31.10.06

Veintidós

De pie encima de la marquesina de autobús, Álex podía ver el grueso de la manifestación, que se removía como el cuerpo inquieto de una monstruosa serpiente. No era precisamente una concentración masiva, y durante la última media hora parecía que sus componentes se habían ido juntando en grupos más reducidos, los cuales, sin perder cierta coherencia de conjunto, se movían y actuaban con autonomía.

Así, antes de empezar a emitir desde su pequeña cámara compacta, el periodista había podido diferenciar hasta cinco partes distintas dentro de la manifestación. Un grupo formado por alrededor de un centenar de personas, la mayor parte a cara descubierta pero equipados de un modo u otro para la lucha urbana, se enfrentaba de forma incansable a la barrera policial que atravesaba la calle de un extremo a otro en forma de U abierta. Este grupo era de baja densidad, muy activo, avanzando y retrocediendo según las necesidades del enfrentamiento. A sus flancos y por detrás de ellos, dos columnas de tres o cuatro hombres de espesor, muy apretados los unos contra los otros, aseguraban la tranquilidad del grueso de aquella manifestación, actuando a modo de cordón, aunque claramente más dirigido a rechazar posibles agresiones externas que a contener las internas. Así, de vez en cuando salía por encima de esos hombres alguna piedra lanzada con fuerza, o incluso pequeños grupos atravesaban de repente el cordón para lanzar un ataque fugaz contra una patrulla de ertzaintzas, volcar un coche o cualquier otra maniobra similar. Cerrando la manifestación, aunque demasiado lejos para que Álex pudiera verlos con claridad, una barrera similar a la de los flancos se mantenía firme y hermética, seguida a cierta a distancia por un par de furgonetas de la policía vasca y un número indeterminado de agentes protegidos por cascos y escudos.

Sin embargo el más curioso era el quinto grupo, el más numeroso y que conformaba el cuerpo central de la manifestación. Más de un millar de personas se removían ahí, acercándose de forma aparentemente casual e indistinta a los laterales o al frontal de la manifestación, pero que raramente permanecía quieta. En medio de aquel gentío, un par de coches se situaban estratégicamente, y tras un rato de observación Álex entendió que de aquellos coches salían los cócteles Molotov lanzados intermitentemente, y lo que era más importante, las instrucciones que dirigían al conjunto de la manifestación. Sólo en los últimos minutos el periodista había visto a tres mensajeros, como los denominó él, que se acercaban al coche y después partían en diferentes direcciones para repartir instrucciones, que inevitablemente desembocaban en un ataque con piedras a un coche policial subido a la acera, el relevo de un grupo de asaltantes del frente derecho o el inicio de una lluvia de insultos y amenazas dirigidas a un balcón en el que colgaba una ikurriña.

Álex todavía estaba mirando aquellos coches cuando recibió la señal de empezar a emitir. No estaba seguro de sentirse cómodo en su papel: en la minúscula pantalla de su cámara apenas podía ver la calidad de lo que estaba filmando, y le preocupaba su reputación como profesional. Además, le habían dado instrucciones claras de que no dijera nada, estaba allí sólo como cámara, a pesar de que él fuera periodista, o aprendiz de periodista, como le recordaron desde la central. Por otro lado, sabía que iba a ocurrir algo, algo grave, y le preocupaba tanto la posibilidad de que se le escapara, como que pudiera afectarlo de algún modo. A pesar de todo, Álex pulsó el botón de grabar y empezó con un plano abierto del grueso de la manifestación, imaginando que alguien en los estudios de Madrid estaría comentando sus imágenes.
Hizo un barrido lento por aquel conglomerado rugiente y agresivo, que se convulsionaba a sus pies. La cámara se dirigió lentamente hacia la cabecera de la manifestación, tal y como le habían instruido los fachas que le habían guiado hasta allí, y allí dedicó unos segundos a mostrar la gruesa barrera policial, que resistía inmutable los embates de los manifestantes, como un rompeolas ante el mar embravecido. Hasta el momento los ertzaintzas apenas habían respondido a las provocaciones, y sólo había un puñado de detenidos de entre los grupos que salían desde los flancos de la manifestación. Tras los escudos y cascos, escopetas y porras, las tanquetas de agua aguardan la orden para volver a refrescar los ánimos más encendidos. Álex estaba haciendo un zoom lento hacia cuatro hombres vestidos con cazadoras oscuras que desde primera línea se acercaban a los policías para escupirles o arrojarles objetos cuando un ruido creciente le hizo separar la mirada de la pantalla por un instante. Al momento se dio cuenta del error y rogó porque esa distracción no se hubiera notado demasiado en la imagen. Casi como para justificarse, abrió plano para abarcar tanto a la barrera de seguridad como el frente de la manifestación.

