10.11.06

Veintiocho

Los seis helicópteros Chinook sobrevolaban ya la provincia de Guipúzcoa cuando el General de Brigada José Antonio Cena se enteró de los enfrentamientos entre los tanques del General Cóllar y un grupo de rebeldes. Al parecer habían sufrido numerosas bajas, sobretodo en las tropas, pero finalmente habían logrado superar la emboscada y avanzaban decididamente hacia la ciudad. Al final lo más probable es que llegaran ambos al mismo tiempo, lo cual podía ser realmente contundente, pero también peligroso. Al menos para él. El General Cóllar no le tenía especial simpatía, eso lo sabía, y el viejo soldado ansiaba para él todo el protagonismo de aquella rebelión, deseaba ser el único héroe, aunque eso supusiera enemistarse con los demás, incluso por quienes habían planificado todo aquello.

Los Chinook superaban los doscientos kilómetros por hora en su velocidad de crucero, e incluso podían llegar a trescientos en caso de necesidad, pero el General de Brigada no se atrevía a apremiarlos. Llegarían en menos de quince minutos, y sacarle cinco minutos de ventaja a su rival no tenía por qué ser algo positivo. Quizá incluso fuera mejor esperar un poco, verlas llegar. A bordo de sus descomunales helicópteros, un centenar de soldados, lo mejor del Mando de Operaciones Especiales, esperaba preparado para todo. No habían recibido instrucciones concretas, todavía no, pero eran hombres que sabían obedecer, y mejor aún, sabían actuar. Llegado el momento, el joven comandante sabía que era mejor tener a esos hombres a su lado que a un puñado de tanques incapaces de desenvolverse cómodamente en una ciudad repleta de civiles.

El ayudante del general reclamó su atención con unos ligeros golpecitos en su brazo y después señaló claramente hacia abajo, al otro lado de la ventanilla. La ciudad de Bilbao se desplegaba a sus pies, y todavía podían verse con claridad varias columnas de humo elevándose hacia el cielo, como si la ciudad hubiese sufrido recientemente un ataque aéreo. Al parecer los comandos mixtos habían cumplido con su misión, aunque el militar no podía tener la completa seguridad ya que se había prohibido a todas las unidades de tierra, civiles y militares, contactar bajo ningún concepto con los oficiales del Ejército. Cualquier comunicación debía hacerse con el centro de operaciones de Madrid, formado por civiles, quienes a su vez ya contactarían, si fuera necesario, con ellos. El General Cena había interpretado el silencio como buenas noticias, y las columnas de humo reafirmaban esa impresión.

Su ayudante volvió a insistir en sus gestos con el dedo extendido, al ver que su jefe paseaba la mirada por el conjunto de la ciudad. Entonces ambos centraron su vista en el mismo punto y el general finalmente vio lo que el otro señalaba: una columna de tanques avanzaba lentamente por una carretera que corría paralela a la autovía, separándose de ésta poco antes de llegar al río y adentrarse en la ciudad. La columna de blindados resultaba imponente vista desde las alturas, pero tras contarlos uno a uno pudo ver que faltaban varios vehículos, incluso le pareció que había un tanque menos de lo esperado. Activando los aparatosos auriculares que llevaba en la cabeza, el general habló con los pilotos al mando del helicóptero:

- ¿Puedo contactar con la columna de tanques que tenemos a nuestros pies?
- Lo intentaremos, general. – El personal de los helicópteros no solían ser hombres de su agrado, pensó entonces el militar, demasiado independientes, demasiada confianza en sí mismos, pero debía reconocer que habían obedecido sus órdenes sin obstáculos ni preguntas, y eso era todo cuánto pedía de ellos. – Señor, le paso al General Cóllar, comandante de la columna. – Anunció finalmente el piloto tras unos minutos de espera.
- ¿Cena?
- General Cóllar.
- Cena, veo sus pájaros desde aquí, van ustedes adelantados.
- Nosotros también les vemos, General, y creo que ustedes van retrasados.
- Hemos tenido problemas. – Refunfuñó el viejo general.
- Eso me ha parecido al ver sus efectivos. ¿Bajas? – Se interesó el otro.
- Demasiadas. – Aceptó a regañadientes - Tres VECs destruidos con toda su tripulación, una veintena de soldados muertos o heridos graves…
- ¿Y un tanque?
- Sí. Un tanque averiado. Hemos tenido que dejarlo atrás con un VEC y una docena de hombres protegiéndolo.
- ¿Quién les ha atacado, señor? ¿Quién ha podido inflingirles unos daños tan graves? – La pregunta reflejaba una preocupación sincera, porque no esperaban encontrar ninguna oposición seria, pero el general Cóllar la interpretó como un cuestionamiento de su actuación.
- ¡Tenían armamento pesado! ¡Un fallo en sus planes, en sus previsiones, diría yo! Contamos más de un centenar de hombres, desplegados perfectamente para la batalla. Profesionales, sin duda, pero no sé quienes eran. Si no le estuviera viendo ahora mismo en el aire, habría jurado que eran sus chicos de Operaciones Especiales.
- General, tomaré eso como una chanza. – Contestó él ofendido, pero también amenazante.
- Claro, claro. Maldita sea, he perdido a un montón de buenos hombres aquí abajo.
- Lo lamento, General, cualquier baja es dolorosa para un buen comandante.
- Cierto, cierto. – Y tras unos segundos de silencio, Cóllar preguntó - ¿Sus helicópteros van a aterrizar ya?
- ¿Señor? – Le contestó sin responder realmente a la pregunta, inseguro todavía sobre qué debía hacer
- Puede ser peligroso. Esos hijos de puta pueden estar esperándoles, y sus pájaros son más vulnerables que mis tanques.
- Es cierto, señor.
- Hagamos una cosa: hagan una pasada a ver qué hay allí abajo. Mientras nosotros acabaremos de entrar y tomaremos posiciones. Cuando esté todo tranquilo usted baja y sus chicos acaban de asegurar la zona.

