14.11.06

Treinta y uno


- ¡Hay tantas cosas que no entiendo! – Exclamó Álex, todavía frotándose los ojos por el cansancio.

Se hallaba en una espaciosa sala ubicada en una de las calles más prestigiosas de Madrid, y trataba de ordenar en su cabeza los montones de información que había ido digiriendo más que asimilando en las últimas horas.

Tras la aparición del Príncipe en Bilbao las cosas habían ocurrido muy deprisa. Los manifestantes habían empezado a entregar las armas de forma pacífica, al creer que la actuación de los militares se correspondía con los planes que todos más o menos conocían. No fue hasta que empezaron las detenciones, una vez desarmados, cuando algunos intentaron resistirse, pero fueron rápidamente sofocados por la actitud amenazadora de los soldados. El Príncipe y el Presidente se fueron poco después, y Álex se quedó allí en medio, con su cámara sin batería, sin saber qué hacer. Se sentía desorientado, agotado por la tensión acumulada a lo largo del día, y no podía más que mirar a su alrededor, sin moverse, sin hablar con nadie. De vez en cuando algún grupo de soldados le miraba al pasar, pero ninguno llegó a decirle nada.

- ¿Nos vamos, Álex? – Oyó que al fin le preguntaba alguien, y al darse la vuelta sólo llegó a ver la enorme sonrisa que Ana le dedicaba antes de sentir que las lágrimas le anegaban los ojos. Ana se arrojó a sus brazos y los dos se dieron un fuerte abrazo, sin decir nada más.

Fueron dando un largo paseo hacia las oficinas de la SER, y por el camino hablaron de todo y de nada, pero por supuesto sin mencionar lo que había ocurrido. Ana le invitó a tomar unos pinchos cuando salieran de la oficina, y por fin Álex replicó con una de sus bromas sobre las ocultas intenciones de la mujer. Sin embargo, no llegaron a probar esos pinchos: nada más llegar se encontraron con el personal en pleno de la emisora, más todos los especialistas venidos de la capital, que dedicaron una larga y sincera ovación al aprendiz de periodista. Álex abría la boca y trataba de decir algo, pero la emoción no le permitía más que balbucear palabras inconexas. Después de aquel homenaje, los dos fueron convocados a las oficinas del jefe, donde se les informó de que debían volar inmediatamente a Madrid para hablar con los directivos de la cadena y participar en los especiales que iban a grabarse en los próximos días.

Así, sin siquiera cambiarse de ropa, la cabeza dolorida por el golpe de porra que le había dado un segurata, el estómago rugiendo de hambre y los nervios a flor de piel, Álex subió a un avión junto a Ana rumbo a la capital. Los esperaba un coche con chofer, que les llevó directamente a un hotel de cinco estrellas donde tenían dos habitaciones reservadas.

- ¿Para qué queremos la otra habitación? – Preguntó Álex guiñando el ojo a su compañera, pero lo único que compartieron aquella noche fue una copiosa cena regada con mucho vino, todo a cargo de la empresa.

Al día siguiente, pese a ser domingo, como no paraba de recordar Álex, les llamaron a las ocho de la mañana y les anunciaron que alguien pasaría a recogerlos en una hora. Así que todavía no eran las diez de la mañana cuando los dos se encontraban en una luminosa sala de reuniones con vistas a la ciudad en presencia de la flor y nata del grupo de comunicación para el que trabajaban. Frente a ellos, el mismísimo presidente, Don Jesús de P.