Entonces se dio cuenta: algo estaba pasando. Un grupo de no menos de cincuenta hombres, bastante jóvenes en su mayoría pero todos vestidos con idéntico atuendo skin –cazadora, tejanos y botas- avanzaba a paso ligero desde el centro de la manifestación hacia su parte delantera. En el centro, ocho de ellos llevaban a cuestas un gran banco de hierro forjado que debían haber arrancado de algún lado, mientras los demás los envolvían protectoramente. La manifestación se separaba a su paso como en una coreografía ensayada, y Álex pensó que la policía no los vería llegar hasta que fuera demasiado tarde. Sin embargo con un movimiento de cámara demasiado brusco el chico mostró como la barrera formada por varias hileras de policías se apretujaba aún más y se reforzaba en la parte norte, hacia donde el grupo con su improvisado ariete parecía dirigirse. Del mismo modo, las dos tanquetas empezaron a lanzar sus potentes chorros de agua en esa dirección, como si prepararan el camino. Era evidente que él no era el único que observaba la manifestación desde las alturas, y Álex casi murmuró en voz alta la pregunta de cuántos observadores más habría en los balcones, y a quién informaría cada uno de ellos.

A pesar de los chorros de agua, el choque del ariete contra los escudos fue terrible. Unos metros antes, el grupo de skins se abrió como un abanico en la parte delantera para cerrarse y empujar desde detrás a toda velocidad, gritando mientras corrían tanto como podían. Cuando el hierro forjado chocó contra los escudos de plástico se escucharon los chasquidos por encima del griterío, y Álex supuso que los brazos que sostenían esos escudos se habrían quebrado con la misma facilidad que el plástico reforzado, si no más. El banco atravesó dos, tres hileras de policías y ahí se quedó, como una lanza en el cuerpo de un gigante, mientras skins y policías se lanzaban a la brecha y se enzarzaban en una pelea de resultado incierto. La cámara se mantenía inmóvil, hechizada por esa muestra de sorprendente violencia, hasta que un movimiento captado por el rabillo del ojo llamó la atención de Álex. Intentando seguir enfocando la batalla campal, Álex vio como cuatro hombres se colaban por el desprotegido extremo sur de la barrera policial y empezaba a correr en dirección al grueso de la manifestación.

- Nada de caras.- Recordó que le había exigido el amenazante líder del grupo de asalto que había preparado todo aquello. – Que se les vea de espaldas, desde lejos, que se vea como desaparecen entre los demás.

Álex volvió a abrir el plano. Al fondo se veía a varios skins tumbados en el suelo, casi todos revolviéndose bajo los chorros de agua, mientras brazos armados con porras y palos por igual no paraban de subir y bajar a un ritmo trepidante. El grueso de la manifestación parecía haberse retraído como si esperara expectante, y en primer término, aunque algo desenfocado, un pequeño grupo corría alejándose de la cámara en dirección al centro de la imagen. Y entonces ocurrió.

