Treinta y dos (FIN)
El Escorpión y su komando habían permanecido encerrados en su piso durante todo el fin de semana del intento de golpe de estado, pegados a la pantalla del televisor, siguiendo con angustia los acontecimientos primero, y sus consecuencias después. En los siguientes días habían reanudado los contactos con el hogar, pensando que su propio papel en aquel drama habría quedado minimizado por la gravedad que había adquirido el conjunto. Mientras el tiempo pasaba en el piso londinense, se repetían los debates y discusiones sobre lo sucedido, y más aún sobre el futuro.
Mientras Tono y Aitana opinaban que todo seguía igual si no peor para los intereses vascos, el Escorpión se empeñaba en ver lo ocurrido como una oportunidad para reanudar la lucha allí donde la habían dejado, e incluso aprovecharlo en su beneficio.
- ¿No lo entendéis? Con lo que sucedió ese día nuestra gente se dio cuenta de que los vascos somos la víctima, que es el odio de los españoles lo que nos obliga, lo que siempre nos obligó a defendernos.
- Pero es que no todos los españoles fueron a Bilbao, ¿sabes? – Le contestó Tono, que pese a idolatrar a su líder empezaba a estar cansado de sus argumentos.
- Pero a todos les habría gustado ir. Por otro lado – cambió rápidamente de tema el cabecilla – hemos demostrado que seguimos siendo una organización fuerte, un ejército capaz de enfrentarse con otro ejército, de igual a igual.
- ¿De igual a igual? ¡Murieron muchos de los nuestros es aquella acción!
- ¡Y muchos más de los suyos! Pero los que cayeron nos dieron un ejemplo a todos, murieron defendiendo Euskal Herria.
- ¿Eso es lo que quieres tú? ¿Morir? – Le espetó entonces Aitana con acritud, sin mirarlo a los ojos.
- No. – Contestó despreciativo su amante – Lo que quiero es luchar. Y no estoy sólo en eso. Ya lo escuchasteis el otro día, muchos quieren apuntarse ahora, ¡quieren venganza!
- Yo no escuché eso, Escorpión. – Replicó de nuevo Tono, aunque temía estar pasando el límite - Muchos ayudaron cuando los fachas estaban tomando la ciudad, eso sí fue defenderse de un ataque. Pero no creo que demasiados de esos chavales quieran seguir luchando.
- ¿Pero qué coño os pasa ahora a vosotros dos? – Empezó a gritar de pronto el Escorpión, perdiendo los nervios - ¿Queréis una silla en la puta mesa de negociación? ¿Es eso? ¿Queréis que vaya a sacaros un par de billetes de vuelta a casa?
Las conversaciones solían acabar así, en discusiones, y el ambiente se había ido enrareciendo cada día más. Cuando volvieron a contactar con sus superiores se les notificó que iban a ser sometidos a un consejo de guerra, y aquello acabó de minar sus ánimos. No es que les sorprendiera realmente, eso era lo que habían esperado cuando tomaron la decisión de ejecutar al rey español, pero lo sucedido en Bilbao les había dado cierta esperanza de redención. Finalmente iban a recibir el veredicto por teléfono, y por una extraña casualidad, o quizá con toda la intención del mundo, en casa habían escogido para hacerlo el mismo día en que el Príncipe iba a ser coronado en solemne ceremonia. La televisión mostraba en ese momento imágenes de las Cortes, en las que el nuevo Rey de España iba a prestar juramento.
Según comentaba el locutor, la decisión de coronar al Príncipe podía parecer un poco precipitada dada la todavía cercana muerte de su padre, pero las circunstancias sociales y políticas habían recomendado adelantar dicho proceso, y el país entero parecía entusiasmado con ello. Si en algún momento se dijo que los españoles era juancarlistas más que monárquicos, estaba claro que ahora eran felipistas entusiastas, y no hacía falta un referéndum para certificar que la inmensa mayoría de ciudadanos quería y confiaba en el nuevo y joven monarca. Incluso los republicanos manifiestos, como en su día hicieran con su padre, manifestaron su apoyo al Príncipe Felipe y respaldaron las diferentes iniciativas que se habían realizado para homenajearlo por su actuación durante la crisis de Bilbao.
