.
- Señores. – Álex carraspeó, nervioso. – Primero tienen que saber que tengo imágenes del asalto a la sede de los socialistas, y también otras imágenes e información de importancia, de mucha importancia. – A su lado, su acompañante le lanzó una mirada serena, aunque no sin un brillo de expectación.- Sin embargo, me piden que borre esas imágenes, que olvide esa información. – Y pudo escuchar los murmullos y protestas al otro lado de la línea.
- Sigue, Álex. – Escuchó que decía una voz de hombre que sonaba algo lejana y que no llegó a reconocer.
- A cambio, quieren que filme como dos de esos comandos, que transportan a dos… a dos heridos, intentan atravesar las filas de la policía vasca para incorporarse de la manifestación y perderse en ella.
- No entiendo el trato. ¿Qué ganamos nosotros? – Volvió a hablar el hombre desconocido. Tenía que ser uno de los jefazos.
- Están convencidos de que habrá problemas. Aquí el ambiente está ardiendo, supongo que ya lo saben, y temen que la cosa se les vaya de las manos, por eso quieren que lo grabe todo.
- Diles lo de la entrevista. – Le recordó su acompañante.
- Además, nos ofrecen una entrevista en exclusiva con alguien de la máxima importancia cuando todo esto acabe.
- ¿Alguien de la máxima importancia?
- No me han dicho quien, pero aseguran que hará que todo valga la pena. Ah, y hay algo más. Quieren que cuando me ponga a filmar, salga en la tele en directo.
- ¿Cómo? – Y Álex pudo oír otra vez el barullo al otro lado de la línea.
- Les he explicado que la cámara puede enviar las imágenes por Internet y han encontrado la forma de conectarla. Creo que cuando me dieron la cámara el técnico mencionó que con conexión se podía emitir hasta en directo, pero tendrán que ayudarme, no sé muy bien cómo se hace.
- Danos un minuto, Álex, tenemos que discutir todo esto. – Le pidió el hombre al teléfono.
- Mejor que no tarden, no creo que tengan mucha más paciencia.
Cuando colgó, su acompañante le miraba con una insinuación de sonrisa. Por supuesto había podido escuchar o adivinar la mayor parte de la conversación, así que sabía que todavía no tenían respuesta. Sin embargo hizo una señal a sus compañeros y uno de ellos cogió a Álex del brazo y le obligó a andar. Martín seguía con la cámara, con la que había estado trasteando hasta el momento.
- ¿Lo has borrado? – Le preguntó el jefe.
- Limpia. – Contestó, sonriendo burlón al periodista.
Empezaron a dar un largo rodeo para evitar el frente principal de la policía, formado por las tanquetas y una triple barrera de agentes antidisturbios, para poder acercarse a la manifestación desde el sur. Cada pocos minutos se escuchaba una traca de detonaciones, cuando los policías disparaban sus pelotas de goma y botes de humo, y de forma intermitente las tanquetas lanzaban sus terribles chorros de agua, tirando al suelo a los manifestantes más agresivos. Las barreras laterales que habían contenido la manifestación en su inicio se habían ido retirando, aunque cortaban todos los accesos a la calle Cortes, en la que la manifestación parecía confinada, sin poder avanzar más. Aquello era nuevo para todos. Los manifestantes no tenían excesiva experiencia en ese tipo de concentraciones masivas, lo suyo era más la violencia en grupos reducidos. Los policías, pese a estar curtidos por la violencia callejera de los radicales, nunca se habían enfrentado a una manifestación tan agresiva, ni tan numerosa. Normalmente, las concentraciones de los independentistas se disolvían en su mayor parte al acabar, quedando un grupo reducido que casi nunca llegaba al centenar de personas, y que eran quienes se ocupaban de la parte más violenta. Aunque ahora habían recibido numerosos refuerzos, seguían siendo apenas un millar de agentes intentando detener al doble o incluso el triple de manifestantes, agresivos, armados, y al parecer dispuestos a todo.
