29.10.06

Veintiuno

En su sede central de la calle Génova, la dirección del principal partido de la oposición tomaba una de esas difíciles decisiones en la vida, cuando hay que escoger entre lo malo y lo peor. El debate había sido duro, las posturas enfrentadas, pero al final los argumentos, y sobre todo los riesgos que entrañaba una decisión equivocada, habían determinado la balanza.

Una vez decidido el qué, sólo quedaba determinar el cómo, y eso generó un nuevo y encendido debate.

- Enviémosles una carta, un fax, un mail. Nosotros nos limpiamos las manos y si hay suerte no lo ven hasta que sea tarde. – Apuntó uno.
- ¿Y entonces qué? ¿Ocurre ese baño de sangre que nos han anunciado sin que el gobierno pueda hacer nada? ¿Quieres eso sobre tu conciencia?
- Hay que llamarles, directamente, una llamada a las más altas instancias: al Presidente.
- Exacto – secundó otro – De presidente a presidente, MR debe llamarle, con el discurso preparado, y nosotros lo grabaremos todo desde aquí para que después no haya dudas.
- ¿Y si hacemos la llamada delante de los periodistas? – Todos escucharon la propuesta sorprendidos, aunque incapaces de negar el potencial de notoriedad de una idea así.
- Es arriesgado. – Murmuró el presidente del partido.
- ¡Todo es arriesgado! ¡Estamos ante un intento de golpe de estado!
- Hay que jugársela si queremos sacar algo de esto, si no queremos recibir hostias hasta en la foto del carné de identidad.

La discusión continuó durante unos minutos más, aunque todos sabían que el tiempo corría en su contra. Finalmente se aprobó la idea de que MR llamara al Presidente Z y le comunicara lo que sabían. Debía ser una llamada dramática pero sincera, cargada de gravedad, en la que la oposición demostrara estar a la altura de las circunstancias. Con suerte pillarían a los socialistas a contrapié y lograrían hacerle quedar mal.

Rápidamente se avisó a los periodistas que seguía apostados en la sala de conferencias, de la que no iban a moverse hasta que todo aquello acabara, sabiendo que los comunicados de prensa serían una constante. Se les advirtió de que había noticias extremadamente graves, y que MR iba a llamar al Presidente del Gobierno ante las cámaras para comunicarle las novedades.

Intentar jugársela al gobierno en una situación de tan extrema gravedad era algo delicado, inmoral, dirían algunos, pero cualquier político sabe que ese enfrentamiento es inevitable. Algunas veces es más evidente, otras más sutil, pero gobierno y oposición están constantemente midiendo sus fuerzas, erosionándose el uno al otro en una lucha de desgaste que no se decide hasta las siguientes elecciones. Para los dos principales partidos del país, todo se centra en anular al otro, sabiendo que la victoria de uno depende de la derrota del otro. La verdadera lucha ya no es sólo ganar las elecciones, sino hacerlo con la suficiente ventaja como para no depender de terceros para gobernar. Y al revés: en caso de perder, es importante que el otro no pueda gobernar en solitario, ya que cualquier tipo de asociación, normalmente con los nacionalistas, lo hace vulnerable a los posteriores ataques de la oposición. La cuestión está en que nunca hay descanso en la lucha entre los dos partidos, nunca se bajan las barreras, nunca, bajo ninguna circunstancia, se puede dejar de atacar.

Una docena larga de periodistas con otras tantas cámaras de televisión se agolpaban en la sala de conferencias de la sede política. Tras el pequeño atril que mostraba notoriamente el logotipo del partido, con un fondo en el color corporativo, el jefe de prensa anunciaba el inminente inicio del acto. En el atril, ocultas a las cámaras, unas pequeñas luces indicaban si alguna cadena de televisión les sacaba en directo, momento que el orador debía aprovechar para sacar a relucir las consignas de cada momento. En ese mismo momento las dos luces de las cadenas informativas veinticuatro horas ya estaban encendidas, y contaban con que en cuanto empezara a hablar, muchas de las cadenas generalistas se les unirían.

MR apareció por una puerta lateral. Vestía un traje oscuro, elegante, corbata azul y un lazo negro en la solapa, como el que muchos españoles llevaban con motivo de la muerte del Rey. Su expresión era seria. No con esa seriedad agresiva que dedicaba a sus arengas contra el gobierno, sino una seriedad casi compungida, aunque con un brillo de decisión en los ojos. Un espectador normal tan sólo lo vería serio, aburrido, como siempre, como casi todos los políticos, pero los periodistas presentes en la sala acostumbrados a buscar pistas y matices, auguraban que algo importante les iba a ser comunicado. MR dejó unas hojas grapadas encima de la mesa e inició su discurso, aparentemente improvisado.

