9.11.06

Veintisiete

La caravana del General Cóllar alcanzó finalmente el escenario de la reciente batalla entre su avanzadilla y un enemigo incierto. No fue fácil alcanzarla, ya que en los últimos kilómetros habían encontrado una larga caravana de vehículos detenidos a los que hubo apartar de la carretera uno a uno, a veces no sin resistencia. En un momento de tensión, un tanque trató de empujar a un coche que se resistía, pero las orugas cogieron tracción rápidamente y el tanque pasó por encima del automóvil, que por suerte estaba vació. Al menos el incidente sirvió para que los demás conductores se apresuraran a apartarse a un lado de la carretera, dejando el espacio suficiente para las enormes blindados.

Finalmente vieron a la primera tanqueta, que curiosamente estaba vuelta en dirección hacia ellos. No fue difícil reconocerla como la unidad que había mandado el aviso, es decir, la que debería haber escapado del incidente. En lugar de ello, una gruesa columna de humo salía de su parte trasera, oculto desde su posición. La columna se detuvo a medio kilómetro de la tanqueta destruida, y rápidamente el General ordenó una formación de ataque. Tres tanques se situaron en línea, los cañones apuntando al frente pero en diferentes ángulos en forma de abanico, mientras las potentes ametralladoras se movían de un lado a otro en busca de un objetivo al que disparar. Para poder situarse en sus posiciones, uno de los tanques se situó en el centro de la calzada, mientras que los otros apenas mantenían una de sus orugas en el asfalto, la otra en el arcén, dejándolos algo escorados.

Mientras esos tanques avanzaban muy lentamente, seguidos a cierta distancia por el resto de la columna, dos tanquetas más fueran enviadas por delante. Debían inspeccionar los vehículos destruidos en busca de supervivientes, además de hacer un reconocimiento de la zona. El General estaba convencido que aquel había sido un ataque a la desesperada, un intento de frenarlos, o incluso de minar su moral, y estaba caso que habían logrado ambos objetivos. Probablemente el enemigo habría buscado ya refugio lo más lejos posible de ellos, incapaz de intentar algo contra su columna blindada. Y a pesar de todo, los nervios del General seguían tensos como cuerdas de guitarra, e instaba a todos y cada uno de sus hombres a mantenerse alerta. Desde su coche de mando, justo detrás de los tres tanques en línea, no tenían ninguna visión de lo que ocurría delante, así que dependían de la radio para saber cómo iban las cosas.

- Sherpa uno, aquí Mando, ¿qué ocurre? – Preguntó su operador de radio desde el asiento de atrás, adelantándose a la orden del General.
- Tenemos delante el primer VEC. Nos situamos a su lado. Le han dado por detrás, con un lanzagranadas o algo así. Lo han reventado. – Las frases llegaban como si fuera un telegrama, sólo faltaban los típicos STOP entre cada afirmación. El General reconoció y apreció la concisión de la información como algo típicamente castrense. – El soldado Sanjuán va a bajar a hacer el reconocimiento.
- ¿Ven algo ahí fuera? – Volvió a preguntar el operador.
- Negativo. No hay movimiento.
- Manténgase alerta.
- Sanjuán vuelve. No… no hay supervivientes. – Una pausa – Están destrozados. – Otra pausa - ¿Qué hacemos con los cuerpos, señor? – El operador consultó al General con la mirada, y éste le pidió el micro.
- Déjenlos y sigan la inspección, Sherpa uno. Nosotros nos haremos cargo cuando todo esté limpio. Sherpa dos, ¿me escucha?
- Sherpa dos a la escucha, señor.
- Intenten apartar el VEC a un lado para que podamos avanzar. No pierdan el tiempo pero sigan atentos.
- Sí, señor.

Maniobrando lentamente, las dos tanquetas de exploración lograron empujar el vehículo destrozado hasta sacarlo de la carretera. La operación fue algo lenta, porque las ruedas traseras habían quedado muy dañadas por la explosión y se arrastraban sobre el asfalto actuando a modo de enorme freno. Finalmente, con cuidado pensando en los compañeros muertos entre los hierros, dejaron al VEC siniestrado a un lado y volvieron a colocarse en posición. La línea de tanques ya casi les había alcanzado cuando continuaron su avance.

- Vemos los otros dos VEC, están cerca, parece que les dieron a los dos a la vez. Nos acercamos. Sí. El primero pisó una mina: hay un boquete en el suelo y tiene las tripas destrozadas. Al otro lo han descabezado, un lanzagranadas, supongo. Ha sido un buen ataque, señor, si me permite decirlo.
- Nos estaban esperando. – Afirmó en su todoterreno el General, preguntándose si alguien le habría traicionado.
- ¿Supervivientes?
- Sanjuán va a mirarlo, señor.
- Con cuidado.