- Es normal que no lo entiendas todo, muchacho. – Le contestó el poderoso hombre. – A pesar de haber sido un testigo de excepción, sólo has visto una parte de la historia. Quizá la más espectacular, pero no necesariamente la más importante.
- ¿Si el gobierno conocía las intenciones de los golpistas, por qué no actuaron antes? ¿Cómo dejaron que llegaran tan lejos?
- Bueno, ya sabes que los absolutos no existen. El gobierno sabía que una reducida aunque poderosa minoría soñaba desde hacía tiempo con influir en el futuro de España, pero de ahí a tener pruebas sobre las que poder actuar, dista un mundo.
- ¡Pero nosotros avisamos de lo de la manifestación! – Exclamó Álex buscando con la mirada el apoyo de su compañera.
- Cierto, muchacho, y eso os lo debemos a vosotros. ¿Pero cómo ponderar la magnitud de algo así? La verdad es que ahí metieron todos la pata, tanto en Madrid como en Bilbao, y nadie fue capaz de prever hasta donde podía llegar la ultraderecha en España. Y aún tuvimos suerte, porque me he enterado de que pensaban repetirlo en Barcelona, ¡extendiendo la convocatoria a toda Europa!
- ¿Cuántos muertos hubo al final?
- Las cifras oficiales hablan de treinta y dos muertos y medio centenar de heridos, y ahí van incluidos manifestantes, policías y militares.
- ¡Ah, sí! ¡El asalto a los tanques! ¿Quién hizo eso?
- Bueno, está claro que fueron los de ETA. Ahora es tarea de analistas y políticos juzgar como encaja una actuación de ese tipo con su famosa tregua.
- Al menos ya sabemos que dirán los del PP. – Replicó Álex con una sonrisa.
- Los del PP no dirán nada, eso te lo puedo asegurar. No dirán nada durante una temporadita.
- Treinta y dos muertos. – Comentó Ana en voz alta, que no dejaba de pensar en tan terrible cifra. – Es horroroso.
- Sí que lo es, y yo estoy convencido de que hubo más. Las imágenes de Álex mostraban como cada vez que caía un manifestante sus compañeros se lo llevaban, y es probable que más de uno haya escapado del recuento. Por otro lado están los de ETA. No sabemos si tuvieron bajas en el ataque, aunque es más que probable.
- Y está lo de esos que secuestraron. – Apuntó uno de los hombres presentes en la sala de reuniones.
- ¿Secuestro?
- Sí, alguien secuestró a los miembros de uno de los grupos de asalto de lo ultraderechistas. Hubo un tiroteo y sabemos que al menos uno de los secuestradores fue herido o muerto, aunque no se haya presentado parte en ningún hospital.
- ¿Y los secuestrados? – Preguntó Álex con curiosidad.
- Los encontraron atados a un árbol delate del mismísimo Gughenheim… en pelotas.
- ¿En pelotas?
- Sí, bueno – Y el hombre no pudo evitar una risilla nerviosa. – Les habían atado las manos a los pies, con lo que habían quedado, digamos que con el culo en pompa…
- Y a su lado había un cartel que decía: Introduzcan una moneda en la ranura para escuchar el himno de España. – Concluyó Jesús de P. con una impúdica carcajada, que pronto todos corearon con ganas.
- Me pregunto si alguien llegó a intentarlo… meter una moneda, quiero decir. – Añadió otro.
- No, ¡ya sabes que los nacionalistas no darían ni un duro para España! – Le contestaron, y las bromas se alargaron por un rato, diluyendo así la gravedad de las circunstancias.

Después pasaron a explicarle a Álex, aunque serviría para todos los demás a modo de resumen de la situación, como había sido la Casa Real la que había solicitado al gobierno una intervención rápida al empezar los tumultos en Bilbao. Sin embargo en ese mismo momento en Moncloa se daban cuenta de que era todo un plan perfectamente organizado, un puzzle en el que iban a encajar todas las piezas, incluida la del golpe militar. El propio Z contactó con el Príncipe para explicarle lo que estaba sucediendo, le recordó la importancia que tuvo la intervención de su padre, el difunto Rey, en el último intento de golpe de estado, y no hizo falta que añadiera nada más: el Príncipe se ofreció para lo que hiciera falta, y al poco rato empezaban las reuniones al más alto nivel.

También se habló de la participación de los partidos de la oposición y de los acuerdos a los que se había llegado sin que sus detalles trascendieran a la opinión pública, e incluso se comentó entre bromas como un autobús repleto de líderes de Esquerra Republicana había salido de Barcelona con destino desconocido y no habían vuelto a aparecer hasta que las cosas se calmaron.