Cerca de veinte agentes habían tenido que ser trasladados a hospitales, principalmente por quemaduras, y cuatro o cinco manifestantes habían sido también recogidos por las fuerzas del orden y trasladados para su atención médica por golpes de pelota y otras agresiones. Probablemente muchísimos otros habían sido atendidos por sus propios compañeros de manifestación. Pero la situación seguía recrudeciéndose por momentos. A los mandos le resultaba cada vez más difícil contener a los policías, que llevaban varias horas sometidos a la violenta presión de los manifestantes, y cada dos por tres había pequeñas escaramuzas que solían saldarse con heridos para las dos partes. También la agresividad de la manifestación aumentaba a cada minuto que pasaba, con los frecuentes cócteles Molotov, lanzamiento de grandes tuercas y bolas de metal con potentes tirachinas y, por supuesto, el asalto a cualquier forma de mobiliario urbano, escaparate o elemento frágil del entorno. Aquí y allá ardían coches vueltos del revés y contenedores, dejando un rastro de fuego y destrozo tras la manifestación. Además, los especialistas que observaban la concentración habían descubierto sorprendidos que el frente no estaba formado siempre por los mismos, sino que se relevaban en sucesivas olas que mantenían la lucha constante y aparentemente incansable. Había una organización tras todo aquello, una organización terriblemente efectiva.
Álex y sus acompañantes acabaron de rodear la parte más conflictiva del enfrentamiento y subieron cuidadosamente por la calle Olano, acercándose al lateral de la barrera de policías. Por el camino había recibido una llamada de las oficinas de la Ser, autorizando toda aquella operación, y después el técnico le había dado instrucciones precisas sobre lo que tenía que hacer. En un momento dado, con unas indicaciones mudas para no llamar la atención, señalaron a Álex que debía encaramarse al techo de una parada de autobús, después de haberle pasado la potente PDA que los comandos habían usado para orientarse por la ciudad y comunicarse con su centro de operaciones. La PDA recogía la señal wifi de algún usuario de ADSL poco precavido, y con un sencillo cable USB que la bolsa de la cámara llevaba en un bolsillito conectaron ambos dispositivos y Álex estuvo a punto para emitir al mundo. Esperaba que la batería aguantara lo suficiente. Tal y como le habían indicado, llamó con su propio móvil a la central y realizaron unas pocas pruebas antes de avisar de que estaban preparados.
Un policía se dio la vuelta en ese momento, después de esquivar por poco el impacto de unos de sus propios botes de humo que algún manifestante les había tirado de vuelta, cuando vio al periodista encaramado en la marquesina del autobús. Le miró por unos instantes y después desechó cualquier idea de sacarlo de ahí o siquiera avisar a sus superiores. Al fin y al cabo, tenía cosas más importantes de qué ocuparse. Mientras, los miembros del equipo de asalto había tomado sus posiciones y su líder había realizado una última llamada antes de desaparecer de la vista de todos. Daba igual, cada uno sabía lo que tenía que hacer.
La llamada desde la retaguardia de la barrera de la Ertzaintza no había sido más que el pistoletazo de salida de una carrera que ya nadie iba a poder parar. Desde Madrid se hicieron dos llamadas más: una de vuelta a Bilbao, dando instrucciones al corazón mismo de la manifestación para que realizaran una maniobra de distracción en el frente norte; otra a los cuarteles en Burgos del ejército de tierra, dando el esperado aviso para que todo estuviera preparado. Apenas había 160 kilómetros entre las dos localidades, así que en un par de horas podían estar allí.
Álex recibió la señal de que empezara a grabar.
Ahí estaba Martín, mirándole con su sonrisa burlona, como si se guardara para sí el momento de la venganza. No había ni rastro del segurata que le había traicionado, ni de la estación, y vio que avanzaban deprisa, casi a la carrera, como si llegaran tarde a algún lado. Pidió con un murmullo que le dejaran en el suelo, afirmando que podía caminar por sí mismo, pero las manos de aquellos abusones se cerraron como garras sobre su cuerpo cuando sus portadores se dieron cuenta de que había despertado.
