4.11.06

Veinticinco

Desde que se iniciaron los disparos Álex pudo casi sentir físicamente como las ruedas que formaban parte del complejo mecanismo que movía todo aquello empezaban a girar, imparables. Durante unos minutos se dedicó únicamente a filmar como ambos bandos se replegaban momentáneamente sobre sí mismos, mientras sus pensamientos sobrevolaban todo aquello tratando de coger cierta perspectiva.

Las piezas iban encajando lentamente, aunque la gravedad y complejidad del resultado le dejaban tan atónito que no sabía ni si él mismo podía creerlo. ¿Pero quién habría creído unas pocas semanas antes, cuando el Rey todavía vivía, que Bilbao viviría un enfrentamiento a tiros entre extremistas españolistas y la ertzaintza? De hecho, si le hubieran preguntado a él, ni siquiera habría imaginado que había tantos fachas en España, ni mucho menos que alguien fuera capaz de agruparlos y dirigirlos como estaban haciendo. Era como si una mano oculta hubiese estado agazapada entre las sombras, esperando su oportunidad. Pero oportunidad para qué, ¿qué objetivo final podía tener todo aquellos? ¿Para qué todos aquellos asaltos en las calles de Bilbao, aquella manifestación, los disparos? Bueno, lo de los disparos era lo que menos entendía de todo aquel violento absurdo. ¿Por qué la policía habría disparado hacia unos manifestantes que no les atacaban, sino que huían? Al menos la casualidad había querido que sólo uno de los alcanzados fuera una víctima real, ya que el otro, como bien había observado Álex, era el facha que ya estaba muerto. El otro era el de la porra desplegable, hacia el que el periodista había sentido una antipatía inmediata tras sufrir sus miradas turbios y extrañamente agresivas.

- ¡Claro! ¡Dispararon ellos mismos! – Volvió a gritar de forma inconsciente, mordiéndose el labio como castigo un segundo después.

Por suerte la central había cortado el sonido desde hacía rato, y sólo la imagen aparecía en una esquina de las pantallas, mientras locutores y comentaristas analizaban lo que estaba ocurriendo en espera de novedades. Pero eso Álex no lo sabía, y se maldijo a sí mismo por estar acabando con su futuro profesional a base de meter la pata. De pronto el teléfono móvil vibró en su bolsillo: llamaban de la central.

- ¿Sí? – Dijo en voz muy bajita.
- ¿Ahora hablas flojo? No paras de meternos sustos con tus gritos, ¿y ahora hablas flojo? – Le dijo la voz que antes había identificado como perteneciente a un jefe.
- Lo siento, lo siento mucho, señor.
- No pasa nada, esta vez no tenías el sonido pinchado. ¿Qué es eso de que dispararon ellos mimos?
- No, nada, sólo una idea que… lo siento.
- No sientas nada y cuéntame tu idea. Y no dejes de grabar ni te despistes: si ocurre algo, cuelgas.
- De acuerdo. Sí. Bueno, pues se me ha ocurrido que los disparos, los primeros, los que han dado a dos manifestantes…
- ¿Sí?
- No los ha hecho la policía. Quiero decir que no han disparado ellos.
- ¿Entonces quién?
- ¡Han sido los propios fachas! Tiene que haber sido el que me ha dado las instrucciones: ha desaparecido antes que los demás, y estaba claro que era el que mandaba.
- ¿Y por qué iba a disparar contra sus propios hombres?
- Primero, porque no eran sus hombres. Recuerde que le conté que había dos grupos, y los dos que han caído al suelo eran del segundo grupo, el que nos encontramos por el camino.
- Pero eso no es motivo…
- No, claro que no, pero todo ayuda. La otra cosa es que uno de los que cayeron al suelo era el que estaba muerto, y el otro era el que mandaba en el segundo grupo, es decir, el que había disparado en el bar. ¿Entiende?
- Creo que sí, continúa.
- Pues eso, por una parte se quitan de encima al muerto y al asesino, así, de un plumazo, y encima consiguen cargarles los dos fiambres a la ertzaintza. Lo que yo filmé está borrado, así que no hay pruebas.
- Hay un testigo.
- ¿Un testigo? – Y entonces Álex se quedó callado, la boca abierta. ¿Un testigo? ¡Claro! ¡Él! - ¡Soy un testigo!
- Y si como tú dices están limpiando pruebas…
- ¡Joder!
- Escucha, muchacho, tienes que saber algo más. Creo que la cosa es incluso más complicada de lo que tú crees. Parece que tenemos un intento de golpe de estado entre manos.
- ¿Un golpe de estado? ¿Esta gente?
- No, bueno, sí. Lo que tienes delante es una parte del show. La otra es el ejército.
- ¡No jodas!
- Sí. Quizá todo lo que has visto hoy en Bilbao no sea más que la tapadera, la excusa, incluso. Haciendo creer que la policía disparaba contra los manifestantes consiguen un motivo para sacar al ejército a la calle.
- ¡Pero si sólo han sido un par de tiros! Y ni siquiera…

De pronto una detonación hizo vibrar la marquesina sobre la que estaba subido Álex, y éste se echó de rodillas sobre el techo de plástico, sosteniendo la cámara en alto y el teléfono pegado a la oreja. Las imágenes mostraban una tanqueta envuelta en fuego, la boca de la manguera que arrojaba agua destrozada pero el resto del vehículo aparentemente indemne.