- Bueno, confieso que yo también estaba algo asustado. Todos sabemos que existe una lista negra, y algunos tenemos claro que nuestro nombre está ahí en letras grandes y doradas. – Admitió el magnate.
- Pero entonces, ¿quién está detrás de todo esto? ¿Quién pagará por esas muertes? – Preguntó Álex, sin dirigir la cuestión a nadie en concreto. Muchos le miraron con sonrisas compasivas, y el joven entendió que había pecado de inocente.
- Ésas son dos preguntas muy distintas. Te responderé primero a la segunda. – Se adelantó de nuevo Jesús de P. – Por el lado militar, pagará, pero poco, el General Cóllar. Como todo el mundo pudo ver en la televisión fue muy lento en acatar la orden del Príncipe, así que dentro poco “le dimitirán” sin honores. El otro mando que se sublevó, el General Cena, va a participar en tantas misiones de paz de ahora en adelante que no creo que pise España el tiempo suficiente ni para ir a mear. – Y todos rieron la ocurrencia. – También algunos de los detenidos en la manifestación son miembros del ejército o de las fuerzas de seguridad del estado, soldados rasos y guardias civiles en su mayoría, y esos sí que pringarán. En lo que se refiere a los civiles, hay casi un centenar de detenidos acusados de diversos cargos. La ertaintza tiene toneladas de cintas de video en las que se les muestra en diferentes fases de su fiesta, y eso bastará para que les caigan algunos años de cárcel.
- ¡Pero ellos no organizaron la manifestación! – Empezó a protestar Álex.
- No, ellos sólo asesinaron a policías, de forma premeditada. – Le acalló el otro – Pero tienes razón, ellos no eran el cerebro de la operación, sólo la fuerza bruta. Y adivina: ese cerebro, o cerebros, se han librado. Como siempre.
- Hay un detenido. – Dijo alguien desde un lado de la mesa.
- Sí, han detenido a un tipo aquí en Madrid. Adolfo nosequé. Le acusan de haberlo organizado todo porque se siguió el rastro de las llamadas y mensajes que convocaban a la manifestación y llegaron a la oficina en la que él trabajaba. Es un tipo listo, con abogados importantes, pero está claro que es un don nadie, un chivo expiatorio.
- ¿Sabe usted quién lo organizó todo realmente? ¿Sabe quiénes son? – Preguntó Álex tímidamente.
- Los sospechosos habituales, muchacho, los sospechosos habituales. – Le contestó el otro con una sonrisa cargada de sarcasmo.

Después de eso acabó la ronda de explicaciones y el equipo directivo planteó finalmente un conjunto de propuestas profesionales para la pareja de periodistas. Ninguno de los dos pudo reprimir una enorme sonrisa de satisfacción a medida que extendían su futuro ante sus ojos, cargado de trabajo, pero también de compensaciones que habrían entusiasmado a cualquier periodista del país. En total la reunión duró casi tres horas, y antes de salir Jesús de P. les dio la tarjeta de un prestigioso restaurante de la ciudad.

- Tenéis una mesa reservada. Pensé en llevaros conmigo, pero mi mujer, que sabe mucho de esas cosas, me hizo ver que quizá preferiríais ir vosotros dos solos. Huelga decir que los gastos corren a mi cuenta, pero no os acostumbréis, ¿de acuerdo?

Cuando salieron a la calle el sol invitaba a pasear, o como indicó Álex, a tomar una cerveza helada en una de las famosas terracitas de la ciudad, así que empezaron a caminaron sin prisa ni dirección fija. Al cabo de un rato, Ana se colgó del brazo de su compañero, y cuando éste se la quedó mirando sorprendido ella le respondió con una sonrisa pícara y un guiño del ojo. Siguieron andando entre risas, hasta que, tras cruzar un semáforo, Álex se quedó clavado en medio de la calle, sin siquiera pestañear.

- ¿Qué ocurre ahora? – Le preguntó Ana pensando que se trataba de una broma. Pero Álex no sonreía, de hecho, su rostro se había quedado blanco, y sus ojos estaban abiertos, reflejando el terror que sentía.

Frente a él, apoyado en un árbol mientras simulaba leer el periódico, un hombre le miraba fijamente, con una sonrisa amenazante dibujada en los labios. Álex había reconocido en aquel hombre al líder del grupo de asalto que le había llevado hasta la manifestación el día antes, el autor de los disparos que habían iniciado el baño de sangre. Así permanecieron durante un largo minuto, sin que Ana llegara a adivinar lo que estaba ocurriendo. Finalmente el hombre dobló el periódico, señaló al periodista simulando una pistola con la mano, y sin perder la siniestra sonrisa, se alejó tranquilamente de la pareja.