- Calladito o te ponemos a dormir otra vez.- Le contestó uno de ellos, huraño.
Seguían avanzado a toda velocidad, sin ser molestados por nadie ni por nada, aunque cada vez se escuchaba más cerca el barullo de la manifestación. Álex reconoció el Museo de Reproducciones Artísticas, frente al puente de la Ribera, y entendió que se dirigían de nuevo a la cabeza de la manifestación. Martín llevaba su mochila con la cámara a la espalda, y tuvo la esperanza de que todo aquello no fuera un castigo por su fuga, sino que sencillamente volvían a necesitarlo para algo más. ¿Pero qué?
En menos de quince minutos llegaron a la plazoleta de los Tres Pilares, dónde discretamente sentado bajo una marquesina de autobús les esperaba fumando un cigarro el cabecilla de toda aquella operación. Obligaron al periodista a sentarse junto a él, y a su señal, todos se alejaron unos pasos, dejándoles cierta intimidad.
- Bienvenido de nuevo. – Le saludó el hombre soplando una bocanada de humo por encima de su cabeza. - ¿Pensabas ir muy lejos?
- Me habéis tenido toda la mañana filmando, no quería que todo ese trabajo desapareciera. – Intentó explicarse Álex.
- Lo que tú quieras no es importante, entiende eso ahora o no pasaremos de aquí. – Su tono era tranquilo, pero la sensación de amenaza flotaba en el aire como el humo de su cigarrillo, casi consumido.
- Lo… lo entiendo. Entonces ¿queréis la cámara?
- No. Te lo explicaré. – Y tras una última calada lanzó la colilla todavía encendida y se giró hacia el joven, mirándolo fijamente a los ojos. – Todavía no hemos entrado en la manifestación, no hemos podido. La barrera de polis es demasiado grande, pero sobre todo es porque están cabreados, muy cabreados, y nos tememos lo peor si nos descubren. Así que voy a proponerte un trato, a ti y a tus jefes.
La propuesta sorprendió a Álex, quien por supuesto no podía decidir por si mismo algo así. Su interlocutor le dio permiso para llamarles por teléfono y hacer las gestiones necesarias, así que sacó el móvil que Ana le había prestado del bolsillo y marcó su número.
- ¡Álex! ¿Estás bien? ¿Dónde estás? ¿Por qué no has llamado antes, idiota?
- Eh, eh, si todas las entrevistas las haces así no vas a llegar muy lejos como periodista, ¿sabes? – Intentó bromear él.
- ¡Cállate! ¿Por qué no sabíamos nada de ti?
- Porque sigo acompañado. ¿Entiendes? – Se hizo el silencio al otro lado de la línea: Ana entendía.
- ¿Puedes hablar? – Le preguntó.
- No puedo: debo hablar. Quieren proponeros un trato. ¿Hay algún jefe contigo?
- No, ahora mismo no. Tienen una reunión arriba. Al parecer una de nuestras unidades móviles has sido asaltada por los manifestantes. Han destrozado el equipo y han mandado a los chicos al hospital. Y no somos los únicos. Ya apenas queda nadie cubriendo la mani, al menos no a pie de calle, no es seguro. Sólo tenemos imágenes desde los balcones y...
- ¡Ana! ¡Frena! Escucha, sube ahí, interrumpe la reunión, y pon el manos libres o lo que sea, que me oigan.
- ¿Lo dices en serio?
- Lo digo en serio.
- Álex, hay gente importante, ahí, han venido jefes de Madrid y….
- Mejor.
Tras esperar unos minutos Ana le dijo que colgara, que le llamaba en un segundo. El líder del grupo de asalto encendía otro cigarrillo a su lado pero no le miraba, como si todo aquello no fuera con él. Un instante después el teléfono vibraba en su mano y él contestaba rápidamente.