- ¡Eso no ha sido un Molotov! – Exclamó haciendo zoom sobre las llamas. La portezuela del blindado se abrió y un par de agentes saltaron a la carrera alejándose del peligro. Álex siguió explicando por teléfono lo que veía, sin darse cuenta de que ya no había nadie al otro lado. En lugar de eso, alguien había decidido pinchar el sonido de su cámara y España entera le estaba escuchando. Su voz sonaba nerviosa y acelerada, añadiendo aún mas emoción a las terribles imágenes– No sé qué ha sido, algo fuerte, pero no ha podido con el blindaje de la tanqueta. Parece que los de dentro están bien. Algunos agentes corren para ayudarlos y la otra tanqueta se ha acercado y está rociándolo todo con agua, quieren apagar las llamas. ¡Cuidado! ¡Están lanzando cosas desde la manifestación! ¡Oh, Dios! – Y la cámara mostró a un hombre que se acercaba a la carrera y, con un gesto ágil lanzaba un objeto de forma redondeada contra el grupo de policías que intentaba refugiarse tras las tanquetas. El lanzamiento quedó algo corto, pero la explosión hizo vibrar de nuevo al periodista, y la imagen sólo pudo mostrar de forma temblorosa como la onda expansiva de la granada lanzaba por los aires a varios uniformados, no sin antes destrozarles el cuerpo con la metralla. - ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! – Repetía una y otra vez, los ojos atados al magnetismo de su cámara. El país se acongojaba con él desde las salas de estar.

Aquello pareció la gota que colmaba el vaso. Quizá alguien diera la orden, quizá sólo fuera el instinto, la indignación o la rabia, pero mientras una docena de policías corría para intentar auxiliar a sus compañeros masacrados, unos pocos se adelantaron y arrodillándose lentamente sacaron sus armas reglamentarias y apuntaron hacia la manifestación. Ninguno abrió fuego, pero poco a poco muchos de sus compañeros se unieron a ellos. En un par de minutos veinte o treinta agentes habían tomado posiciones, arrodillados o de pie, con las piernas abiertas, apuntando con decisión hacia los manifestantes. Éstos les miraban desde la distancia, y por el momento nadie se atrevió a adelantarse para lanzar nada. Incluso os insultos se silenciaron.

Mientras los refuerzos habían llegado, y una verdadera oleada de agentes empezaba a tomar las calles que accedían a la manifestación, reforzando especialmente la retaguardia de la recién formada barrera de hombres armados. Se cruzaron furgonetas y coches policiales en las calles Conde Mirasol y Arechaga, y Álex pudo filmar de cerca como no menos de veinte agentes bajaban de dos furgones en la calle Olano y se acababan de colocar los chalecos antibalas mientras corrían. Muchos de ellos llevaban ya las armas desenfundadas apuntando en alto, los rostros ocultos tras los pasamontañas oscuros. Las noticias volaban, y todos sabían ya que varios de sus compañeros estaban muertos. Tras de ellos, un ertzaina que no llevaba el uniforme antidisturbios ni cubría su rostro, con los galones de comisario en la camisa se quedó mirando a Álex encaramado a la marquesina. Por un momento el periodista creyó que le harían bajar de inmediato, quizá incluso le confiscaran la cámara, pero en lugar de eso el policía esbozó un saludo militar y siguió a sus hombres sin decir nada. Había recibido sus órdenes, y los mandos querían que aquella cámara no dejara de emitir.

- No me ha dicho nada. – Explicaba Álex en voz alta, sin siquiera darse cuenta de que llevaba rato hablando solo, sin recibir respuesta. Ni siquiera aguantaba ya el móvil en alto, aunque no soltara la cámara ni un instante. – Parece un duelo, un duelo del oeste. A un lado tengo a los policías con las pistolas en alto, están quietos, como congelados, pero me apostaría lo que fuera a que no dudarán en disparar si los provocan. Al otro lado está la manifestación. Por lo que se ve desde aquí me atrevería a jurar que ya no son tantos como antes, la parte de atrás parece deshacerse como la cola de un cometa, pero delante todavía hay muchos, y no se van. Ése es el coche de mando – añadió enfocando a uno de los coches que todavía estaba en el centro -, desde ahí han ido dirigiendo todo lo que ha ocurrido hasta ahora, y probablemente lo que quede por ocurrir. Pero por ahora no hay movimiento, estamos, estamos en tablas, diría. ¡Claro! ¡Esperan la caballería! ¡Esperan al ejército!

Y en ese momento los mismos que habían decidido conectar el sonido de su voz a los televisores de todos los telespectadores decidieron ahora cortar esa transmisión. Los presentadores recuperaron el protagonismo en la comodidad de sus estudios y necesitaron unos segundos para situarse y tratar de continuar donde aquel chico lo había dejado, en las ensangrentadas calles de Bilbao. Huelga decir que nadie, en ninguna ciudad, pensaba ya en manifestarse, y más de uno se preguntaba ya a dónde iría todo a parar. El mundo entero estaba volviendo su atención hacia aquel rincón de España, y las imágenes captadas por Álex se empeñaban en llegar cada vez más lejos.