El General Cena sonrió discretamente ante la transparencia del viejo militar, pero evitó hacer ningún comentario al respecto. Al fin y al cabo, tenía parte de razón, y alguien que podía averiar un tanque de sesenta toneladas también podía derribar un puñado de helicópteros por grandes que fueran, o al menos uno de ellos, así que aceptó la propuesta.

Los enormes aparatos sobrevolaron la ciudad a baja altura, causando una inmensa impresión en sus ya bastante asustados habitantes, hasta llegar a la costa, y una vez en el mar trazaron un amplio círculo dando tiempo a los tanques a adentrarse por las calles. Desde arriba, el general no pudo evitar compararlos con alguien que intenta meter un cuerpo demasiado grueso en una ropa demasiado estrecha, y hasta habría dudado de si alcanzarían su objetivo, si no fuera porque aquel detalle, como tantos otros, ya habían sido planificados de antemano.

En la ciudad, la columna blindada avanzaba con terrible lentitud, y aún así era como una manada de elefantes entrando a la carrera en una cristalería. Los ciudadanos se echaban en masa a las ventanas y balcones, pero nadie abría la boca, quizá dudando sobre si debían celebrar o temer la presencia de esos tanques en su querida urbe. Los tanques bordeaban el río Nervión por su orilla izquierda y cogieron la tranquila calle Zamácola, acercándose a la zona más conflictiva. Varias tanquetas ligeras encabezaban la marcha, asegurando el avance, pero no encontraron ningún obstáculo, más allá de algún coche que huía asustado ante la presencia de los impresionantes vehículos militares.

La flotilla del General Cena daba una segunda pasada sobre la ciudad cuando se escucho el leve crujido de la comunicación abierta y de inmediato se escuchó de nuevo la voz del piloto:

- General, tenemos visita.
- ¿Qué?
- A las cuatro en punto, parecen Cougars.
- ¿Cougars?
- Helicópteros, señor.
- ¡Sé lo que es un maldito Cougar, teniente! ¡Lo que no sé es que hacen aquí unos Cougars!

Difíciles de distinguir para alguien menos experimentado que el piloto, cuatro helicópteros de asalto y transporte AS-532AC Cougar se dirigían hacia ellos a gran velocidad, aunque todavía estaban a mucha distancia. A pesar de su considerable tamaño, los Cougar eran más pequeños que los descomunales aparatos de doble aspa en los que ellos viajaban, pero también eran más ágiles y mortíferos. En su momento el General Cena había dudado sobre cuál de los dos modelos usar para su asalto a Bilbao, pero finalmente se había decantado por la vistosidad de los Chinook, que quedarían más impresionantes ante las cámaras. Al parecer, alguien tenía gustos distintos, o quizá se habían tenido que conformar con lo que él había dejado.

- Ponme con el General Cóllar, ¡rápido! – Unos instantes después se escuchaba la voz del militar por los auriculares.
- Llegamos en unos minutos, Cena, no sea impaciente: mis hombres ya se están preparando.
- No estamos solos, General.
- ¿Cómo? ¿Ha visto algo? ¿Enemigos? – Preguntó preocupado desde su todo terreno el General.
- No lo creo, señor, más bien parece que alguien ha querido unirse a la fiesta, aunque no le hayamos invitado.
- ¿De qué me está hablando, Cena, maldita sea?
- Helicópteros. Vienen pitando hacia aquí. Como no acelere llegarán incluso antes que usted.
- ¿Helicópteros? ¿Quién ha mandado más helicópteros? Si acaso harán falta tropas para asegurar todas las posiciones, no helicópteros. ¡Esto es absurdo!
- Quizá no, general, creo que no vienen a ayudar.
- ¿Qué quiere decir?
- ¡Vienen a salir en la foto! Parece que los de Madrid han convencido a alguno de nuestros colegas reticentes, y éste habrá buscado la forma más rápida de llegar a la ciudad para salir en la foto y llevarse parte del mérito.
- Mierda.
- Estoy de acuerdo, General. Será mejor que empecemos ya el espectáculo.
- Ahora mismo me avisan de que tenemos enfrente la plaza Sarategui. Baje ya, Cena, si tengo que compartir esto con alguien, al menos que sea con alguien que ha demostrado su valor desde el principio, no un aprovechado de última hora.
- Nos vemos abajo, General.