El Escorpión seguía paseando arriba y abajo del salón, el teléfono en la mano, ignorando el televisor, que ya antes había sido silenciado. Los otros dos sí miraban la pantalla, más por aburrimiento que por curiosidad, aunque compartían los nervios y excitación de su líder. Los tres sabían que el Escorpión sería el principal afectado por un resultado condenatorio del consejo de guerra, pero ninguno se libraría de las consecuencias de lo que habían hecho. Además, el sentimiento de compañerismo y fraternidad que les unía, por no hablar del amor que Aitana sentía por su hombre, hacía que todos supieran perfectamente que lo que le ocurriera a uno le ocurriría a todos. Finalmente, el teléfono sonó.
- Sí. – Contestó el Escorpión.
- Cuando las hojas esconden las sendas trazadas en la tierra…
- …es tiempo de mirar el camino que muestran las estrellas. – Interrumpió el Escorpión sin paciencia para poéticas contraseñas. – Sí, soy yo.
- No respetas nada, Escorpión.
- Al contrario, respeto demasiado, respeto lo más importante: respeto nuestra lucha.
- No discutiré contigo, hoy no, no tengo ganas para eso. – Suspiraron al otro lado de la línea, que de vez en cuando parecía chisporrotear suavemente.
- Yo tampoco quiero discutir, amigo.
- ¿Amigo? Amigo… lo que tú quieras… - La voz parecía realmente cansada, y el Escorpión empezó a interpretar las señales.
- Ya tenéis un veredicto. Dímelo y acabemos con esto. – Exigió intentando mantener la compostura.
- Sí, Escorpión, ya tenemos el veredicto. Están todos aquí, conmigo, y te están escuchando.
- Entiendo. – El Escorpión pensó en las personas que habría formado parte del extraño tribunal. Podía imaginar cada cara, podía recordar la marca de tabaco que fumaba cada uno, podía ver como uno jugaba nervioso con un llavero, otro haciendo dibujos con su bolígrafo en una hoja de papel. También sabía la expresión que mostraría el rostro de su portavoz.
- No, Escorpión, tú nunca llegaste a entender. Y ahora es tarde. Sólo quiero que entiendas una cosa: cuando decidiste actuar por tu cuenta dejaste de ser un soldado para pasar a ser un vulgar asesino. Tus manos están manchadas con la sangre tus propios hermanos.
- Ahórrate los discursos. Son vuestras las manos que se mancharán con la sangre de nuestra tierra: vais a entregársela a nuestros enemigos. Vais a rendir lo que otros defendieron. – Y haciendo una pausa, preguntó - Entonces, ¿no puedo volver?
- No, Escorpión, no puedes volver. Ni tampoco los miembros de tu comando. – El cabecilla miró a los dos que estudiaban cada gesto de su rostro desde el sofá, y al instante comprendieron lo que esa mirada implicaba. – Pero eso no es todo, Escorpión.
- ¿No? ¿Qué más me tenéis reservado? – Preguntó con ironía.
- Sabes, amigo – Y esta vez fue el otro el que pronunció la palabra con evidente ironía -, hay algo que debo admitir que sí aprendimos de ti. No fueron tus ideas, sino más bien tus métodos, o al menos uno de ellos.
- ¿De qué me estás hablando?
- Como tú mismo me dijiste una vez, en ocasiones el condenado ni siquiera merece ver la cara de su verdugo. – Y tras decir esto, colgó el teléfono.
El Escorpión se quedó con el teléfono pegado a la oreja, procesando lentamente lo que acaba de escuchar. Se giró hacia la ventana, despacio, muy despacio, y finalmente bajó el brazo que sostenía el teléfono y cerró los ojos, sacando el aire poco a poco, resignado. Sus amigos le miraban sin entender nada cuando de repente el cristal de la ventana pareció estallar y una bala disparada desde más de un centenar de metros de distancia, un disparo preciso y certero, atravesó la frente del terrorista saliendo por el otro lado e incrustándose todavía con fuerza en la pared.
FIN