El soldado Sanjuán saltó del vehículo y, cerrando la puerta, apoyó la espalda contra el acero recalentado de su VEC. A su derecha, el morro metido en la cuneta, el blindado al que le habían reventado la torreta superior descansaba inmóvil. Como una tumba, pensó el soldado, y aferrándose a su fusil de asalto, se acercó a él con una carrera. Aunque en el interior ya no había fuego, todavía humeaba, y al olor a plástico se le sumaba el inconfundible hedor de la carne quemada. Sanjuán se subió al blindado de un salto y se asomó al interior desde su techo abierto. Pocos restos podrán sacar de ahí dentro, volvió a decirse a si mismo. Cerrando los ojos y respirando hondo un par de veces, saltó al suelo y empezó a avanzar lentamente hacia el primer vehículo de asalto, que descansaba casi todo él directamente sobre el asfalto, cuatro de sus seis ruedas desaparecidas. A su espalda, sus compañeros hicieron avanzar también sus VECS, mientras escuchaba como las torretas giraban a un lado y a otro cubriendo sus pasos con sus intimidatorios cañones.

- Parece que no tampoco queda nadie con vida en el segundo VEC, señor. – Y la voz sonaba ahora algo más arrastrada, menos segura, a través de la radio. – Sanjuán avanza hacia el último. Hay algo raro, Sanjuán también lo ha visto: la puerta trasera del VEC está abierta, aunque puede haber sido por la explosión. Está claro que pisó la mina con la parte de atrás. Sanjuán avanza con cuidado.
- Cúbranle. – Dijo el General, aunque la orden era innecesaria.
- Sanjuán está junto al VEC. Ahora mira adentro, rápido, no ve nada raro. Vuelve a mirar. Va a entrar.
- ¿Qué ocurre?
- No lo sé, tarda mucho, señor. ¡Ahí está! ¡Está sacando a alguien! ¡Hay alguien vivo, señor! – Y alejando la boca del micrófono, se pudo escuchar como daba órdenes rápidamente – Baja a ayudarlo, rápido. Pedro, cúbreles bien. Sherpa dos, cúbrenos la espalda, puede ser una trampa. ¡Atención! ¡A la derecha! – De repente la voz se interrumpió y se escuchó el poderoso retronar de la ametralladora del VEC, gritos de fondo y finalmente el silencio.
- Sherpa uno, ¿qué ocurre? ¿Qué coño está pasando? – Finalmente recuperaron la voz al otro lado.
- Un enemigo, señor. Justo al lado del VEC reventado. Estaba oculto en la cuenta y se ha levantado justo cuando Sanjuán y Ped… y el cabo Soler trasladaban hacia aquí al herido.
- ¿Están todos bien?
- Sí señor, Sherpa dos ha sido rápido, señor. Gracias chicos.
- Un hijo puta menos. – Se escuchó que contestaban desde la segunda tanqueta. – Con perdón, señor.
- Sanjuán ha dejado al herido un momento y se acerca a inspeccionar al enemigo. No creo que quede mucho de él con la ráfaga que le hemos metido desde tan cerca. Ya vuelven.

Mientras hablaban, la columna del General Collar había alcanzado a las tanquetas de exploración y se mantenían a una leve distancia de seguridad. Los tres tanques seguían vigilando las inmediaciones, pero la mayoría de ojos estaban fijos en los soldados que entraban en el VEC llevando a cuestas a un compañero herido. Tras cerrar la puerta, los dos vehículos ligeros arrancaron y avanzaron muy lentamente, volviendo a maniobrar para apartar las tanquetas destruidas. El vehículo de mando volvió a recibir comunicación.

- Ehm, señor…
- ¿Qué ocurre? ¿Están bien? ¿Quién es el herido? – Preguntó el General, con la remota esperanza de que su amigo el sargento Rojas se pudiera haber salvado.
- Está malherido, señor, pido permiso para trasladarlo al camión con el equipo de enfermería.
- Claro, llévenlo para allá y vuelvan a su posición.
- Señor…
- ¿Qué ocurre?
- El enemigo al que hemos disparado, señor.
- ¿Quién era ese hijo de puta? ¿Un policía? ¿Un…
- No, señor. Era, ¡oh, mierda! Señor, era de los nuestros.
- ¿Qué?
- Era el sargento, señor.

El General trataba de digerir la noticia cuando ante sus propios ojos el tanque que cubría el flanco izquierdo se sacudió como un flan al pisar una mina oculta en el arcén, y al instante las llamas empezaban a brotar de su interior, causando un humo oscuro y denso. Un instante después escuchó el tableteo de ametralladoras ligeras a su espalda, y pensó en los camiones llenos de tropas, detenidos en medio de la carretera, indefensos.

- ¡Avanzad! ¡Avanzad todos! – Gritó el general. – Los VEC a los flancos, encontrad a esos tiradores y acabad con ellos. ¡Adelante!