23.10.06

Diecisiete

Todavía quedaban unas pocas horas para el inicio de las diversas manifestaciones convocadas por todo el país, y en las oficinas centrales del principal partido de la oposición la sensación de caos era algo casi nuevo, inquietante para todos. A pesar de que la estrategia a seguir se había consensuado, no había la convicción de otras ocasiones, y el nerviosismo y la inseguridad eran palpables.

MR seguía en la sala de juntas, que parecía haberse convertido en la sala de mando de toda aquella crisis. Junto a un grupo de personas que iba variando según el momento, seguían los acontecimientos en la televisión, interrumpidos cada dos por tres por llamadas y mensajes que llegaban de todo el país, principalmente en demanda de instrucciones.

Aunque parecía estar completamente enfrascado en sus múltiples obligaciones, MR mantenía un ojo abierto a lo que ocurría a su alrededor. En una organización de la complejidad de un partido político, el liderazgo es siempre algo relativo, y su papel como tal dentro del PP no estaba tan asentado ni era tan indiscutible como él desearía. Existían corrientes, “candidatos” alternativos, grupos de presión, y él y sus seguidores se ocupaban de mantener a todos esos factores bajo control con las herramientas habituales en esos casos: sobornarlos con cargos, intentar dividirlos y enfrentarlos, cuestionarlos y aplastarlos, etc.

En ese momento, un pequeño corrillo le observaba desde el pasillo que llevaba a la sala de juntas, y parecían enfrascados en una agria discusión. Había un par de octogenarios, poderosos en el pasado, vestigios de otros tiempos que nadie se atrevía a echar; un ex general de las fuerzas armadas reconvertido en experto en defensa, un tipo controvertido pero de confianza; y dos miembros del ala más conservadora del partido, uno de ellos hijo de un ministro de Franco. MR los miraba discretamente, confiando en que serían ellos los que finalmente vinieran a él: estaba claro que tenían algo que explicar.

Finalmente el grupo se acercó y pidieron poder hablar en privado. MR les lanzó una de sus miradas interrogadores subrayada por una sonrisa ambigua.

- Espero que tenga que ver con todo esto. – Dijo señalando al televisor. – Hoy no estamos para otras cosas.

Los otros asintieron y MR se levantó de la butaca, masajeándose un poco la espalda a la altura de los riñones e indicando con una discreta mirada a uno de sus hombres de confianza para que se mantuviera atento y le salvar si se ponían pesados. Se fueron todos al despacho de MR, avanzando al lento ritmo de uno de los abuelos del partido, mientras el presidente intentaba adivinar por las expresiones de sus interlocutores las intenciones de aquel grupo. Por sí solos, individualmente, ninguno de ellos representaba una facción importante dentro o fuera del partido, pero sí eran usados habitualmente como contacto con determinados grupos de poder, especialmente económico, a los que se solía pedir ayuda de vez en cuando. MR se preguntaba qué habría hecho que se unieran en aquel extraño grupo.