El primer disparo cogió a Álex desprevenido. Ni siquiera movió la cámara, no entendió qué había ocurrido, y sin embargo pareció como si su cuerpo se encogiera, y lo mismo lo ocurría a muchos de los que había a su alrededor. El segundo disparo hizo que casi todos ellos se agacharan o incluso se arrodillaran, manifestantes y policías, mientras en el centro de la imagen dos componentes del grupo que corría caían al suelo abatidos por los tiros. En un acto reflejo e inconsciente, Álex volvió la cámara hacia la dirección en que creía haber escuchado los disparos, y la imagen de su cámara mostró desenfocado a un grupo numeroso de ertzaintzas, algunos de ellos también agachados. Sin pensarlo, Álex exclamó: ¡Joder, no pueden haber sido ellos! Y al instante esa frase se escuchó en millones de hogares de toda España, mientras los presentadores y responsables de las cadenas de televisión que estaban emitiendo en directo se encogían en sus sillas, sin saber si era peor el taco o la velada acusación.

Álex no tuvo tiempo de decir más. Al parecer la manifestación había pensado lo mismo que él, aunque allí no habían dudado de la autoría de aquellos disparos. El griterío creció hasta un volumen ensordecedor. Una parte importante de los manifestantes huían hacia atrás, tratando de evitar lo que se avecinaba, pero aquí y allá algunos grupos mantenían el tipo, encogidos y asustados, pero insultando y amenazando más que nunca a los asesinos que acababan de disparar. Los cincuenta skins, o lo que quedaba de ellos, se retiró a la carrera perseguidos por los casi incansables chorros de agua, pero los flancos de la manifestación todavía mantenían su formación. Entonces se escucharon nuevos disparos, pero esta vez venían desde el otro lado de la imagen, y Álex no pudo reprimir un nuevo taco cuando se tiraba al suelo para estirarse tan largo era sobre el tejado de la parada de autobús, sin dejar nunca de filmar.

Los disparos alcanzaron el centro de la formación policial y dos agentes cayeron hacia delante, quizá muertos. Rápidamente algunos compañeros los cogieron por los brazos y tiraron de ellos mientras toda la barrera retrocedía como podía, los escudos todavía en alto como si pudieran servir de algo. Un instante después las dos tanquetas avanzaron lentamente hasta situarse de través entre policías y manifestantes, a la vez una nueva ráfaga de tiros atronaba en la atestada calle, sin que esta vez la cámara llegara a registrar si habían alcanzado a alguien. En lugar de eso, Álex oscilaba entre manifestantes y policías, tratando de centrarse unos segundos en cada grupo, temiendo perderse el siguiente drama, temiendo formar parte de él.

Durante unos minutos se impuso un silencio extraño, mientras ambos bandos recogían a sus heridos y muertos y quizá planificaban los respectivos contraataques. Álex levantó la cámara y mostró algunos rostros asustados mirando desde ventanas y balcones, persianas que caían rápidamente como si pudieran proteger a los inocentes del peligro de una bala perdida, plantas y flores que mostraban su colorido impasibles ante el drama que allí abajo acontecía. El ruido de las sirenas, que había ensuciado la atmósfera de Bilbao durante toda la mañana, pareció intensificarse cuando ambulancias y refuerzos policiales empezaron a acercarse tan rápido como podían al escenario del horror.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hola m'he llegit auqets capítol en diagonal per casualitat.
No se de que van la resta de capítols i si tenen relació els uns amb els altres.
Només volia dir-te que si no han canviat les coses, al país basc no hi ha skins, ni reds ni nazis.


dani

4:37 p. m.  
Blogger Andreu Costa said...

Si llegeixes una mica més, veuràs que els skins han anat a Bilbao des de la resta del país. D'altra banda, la teva afirmació és absoluta? No n'hi ha ni un?? O vols dir que no abunden tant com a d'altres ciutats? En qualsevol cas, moltes gràcies pel comentari.

9:01 a. m.  

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