- Álex, estás en altavoz, todos te escuchan. Les he dicho que sigues con ellos y que quieren hacernos una oferta.
- Señores. – Álex carraspeó, nervioso. – Primero tienen que saber que tengo imágenes del asalto a la sede de los socialistas, y también otras imágenes e información de importancia, de mucha importancia. – A su lado, su acompañante le lanzó una mirada serena, aunque no sin un brillo de expectación.- Sin embargo, me piden que borre esas imágenes, que olvide esa información. – Y pudo escuchar los murmullos y protestas al otro lado de la línea.
- Sigue, Álex. – Escuchó que decía una voz de hombre que sonaba algo lejana y que no llegó a reconocer.
- A cambio, quieren que filme como dos de esos comandos, que transportan a dos… a dos heridos, intentan atravesar las filas de la policía vasca para incorporarse de la manifestación y perderse en ella.
- No entiendo el trato. ¿Qué ganamos nosotros? – Volvió a hablar el hombre desconocido. Tenía que ser uno de los jefazos.
- Están convencidos de que habrá problemas. Aquí el ambiente está ardiendo, supongo que ya lo saben, y temen que la cosa se les vaya de las manos, por eso quieren que lo grabe todo.
- Diles lo de la entrevista. – Le recordó su acompañante.
- Además, nos ofrecen una entrevista en exclusiva con alguien de la máxima importancia cuando todo esto acabe.
- ¿Alguien de la máxima importancia?
- No me han dicho quien, pero aseguran que hará que todo valga la pena. Ah, y hay algo más. Quieren que cuando me ponga a filmar, salga en la tele en directo.
- ¿Cómo? – Y Álex pudo oír otra vez el barullo al otro lado de la línea.
- Les he explicado que la cámara puede enviar las imágenes por Internet y han encontrado la forma de conectarla. Creo que cuando me dieron la cámara el técnico mencionó que con conexión se podía emitir hasta en directo, pero tendrán que ayudarme, no sé muy bien cómo se hace.
- Danos un minuto, Álex, tenemos que discutir todo esto. – Le pidió el hombre al teléfono.
- Mejor que no tarden, no creo que tengan mucha más paciencia.
Cuando colgó, su acompañante le miraba con una insinuación de sonrisa. Por supuesto había podido escuchar o adivinar la mayor parte de la conversación, así que sabía que todavía no tenían respuesta. Sin embargo hizo una señal a sus compañeros y uno de ellos cogió a Álex del brazo y le obligó a andar. Martín seguía con la cámara, con la que había estado trasteando hasta el momento.
- ¿Lo has borrado? – Le preguntó el jefe.
- Limpia. – Contestó, sonriendo burlón al periodista.
Empezaron a dar un largo rodeo para evitar el frente principal de la policía, formado por las tanquetas y una triple barrera de agentes antidisturbios, para poder acercarse a la manifestación desde el sur. Cada pocos minutos se escuchaba una traca de detonaciones, cuando los policías disparaban sus pelotas de goma y botes de humo, y de forma intermitente las tanquetas lanzaban sus terribles chorros de agua, tirando al suelo a los manifestantes más agresivos. Las barreras laterales que habían contenido la manifestación en su inicio se habían ido retirando, aunque cortaban todos los accesos a la calle Cortes, en la que la manifestación parecía confinada, sin poder avanzar más. Aquello era nuevo para todos. Los manifestantes no tenían excesiva experiencia en ese tipo de concentraciones masivas, lo suyo era más la violencia en grupos reducidos. Los policías, pese a estar curtidos por la violencia callejera de los radicales, nunca se habían enfrentado a una manifestación tan agresiva, ni tan numerosa. Normalmente, las concentraciones de los independentistas se disolvían en su mayor parte al acabar, quedando un grupo reducido que casi nunca llegaba al centenar de personas, y que eran quienes se ocupaban de la parte más violenta. Aunque ahora habían recibido numerosos refuerzos, seguían siendo apenas un millar de agentes intentando detener al doble o incluso el triple de manifestantes, agresivos, armados, y al parecer dispuestos a todo.