- MR, tenemos que hablarte. – Empezó el hijo del antiguo ministro de Franco. MR le miró alzando las cejas mientras ofrecía asiento a todos alrededor de la pequeña mesa de reuniones que había en su despacho.
- Esto es muy… muy importante – Recalcó uno de los ancianos – Y espero que nos escuches bien antes de hacer nada.
- Está contrastado – Habló entonces el ex general, hombre enamorado de la precisión y los absolutos. – Nos hemos enterado por distintas fuentes, así que es irrefutable.
- Bueno, bueno, ¿y se puede saber de qué me estáis hablando? – Sonrió MR intentando relajarlos y predisponerlos a abordar el tema lo más rápidamente posible. Estaba convencido de que le saldrían con cualquier chorrada sobre endurecer la línea de acción del partido y todo su discurso habitual. El otro anciano, un hombre que en otro tiempo llegó a manejar muchísimo poder desde la sombra del gobierno, especialmente a inicios de la transición, tomó la palabra.
- Escucha: todo esto de Bilbao, como puedes imaginar, no es espontáneo. La manifestación, los ataques, probablemente incluso los muertos, todo está planificado. – MR alzó una ceja indicando que eso no era nuevo, pero no dijo nada. – Ha sido organizado desde la sombra por un grupo de ultraderecha.
- ¿Qué grupo de ultraderecha es capaz de reunir a tanta gente, Don Sebastián? ¿Qué grupo puede montar un tinglado como ése? – Le interrumpió MR, que empezaba a preocuparse.
- Si me dejas terminar… Por lo que hemos averiguado se trata de un grupo nuevo. Bueno, las siglas son nuevas, y en el fondo es lo menos importante, pero tienes que saber que es alguien con poder e influencia suficiente para unir a todos los simpatizantes de ultraderecha que quedan en España y darles un mismo objetivo. Y eso es mucho poder.
- Y mucho dinero. – Añadió otro.
- ¿Dinero?
- Dinero. – Continuó el anciano. – Para lograr esa confianza, llevan casi dos años financiando a casi cualquier grupo, teórico o de acción, que actúe en España. Por eso ahora, cuando los han llamado, han respondido a todos. Los puedes ver en Bilbao ahora mismo.
- Creo que me estoy perdiendo. ¿Estáis diciendo que alguien pretende unificar a la ultraderecha en España? ¿Y por qué yo no sabía nada de eso? ¿Cuánto hace que lo sabéis vosotros? – MR empezaba a ponerse nervioso, y eso era siempre sinónimo de enfado.
- Al grano. – Le contestó el ex militar. - Todo eso no tendría mucha relevancia por sí mismo. Al fin y al cabo sólo son un puñado de exaltados nostálgicos. – Y al decir eso miró a los demás con evidente disgusto, mientras ellos le devolvían unas miradas censuradoras. – El problema es que han ido más lejos. Mucho más lejos. Esto de Bilbao sólo es el principio.
- El ejército. – Señaló el hombre que todavía no había hablado.
- ¿El ejército?
- El ejército. – Insistió – Han conseguido meter al ejército en todo esto. – Viendo que MR le miraba atónito, continuó, no sin antes lanzar una conspirativa mirada por encima del hombro, como si temiera ser espiado. – Si lo de Bilbao va a más el ejército intervendrá, y según cómo vayan las cosas, intentarán dar un golpe.
- ¿Un golpe? – MR preguntó en voz más alta de lo que habría deseado. Aquello era sorprendente, inimaginable. ¿Un golpe de Estado en la España del siglo XXI? ¿Es que se habían vuelto todos locos? Estaba convencido de que el ejército había dejado atrás aquella triste etapa de su historia y ahora le contaban que el riesgo seguía ahí, y que incluso podía saltar al escenario en las próximas horas. Recuperando el control, preguntó – A ver, a ver, contadme todo lo que sepáis.

Veinte minutos más tarde, MR acaba de explicar la situación ante la Mesa Permanente, formada por los miembros más poderosos del partido, con capacidad de decisión plena sobre cualquier asunto. Eran como un gobierno en la sombra, o más bien el gobierno de la oposición. Algunos de ellos no estaban en persona, pero participaban a través de sus teléfonos. En ningún rostro, en ninguna voz pudo entrever el presidente que alguno de ellos supiera nada del asunto, y aquello le tranquilizó un poco, aunque compartía la ansiedad que todos ellos experimentaban en ese mismo momento. Dándoles un par de minutos para que asimilaran la noticia y cesaran los murmullos, lanzó la gran pregunta: ¿Y ahora qué hacemos?

Uno de sus ayudantes se levantó e hizo un breve y conciso análisis de las distintas opciones, ninguna de ellas muy halagüeñas para el partido. Podían avisar al gobierno de todo aquello, pero entonces estarían dando todos los ases a los socialistas en aquella peligrosa partida y no había duda de que de alguna forma estos lograrían culpar a la oposición de todo el asunto. Podían intentar disuadir a los golpistas en secreto, pero eso les haría partícipes del complot y culpables antes los ojos del país si alguna vez se llegaba a saber. Finalmente podían callar y observar la evolución de los acontecimientos, interviniendo sólo cuando todo fuera público, pero de nuevo existía el riesgo de que su pasividad saliera a la luz y se les acusara de colaboracionismo por omisión.

En el fondo todos estaban convencidos de que aquel intento de golpe fracasaría irremediablemente. El conjunto del ejército español era democrático y jamás secundaría algo como aquello, pero a todos les preocupaba lo que podía ocurrir en el intento. ¿Sería algo pacífico? ¿Sólo sacar los tanques a las calles para después llevarlos de vuelta al garaje cuando todo terminara? ¿O habría algo más? Justo en ese momento llamaron a la puerta y una asistente pasó una nota a MR. Éste la leyó discretamente aunque bajo las miradas de todos los presentes y después hizo una señal invitando a alguien a entrar. Uno de los que habían sacado aquel drama a la luz, el hijo del ministro franquista, entró en la sala y miró a los presentes con una sonrisa algo nerviosa. Eran sus quince minutos de fama y lo sabía.

- Hay novedades. – Dijo, mientras se acercaba al sitio que ocupaba MR. Al llegar junto a él le miró y miró a todos los demás antes de añadir. – Ya sabemos cómo pretenden hacerlo. Van a intentar provocar un baño de sangre en Bilbao, van a forzar a la policía vasca a hacer un disparate, y entonces acudirán como salvadores de la patria. Triunfen o no, habrá lucha, muertos, y ellos serán los salvadores.
- No entiendo, ¿qué baño de sangre?