- Señores, como todos saben ya, la situación en Bilbao está empeorando por momentos. Los tristes sucesos que supuestamente lo han motivado todo, el cruel e injustificado asesinato de nuestro Rey, de ninguna forma puede usarse como excusa para nuevas formas de violencia. A pesar de que algunos puedan dudarlo al contemplar la errática actuación del gobierno, la democracia española tiene sus propios cauces para acabar con la lacra terrorista, como el Partido Popular demostró en sus años de gobierno. Nosotros creemos en la necesidad, la urgencia, de usar todos los recursos dentro de la legalidad vigente para acabar con esos asesinos, pero con la misma contundencia rechazamos que nadie tome la justicia por su mano y se salte, no, que se enfrente a las leyes e incluso a las fuerzas de seguridad del estado para imponer su voluntad.

Por eso, y a raíz de una terrible información que acaba de llegar a nuestras manos, voy a llamar personalmente al Presidente del Gobierno para comunicarle el nuevo peligro al que se enfrenta nuestro país. – Al terminar de decir estas palabras pensó que quizá le había quedado algo melodramático, pero eran los riesgos de hablar sin un discurso redactado, sólo con un guión de los argumentos principales. Aún peor le pareció lo que tuvo que hacer a continuación y que tan bien habían imaginado en la reunión previa: descolgó un teléfono que había en su atril y se lo acercó al oído como si fuera un presentador de televisión en un concurso barato, cuando todos sabían que el teléfono ni siquiera estaba conectado y la llamada se realizaba desde una centralita, pinchándola directamente a su micrófono y a los altavoces de la sala. De este modo los periodistas no escucharon como el portavoz del partido en el Congreso daba los pasos pertinentes para que la llamada llegara hasta el mismísimo Presidente, cuya voz resonó de inmediato en los altavoces. Un segundo antes, ocho de las diez luces ocultas en el atril se habían encendido, señalando que casi todas las cadenas del país iban a transmitir aquella conversación.

- Buenas tardes, señor Presidente.
- Buenas tardes, señor R.
- Antes que nada, quiero que sepa que tengo algunos amigos aquí conmigo.- Dijo MR con una discreta sonrisa hacia los periodistas.
- Lo sé, el presupuesto de este año nos alcanzó para un televisor, y puede verle en la pantalla. – Le devolvió la pelota el Presidente, aunque su voz se mantenía seria.
- Presidente, le llamo con el sentido de lealtad que usted sabe que nos define tanto a mi partido como a mí mismo.
- Entiendo. – Contestó el Presidente, sin darle la razón - ¿Y cuál es el motivo de la llamada? Puede usted imaginar que en estos momentos ni una sola persona en el Gobierno, ni siquiera yo, anda sobrada de tiempo.
- Por supuesto, señor. – Contestó MR sintiendo que le estaban marcando un gol tras otro. – Lo que voy a decirle es de la mayor importancia: Señor, -hizo una pausa dramática para concentrar en él toda la atención- hace apenas unos minutos hemos podido saber que una pequeña minoría dentro del ejército puede estar planeando un golpe de estado, y hemos considerado nuestra obligación el comunicárselo al gobierno inmediatamente por…
- ¿Algo más? – Le cortó secamente el Presidente.
- ¿Cómo? Un golpe de… - No pudo evitar balbucear MR sorprendido por aquella inesperada respuesta.
- Por supuesto le agradezco enormemente su interés, querido R, y de hecho nos ha ahorrado tener que llamarlos nosotros a ustedes para informarle. El Gobierno conoce los planes de ese grupo golpista desde hace tiempo, supongo que algo más que esos minutos que usted ha mencionado, y estamos tomando las medidas pertinentes para neutralizarlo. No creo que hablar de este tema ante las cámaras de televisión, advirtiendo a los golpistas y asustando a los ciudadanos, haya sido la mejor idea, al menos no una idea propia de un hombre de estado, pero desde el Gobierno agradecemos la buena voluntad que seguramente les ha hecho actuar con esta precipitación. No se preocupe, toda nuestra atención está dedicada a esta crisis, y no pararemos hasta que España reencuentre el camino de la paz y hasta el último culpable de todo esto se presente ante la justicia para responder de sus actos.

La conversación terminó con una despedida precipitada y MR entendió que en los escasos minutos que aquella pantomima había durado se había firmado su condena de muerte, al menos políticamente hablando. ¡Se la habían jugado! Los socialistas se habían enterado y lo habían preparado perfectamente. Les habían puesto una trampa, un cebo y sólo habían tenido que esperar a que cayeran en ella. En la lucha por el poder, ninguno de los dos había dudado en usar la crisis, por grave que fuera, en su favor, pero esta vez a ellos la jugada le había salido mal, y sería difícil recuperarse de algo así.