Cerca de veinte agentes habían tenido que ser trasladados a hospitales, principalmente por quemaduras, y cuatro o cinco manifestantes habían sido también recogidos por las fuerzas del orden y trasladados para su atención médica por golpes de pelota y otras agresiones. Probablemente muchísimos otros habían sido atendidos por sus propios compañeros de manifestación. Pero la situación seguía recrudeciéndose por momentos. A los mandos le resultaba cada vez más difícil contener a los policías, que llevaban varias horas sometidos a la violenta presión de los manifestantes, y cada dos por tres había pequeñas escaramuzas que solían saldarse con heridos para las dos partes. También la agresividad de la manifestación aumentaba a cada minuto que pasaba, con los frecuentes cócteles Molotov, lanzamiento de grandes tuercas y bolas de metal con potentes tirachinas y, por supuesto, el asalto a cualquier forma de mobiliario urbano, escaparate o elemento frágil del entorno. Aquí y allá ardían coches vueltos del revés y contenedores, dejando un rastro de fuego y destrozo tras la manifestación. Además, los especialistas que observaban la concentración habían descubierto sorprendidos que el frente no estaba formado siempre por los mismos, sino que se relevaban en sucesivas olas que mantenían la lucha constante y aparentemente incansable. Había una organización tras todo aquello, una organización terriblemente efectiva.
Álex y sus acompañantes acabaron de rodear la parte más conflictiva del enfrentamiento y subieron cuidadosamente por la calle Olano, acercándose al lateral de la barrera de policías. Por el camino había recibido una llamada de las oficinas de la Ser, autorizando toda aquella operación, y después el técnico le había dado instrucciones precisas sobre lo que tenía que hacer. En un momento dado, con unas indicaciones mudas para no llamar la atención, señalaron a Álex que debía encaramarse al techo de una parada de autobús, después de haberle pasado la potente PDA que los comandos habían usado para orientarse por la ciudad y comunicarse con su centro de operaciones. La PDA recogía la señal wifi de algún usuario de ADSL poco precavido, y con un sencillo cable USB que la bolsa de la cámara llevaba en un bolsillito conectaron ambos dispositivos y Álex estuvo a punto para emitir al mundo. Esperaba que la batería aguantara lo suficiente. Tal y como le habían indicado, llamó con su propio móvil a la central y realizaron unas pocas pruebas antes de avisar de que estaban preparados.
Un policía se dio la vuelta en ese momento, después de esquivar por poco el impacto de unos de sus propios botes de humo que algún manifestante les había tirado de vuelta, cuando vio al periodista encaramado en la marquesina del autobús. Le miró por unos instantes y después desechó cualquier idea de sacarlo de ahí o siquiera avisar a sus superiores. Al fin y al cabo, tenía cosas más importantes de qué ocuparse. Mientras, los miembros del equipo de asalto había tomado sus posiciones y su líder había realizado una última llamada antes de desaparecer de la vista de todos. Daba igual, cada uno sabía lo que tenía que hacer.
La llamada desde la retaguardia de la barrera de la Ertzaintza no había sido más que el pistoletazo de salida de una carrera que ya nadie iba a poder parar. Desde Madrid se hicieron dos llamadas más: una de vuelta a Bilbao, dando instrucciones al corazón mismo de la manifestación para que realizaran una maniobra de distracción en el frente norte; otra a los cuarteles en Burgos del ejército de tierra, dando el esperado aviso para que todo estuviera preparado. Apenas había 160 kilómetros entre las dos localidades, así que en un par de horas podían estar allí.
Álex recibió la señal de que empezara a grabar.
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